Sergi Doria - Spectator in Barcino
De virus e ideologías endémicas
«El comportamiento social del prepotente y robotizado siglo XXI ante la pandemia del coronavirus no difiere gran cosa de la sociedad que Daniel Defoe describió en 1665»
Transcurren los siglos y el ser humano parece hallar en el progreso una zona de confort... Hasta que un virus escurridizo resucita todos los terrores ancestrales. Aislado de mediáticos tertulianos -el mejor aislamiento-, releo el Diario del año de la peste que editó Alba con límpida traducción de Carlos Pujol y prólogo de Anthony Burgess.
El comportamiento social del prepotente y robotizado siglo XXI ante la pandemia del coronavirus no difiere gran cosa de la sociedad que Daniel Defoe describió en su reportaje sobre la Gran Peste de Londres de 1665. No ficción con hechuras de novela, el narrador que no es Defoe -cuando la peste solo tenía cinco años- conjuga la frialdad estadística de los muertos con el anecdotario humano y el rigor histórico. Constatamos que la propagación de bulos no solo no ha amainado en la sociedad del conocimiento, sino que la velocidad digital ha infectado de fakes -¡esos tuits virales!- la opinión pública.
El mecanismo de contagio que Defoe atribuye a la peste tampoco ha variado gran cosa: un fardo de sedas de Oriente transportadas por barco desde Holanda llega a una casa de Long Acre… La mercancía transporta la terrible enfermedad: «En la primera casa que quedó contaminada murieron cuatro personas. Un vecino, al oír decir que la señora de aquella casa había caído enferma, fue a visitarla, y al regresar a su hogar transmitió el mal a su familia, y murieron él y todos los suyos. Un clérigo al que se llamó para que fuera a rezar con el primer enfermo de la segunda casa, según se dijo, también cayó enfermo inmediatamente, y murió junto a varias personas más de su familia…».
El modelo de protocolos sanitarios es en 2020 -si la experiencia del coronavirus no introduce modificaciones sustanciales- el mismo que ante la epidemia de gripe -mal llamada española- que de 1918 a 1920 arrojó entre cincuenta y cien millones de muertes.
En El jinete pálido (Crítica), la periodista científica Laura Spinney distingue la epidemia de la endemia. La primera produce un gran número de casos en una población durante un plazo de tiempo; la segunda se mantiene para siempre en esa población. «Una enfermedad de masas puede ser tanto endémica como epidémica, si siempre está presente en una región, pero también produce brotes ocasionales», subraya la periodista especializada.
En 1934, Agustí Calvet, Gaziel, aplicó metáforas epidemiológicas al golpe del 6 de octubre: «El único método para sanar -si su curación es posible- en todo caso no puede ser otro que el empleo de las autovacunas, buscando en el propio organismo catalán y extrayendo meticulosamente de sus mismas entrañas las antitoxinas capaces de renovarlo», escribe en Cataluña enferma. Nuria Amat acudió a la alegoría médica en El sanatorio (ED Libros) para describir la lobotizada Cataluña del nacionalismo, ese virus que demoniza la crítica para preservar, sin disenso y con retórica revolucionaria, los privilegios de la oligarquía autóctona.
Desde el siglo XIX, las cepas nacionalistas han ido mutando: catalanismo, populismo esquerrano y fascismo estelado años treinta, pujolismo, soberanismo, separatismo…
En Populismo y relato independentista en Cataluña (El Viejo Topo), Josep Burgaya analiza esa enfermedad endémica cuyo brote más severo se dio en el procés: en su opinión, un peronismo de clases medias.
Este profesor de Periodismo de la Universitat de Vic es un cuerpo extraño en la ciudad dels sants y Anna Erra. Sus vecinos, -«exaltados y crédulos en exceso»- encarnan el Carlismo 2.0: «Poseo ocho apellidos catalanes, pero una incapacidad evidente para que me estimule el sentido patrio, o cualquier fervor de signo religioso…».
Identificado con la «mala reputación» de los alérgicos al rebaño, «el uso abusivo de liturgias patrióticas no alcanza a confundirnos sobre el propósito subyacente a todo ello, que no es sino conferir una nueva delimitación del poder para ocuparlo del todo por parte de los sectores acomodados de la sociedad catalana. Lenguaje y horizontes aparentemente nuevos para reforzar viejas pulsiones y hegemonías».
El virus nacionalpopulista, que infesta Cataluña hace cuarenta años con su falseamiento histórico, negación de otras catalanidades y dogmatismo, es más cercano a la fe que al debate racional: «Habrá poco Diálogo y muy escasa Negociación», diagnostica Burgaya.
La buena noticia es que el coronavirus, aunque pretenda quedarse con nosotros, acabará neutralizado por una vacuna. La mala, que la cepa nacionalista -mutante y endémica- seguirá aquí. Aquí seguirá: aunque la reducción de camas en los hospitales se la debamos al gobierno Mas y sus salvajes recortes de 2010. Desde entonces hasta hoy Cataluña ha perdido 1.831 camas hospitalarias. De aquello nadie parece acordarse. Y, para tapar aquello, se infectó a la sociedad catalana con el procés.
Con la pandemia -la cara sombría de la globalización- y pese al esfuerzo de Torra para ensimismar Cataluña con el coronavirus, el nacionalismo -endémico y crepuscular- subraya, todavía más, su decrepitud.