Joan Carles Valero - Letras expectativas
Súplica de maltratador
En la era de la información se ha perdido el significado de estar informado
En la era de la información se ha perdido el significado de estar informado y son mayoría los que confían en una colección de frases, alertas y todo tipo de mensajes que aparecen en el muro de sus vidas virtuales o que reciben a través del móvil, siempre procedentes de su propio entorno, de los afines. Algunos piensan que compensan esa falta de rigor a través de la televisión, sus tertulias o debates, cuando sus protagonistas se basan en la cultura del eslogan, que dibuja una visión distorsionada de la realidad.
Esa infotoxicación que actúa como el eco de las propias preferencias, catapultadas por los algoritmos de Google, Facebook o Twitter, esas plataformas que se presentan como grandes libertadores de la humanidad; supone para quienes no cultivan la pluralidad una sensación de estar informados, pero en realidad debilitan sus cerebros por puro desconocimiento de la otredad. Una debilidad que supone el caldo de cultivo perfecto para el arraigo del populismo.
En un tsunami, lo que más escasea es el agua. Lo mismo ocurre en el océano informativo donde vivimos: la verdad es más difícil de encontrar que una aguja en un pajar. Si los alimentos que comemos llevan en sus etiquetas todo tipo de explicaciones sobre su composición, los ciudadanos también tenemos derecho a saber si la información que consumimos es fiable. Necesitamos islas de confianza y de credibilidad en esa gigantesca conversación de las redes sociales.
En mi opinión, las potentes marcas de medios de comunicación fiables, como es el caso de ABC, juegan el rol de faros en ese proceloso océano de mentiras y deformaciones que circulan a la velocidad de la luz, gracias a los bots, esos esclavos informáticos que propagan la posverdad por encargo. Pero ojo, las mentiras también las distribuyen personas de a pie. Ayer encontré en el buzón de mi casa una carta sin firma que burdamente simulaba estar manuscrita, de mujer a mujer, en la que su imaginaria autora pretende tranquilizar con palabras emotivas del tipo: «Se me rompió el corazón… y quise llorar» cuando «me pediste por favor que no me enfadara contigo porque no eres independentista». La carta finaliza con un «cuento contigo para impulsar nuestro proyecto de país… donde todo el mundo sea respetado». Y se despide con un «te quiero» que me suena al que profieren los maltratadores cuando suplican otra oportunidad.