Joan Carles Valero - LETRAS EXPECTATIVAS
La solución Barcelona
La historia del Salón del Automóvil de Barcelona, que ahora cambia la «v» por la «b» de Mobile para subrayar que el futuro inmediato del motor está irremediablemente asociado a la conectividad, es la historia de un milagro. Lo subraya Enrique Lacalle en los preparativos del centenario de la feria más longeva de España, porque ha sobrevivido a dos guerras (una mundial y la civil española) y a dos crisis económicas globales, la de 1929 y la que ahora cumple una década.
El equipo que dirige Lacalle ha emprendido la ingente labor de hablar con todos los presidentes de los fabricantes mundiales de automóviles para que los que dejaron de asistir a la cita barcelonesa vuelvan en mayo de 2019 para celebrar el centenario y, de paso, asistir al Gran Premio de España de F1. La concesión por parte del Gobierno de la categoría de evento excepcional de interés público, supone a las empresas participantes deducciones de hasta el 90 % de las aportaciones que realicen en promoción y publicidad. Un incentivo añadido para una cita a la que suelen asistir el Rey, el presidente del Gobierno, el de la Generalitat y el resto de autoridades locales, en lo que supone un consenso institucional sin parangón que demuestra el poder barcelonés.
El arranque de este curso también lo ha protagonizado el consejero de Territorio y Sostenibilidad, Damià Calvet, con una conferencia en el Círculo de Infraestructuras que preside Pere Macias, que fue su jefe cuando dirigía el mismo departamento de la Generalitat. Superados los mil millones de viajes en transportes metropolitanos, el consejero anunció una «agenda modernizadora con valores republicanos», en mi opinión todo un oxímoron, porque como dice Manuel Valls, exprimer ministro francés, que medita presentarse como candidato a la alcaldía barcelonesa y que también ha protagonizado el arranque del nuevo curso, «a Barcelona le interesa más ser la capital cosmopolita, abierta e internacional, que la capital de la república catalana».
Valls defiende que «Barcelona debe ser la solución al procés». Una salida que pasa por «respetar el Estado de Derecho, pero también por ilusionar a la gente, que ya está muy cansada». Y con un liderazgo fuerte que sea capaz de tomar decisiones y no como ahora, que los problemas, como el procés, se pudren por falta de arrojo político para creer en el interés general, gestionar y tomar decisiones, porque los asuntos de seguridad pública, civismo, limpieza y vivienda no se pueden abandonar. Hace falta valor.