Sergi Doria - Spectator in Barcino

Una sociedad ocupada

Mucho antes del concepto de «posverdad», los historiadores de la Causa ya instauraron su particular versión de los hechos

Una imagen de la última Diada INÉS BAUCELLS

El mito del «España contra Cataluña» inspiró un congreso dirigido por el historiador Jaume Sobrequés donde la propaganda ocupaba el lugar de la Historia. El despropósito no era una novedad: nuestro repertorio simbólico lleva largo tiempo ocupado por las fuerzas independentistas. Como ya reveló Jordi Amat en «El llarg procés» (Tusquets), el pujolismo había diseñado sus planes de ocupación: «La infiltración nacionalista en todos los ámbitos sociales, como la vigilancia de selección de profesorado o la introducción de gente nacionalista en los puestos claves de los medios de comunicación».

También la historia de la literatura catalana ha sido ocupada por la mitología nacionalista. Lo demuestra Joan-Lluís Marfany en las más de novecientas páginas de «Nacionalisme espanyol i catalanitat» (Edicions 62): la Renaixença no fue lo que siempre pareció y nos enseñaron en las escuelas; sus promotores creían sobre todo en la Nación española y el grueso de su obra lo escribieron en lengua castellana. En aras de la llamada «construcción nacional», se obvió la bibliografía española y se privilegió la obra catalana de Aribau y Milà i Fontanals (maestro en Barcelona de Menéndez Pelayo). La frase del historiador cultural no tiene desperdicio: «Es como contemplar el cuadro de ‘Las lanzas’ y solo hablar del caballo».

Una de las proclamas habituales en las manifestaciones de los años setenta era «Fora les forces d’ocupació», en alusión a las Fuerzas de Seguridad del Estado. La consigna remitía a uno de los mitos más queridos del nacionalismo catalán. La guerra del 36 –se decía ignorando a los catalanes que estuvieron en el bando franquista– fue contra Cataluña (como si el resto de España no hubiera padecido la violencia bélica). Mucho antes del concepto de «posverdad», los historiadores de la Causa ya instauraron su particular versión de los hechos: la derrota del 11 de septiembre de 1714 era fruto de una guerra de España contra Cataluña y no la consecuencia de un conflicto dinástico de ámbito europeo.

A pesar del esfuerzo de las fuerzas secesionistas en minimizar como «megalómano» y «“bocamoll» al exjuez Santiago Vidal, sus «bravatas» revelan de qué va el llamado «Nou País»: una ingeniería social, hasta ahora limitada por el orden constitucional español, espigará los jueces adictos para evitar «quintacolumnistas»: ¡Que inquietantes resonancias históricas!

Tal voluntad de «encuadramiento» se percibe en las constantes apelaciones desde la Generalitat a que los funcionarios se pidan día libre mañana lunes y acompañen a Artur Mas en su comparecencia ante los tribunales. Si a eso le añadimos la oCUPación de la acción de gobierno de Junts pel Sí por el apoyo a los presupuestos a cambio de la aceleración en la fecha del referendo, podemos calibrar hasta qué punto la libertad de pensamiento está condicionada, no tan solo por el ruido ambiental -acúfeno pertinaz desde hace demasiados años –sino por las consignas y simbología para galvanizar la movilización callejera: la «estelada»– bandera del grupúsculo Estat Català- ha ocupado el lugar de la «senyera», la bandera de todos los catalanes.

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