SERGI DORIA - SPECTATOR IN BARCINO

Del 'volem votar' a la falacia

Con los del 'volem votar' uno no iría ni a la vuelta de la esquina, pero todavía –por dependencia económica o fanatismo– hay quien sigue votando a quien provocó la fuga de 5.200 empresas

Pere Aragonès, durnate una eunión del consejo ejecutivo INÉS BAUCELLS
Sergi Doria

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La fe mueve montañas. Y patrañas. Unos siguen creyendo a los antivacunas y otros votando independentista. El secesionismo presume de radicalidad democrática: lo más sencillo para superar el «conflicto» de Cataluña con España es votar en referéndum y «contarnos». Menuda falacia: no existe conflicto de Cataluña con España, sino de una parte de los catalanes, poco más del 30 por ciento de voto separatista, y el Estado (de Derecho) español.

¿Radicalidad democrática? Apliquemos al principio de subsidiariedad con dos ejemplos ya mencionamos en crónicas anteriores.

Monumento a la batalla del Ebro en Tortosa . Referéndum auspiciado por el ayuntamiento de CiU en mayo de 2016: 68 por ciento de papeletas favorables a conservar y reinterpretar el monolito. La consejera de Justicia, Lourdes Ciuró, ningunea la consulta a los tortosinos. Cuando afirma que la nueva ley de memoria democrática impondrá «criterios claros y diáfanos para retirar el fascismo y los símbolos fascistas de nuestras calles y plazas» ilustra lo que denunciaba en 1974 Pier Paolo Pasolini: la gesticulación contra el fascismo «arqueológico» –en este caso el franquismo– «sirve como pretexto para procurarse una patente de antifascismo real, un antifascismo fácil que tiene como objeto y objetivo un fascismo arcaico que ya no existe ni volverá a existir nunca». Lo decía en una entrevista recogida en 'El fascismo de los antifascistas' (Galaxia Gutenberg).

El antifascismo «oficial» que pretende pasar por progresista escondía el fascismo real de una sociedad narcisista que en el siglo XXI destila veneno en las redes sociales y camufla su sectarismo en la jerga políticamente correcta: «Buena parte del antifascismo actual, o al menos eso que ha dado en llamarse antifascismo, es o bien ingenuo o estúpido, o bien presuntuoso y de mala fe… Es, en definitiva, un antifascismo cómodo y relajado». Pasolini calificaba ese «antifascismo de boquilla» de «inútil, hipócrita, esencialmente grato al régimen.

Otro ejemplo de democracia –que rima con falacia– independentista. La retirada de la referencia a Carlos III en San Carlos de la Rápita . El alcalde de Esquerra, Josep Caparrós, organizó una consulta -¡el 12 de octubre!- para eliminar la referencia real y dejar el topónimo en La Rápita. Los vecinos que apoyaron la propuesta –un 67,5 por ciento–, no alcanzaron el 20 por ciento exigible para validar una votación ajena a más del 80 por ciento del censo. Caparrós pareció respetar la regla del juego: «No hay ninguna opción que quede validada automáticamente» declaraba. Un mes después, el alcalde que asumía el porcentaje pactado ratifica los resultados y propone el cambio de nombre en el pleno del 26 de noviembre.

Aunque puedan parecer anecdóticos y localistas ambos casos revelan cómo el independentismo degrada la democracia. Y como no hay dos sin tres, vayamos ahora a ese Consejo Nacional del Movimiento que Puigdemont denomina Consejo por la República .

Si la Generalitat conoció una etapa con dos presidentes, ahora tiene dos parlamentos: el de Ciudadela y el tinglado nacional-populista de Waterloo: 121 representantes (81 con carné de 10 euros) y 40 cargos electos; estómagos agradecidos al Fugitivo por su nombramiento a los que (nosotros, los ciudadanos) pagamos sus nóminas autonómicas.

El quorum para proclamar presidente a Puigdemont , seguido de Clara Ponsatí, Toni Comín, Lluís Puig Gordi y la imputada Borràs fue raquítico: 22.584 votos de 87.883, poco más del 25 por ciento. Después de obtener 21.086 votos, Puigdemont habló a las masas –o a las mesas– cual paladín de la democracia: «Hoy hemos dado un paso muy grande en la consolidación de la institución, fieles al compromiso de radicalidad democrática como cuando hicimos el 1-O y declaramos la independencia el 27-O».

Diseccionemos la arenga. Consolidación de la institución –que rima– con el voto de una cuarta parte de los inscritos. Radicalidad democrática del 1-O: un referéndum ilegal con censo universal y pucherazo. El 27-O: república catalana que no existe (idiota), de ocho segundos con la bandera española ondeando en la Generalitat.

Con los del 'volem votar' uno no iría ni a la vuelta de la esquina, pero todavía –por dependencia económica o fanatismo– hay quien sigue votando a quien provocó la fuga de 5.200 empresas. La Historia –la vieja y la reciente– está ahí para quien quiera aprender sus lecciones. Jaume Giró, exdirector de Fundación la Caixa, y Pere Aragonès , nieto de alcalde franquista, se han pasado la semana genuflexos ante los antisistema para aprobar los presupuestos.

Y la CUP , con un quorum asambleario de 462 militantes, exige: no Hard Rock (contra la opinión de los municipios de la Costa Dorada); no Juegos de Invierno; no aeropuerto; retirada de denuncias de la Generalitat; subida IRPF; desautorización de los Mossos...

Y si no es con la CUP, con los comunes: la cuestión es mimar a la extrema izquierda y perseverar en la retórica 'antifascista' para no mosquear a Junts per Puigdemont .

¿Radicalidad o falacia democrática? ¡Cuánto cinismo!

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