Sondra Radvanovsky y Piotr Beczala en el Liceo: se hizo más dulce el llorar

El público tenía ganas de volver y cumplió al milímetro las indicaciones de seguridad en el estreno de la nueva temporada del teatro barcelonés

Piotr Beczala y Sondra Radvanovsky, en el estreno del nuevo curso en el Liceu Antoni Bofill

Pep Gorgori

En su recién publicado libro «Filosofía y consuelo de la música» (Acantilado), Ramón Andrés se pregunta, hablando de Boecio, por qué con un cántico se hace más dulce el llorar. «Cantar es sentirse ligero de carga, libre de aturdimiento, soltar el lastre de la desdicha», afirma. Ni Boecio ni el propio Ramón Andrés podrían haber imaginado hasta qué punto ese potencial del canto se podía llegar a convertir en realidad colectiva y palpable en un concierto como el del pasado domingo en el Liceo.

Menos es más. Retomar la actividad en la sala principal tras medio año con un recital para soprano, tenor y piano con arias más que conocidas parecía, a priori, una propuesta que movía más al conformismo que al entusiasmo. A esto, añadamos las mascarillas, los geles hidroalcohólicos, los saludos furtivos… Y entonces llegaron Sondra Radvanovsky y Piotr Beczala. Para la soprano, este era el segundo recital en siete meses (el primero fue en Galicia). «Es como si cantase por primera vez», dijo nada más salir al escenario en medio de una ovación. El público también tenía ganas de volver, de que alguien le aligerase la carga con su voz, y quizás por ello cumplió al milímetro las indicaciones de seguridad.

Abrió el recital el tenor, con «Quando le sere al placido», recordando la magnífica Luisa Miller de Verdi representó en el mismo escenario hace dos años. Fue Radvanovsky la que hizo augurar que iba a ser una noche especial, cuando entonó la primera sílaba de la primera palabra del aria «Pace, pace mio Dio!» de La forza del destino. «Messa di voce» de buenas a primeras, para luego abordar una partitura al alcance de pocas. Tras ella, «La mamma morta» de Giordano logró arrancar los primeros vítores, que derivaron en pataleo al acabar un «Vissi d'arte» de Tosca que quedará enmarcado en los anales de la casa. Beczala logró lo propio con «E lucevan le stelle», siempre con la infalible compañía de Camillo Radicke al piano. Al final, hasta cinco bises que incluyeron la canción a la Luna de «Rusalka» y el «Pourquoi me réveiller» del Werther de Massenet.

El público acabó aplaudiendo en pie. Los futuros jóvenes liceístas van a tener que soportar durante décadas nuestras explicaciones sobre aquella noche en que volvimos al Liceo tras la pandemia. Se nos hizo, sí, más dulce el llorar.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación