Joan Carles Valero - Letras expetactivas

Silencio miserable

Samaranch cambió el destino de Barcelona y también del deporte español

El señorío barcelonés es difícil de definir pero fácil de identificar. Juan Antonio Samaranch ha sido uno de los señores de Barcelona más ilustres. Fue el moderno Prometeo que trajo el fuego del Olimpo para que su ciudad natal brillara en el mapamundi con luz propia. El próximo 17 de octubre se cumplirán 30 años de aquella frase que Samaranch pronunció cuando el Comité Olímpico Internacional (COI) decidió complacerle y adjudicar los Juegos de la XXV Olimpiada «a la ville de… Barselona», así pronunciada en catalán. Seis años más tarde, Barcelona organizó los mejores Juegos de la historia y, con su magnífica celebración, realizó el mayor spot publicitario global jamás visto. De aquel éxito son las mieles actuales de una ciudad que es admirada por todo el mundo y que se ha convertido en un anhelado destino turístico.

Samaranch cambió el destino de Barcelona y también del deporte español. Al margen de los méritos de la candidatura de Barcelona, que los tenía todos, los miembros del COI quisieron también complacer al presidente más importante de la institución después del barón Pierre de Cobertin, fundador y renovador de los Juegos de la era moderna, y dieron los Juegos a Barcelona frente a sus competidoras: París, Amsterdam, Belgrado, Brisbane y Birminghamm.

El salón de los espejos del Gran Teatro del Liceu se antojaba ayer una fiesta de antiguos alumnos porque acogió a la extensa familia olímpica barcelonesa para homenajear a Juan Antonio Samaranch con ocasión de la presentación del libro «Presidente Samaranch. Los 21 años de la presidencia del COI que cambiaron el deporte en el mundo», escrito por el periodista Pedro Palacios.

Barcelona tuvo un «dream team» con un tridente de lujo integrado por Samaranch, Pasqual Maragall y Josep Miquel Abad al frente del comité organizador. Su hija María Teresa, recordó que entendieron con la mayor naturalidad que su padre tenía dos familias, una extensísima que le obligaba a viajar durante 200 días al año. De formas suaves, decididas, sagaz e instintivo, Samaranch tenía autodisciplina y un alto sentido del rigor. Murió hace seis años solo odiando la máquina de hemodiálisis y lamentando no haber podido ser deportista olímpico pese haberlo sido todo en el mundo del deporte. El silencio tan inmerecido como miserable que mantienen las autoridades barcelonesas en torno a Samaranch, que no tiene ni una calle en su ciudad, es posible que cambie ahora al comprobar que el libro sobre su figura lo ha patrocinado China, país donde es venerado.

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