Sergi Doria - Spectator in Barcino
Torra go home
Nada nuevo en el golpismo regional; en las leyes de desconexión de septiembre de 2017 ya se violentaba la separación de poderes
Agosto tuvo como “pal de paller” de mis lecturas “Nuestro hombre” (Debate), sustanciosa biografía de George Packer sobre Richard Holbrooke, el diplomático que atravesó tres guerras –Vietnam, Yugoslavia, Afganistán-, y conoció el declive de la hegemonía norteamericana.
Ambicioso, incontrolable, hiperactivo, glotón, desaliñado, mujeriego, con olfato periodístico, Holbrooke (1941-2010) estuvo al pie del cañón –nunca mejor dicho- de la política exterior desde que Johnson metió la gamba en el barrizal indochino hasta que la aorta se le reventó cuando intentaba paliar el desastre en Afganistán y Obama no le quería escuchar.
Al modo de Chateaubriand, Holbrooke “amaba la Historia tanto que quería hacer la suya propia”, escribe Packer al referirse al concepto, hoy trasnochado, del “gran hombre”. Grande en lo bueno y en lo regular. La única victoria diplomática de aquel hombre excesivo nos atañe como europeos. Ante la indolencia y las geoestrategias miserables de las potencias del continente en la masacre balcánica, Holbrooke recuperó la América de su padre, Abraham Dan Golbraich, un judío polaco que americanizó su apellido al llegar a Nueva York huyendo del pogromo europeo. Abrió el listín telefónico por una página cualquiera, como aquellos concursos televisivos, o cuando Somerset Maugham buscaba nombres para personajes novelescos. El dedo topó con Holbrook y Golbraich le añadió una E al final.
Desde el 6 de julio de 1939 pasó a ser el doctor Dan A. Holbrooke. Esta era la Gran América de Roosevelt y del general Marshall que Holbrooke junior quiso reencarnar en la política exterior de Johnson, Carter, Clinton y Obama. Con los dos primeros y el cuarto la cosa acabó en fracaso. Solo le salió bien con Clinton en la antigua Yugoslavia. Después de Vietnam, nadie quería meterse en otra guerra étnica del viejo continente... Holbrooke consiguió convencer al presidente con un imperativo ético: combatir los totalitarismos genocidas.
“Nuestro hombre” tuvo que vérselas con cuatro psicópatas nacionalistas –Tudman, Milosevic, Mladic, Karadzik- y con el reticente bosnio Izetbegovic: les venció en Dayton: una paz sostenida con alfileres, pero que aún perdura, en la antigua Yugoslavia. El nacionalismo, que ya había provocado dos guerras mundiales, lo describe Packer como un amargo bebedizo “sazonado con el sedimento de antiguos agravios”. Ese destilado, deviene en “un licor embriagador que inducía alucinaciones de purificación y venganza... La bebida favorita de los perdedores políticos”.
Leía la biografía de Holbrooke, el “homenot” que abominaba de los politicastros cortoplacistas que, por desconocer la Historia, le ninguneaban. Mientras, en España, los comunistas y separatistas que sostienen la precaria mayoría de Sánchez, competían por derrocar la Monarquía poniendo a don Juan Carlos de pretexto. Su método: abrevar en la letrina de Corinna, remover la Constitución del 78 para finalmente centrifugar la Nación de libres e iguales en una república cantonal de privilegios territoriales.
Siempre a la vanguardia de la inutilidad, el Vicario Torra convocó un esperpéntico pleno antimonárquico: como sus insultos no fueron publicados por los letrados por anticonstitucionales, Junts per Cat, la Convergencia tuneada por el independentismo burgués, exigió el cese del secretario general del Parlament, Xavier Muro. Nada nuevo en el golpismo regional; en las leyes de desconexión de septiembre de 2017 ya se violentaba la separación de poderes: el presidente de la República Catalana elegiría a los jueces.
Seguía las peripecias del Hombre Holbrooke mientras un hombrecillo, -un tal Costa de la tropa de Torra- llamaba a la desobediencia: miles de independentistas están dispuestos a ir a prisión, aseguraba. Otro hombrecillo, el gasolinero Canadell, proclama que España es el peor país de Europa. Marta Madrenas, cacofónica alcaldesa de Gerona cuya gran innovación fue cambiar la plaza de la Constitución por el 1 de Octubre, niega que España sea una democracia. En el foro del odio de Prada, -llamarlo universidad de verano es un insulto al significado de “universitas”- el Caudillo Fugado pide a sus huestes una “confrontación inteligente” contra el Estado (se infiere que hasta ahora han estado haciendo el tonto). En Coulliure banalizó, codo a codo con Torra, el exilio y la memoria republicana ante la tumba de Machado. Si el poeta levantara la cabeza, los corría a gorrazos.
Faltan pocos días para la vuelta a las escuelas, virus mediante. Las clases activas volverán a sus trabajos, si todavía los conservan; y las pasivas, listillos políticos que viven del erario, retomarán sus eslóganes “gauche caviar” con generosa nómina. Si Holbrooke hubiera conocido a Torra, hombrecillo prendado y prendido por la vía eslovena, lo habría enviado a su casa: al rincón de pensar.
“Torra go home”. El 17 de septiembre, por fin inhabilitado, volverá con su familia de cedeerres. Como tendrá tiempo para la lectura, le aconsejamos la biografía de Holbrooke. Así sabrá lo que es un político de verdad, un hombre de mundo. Nada que ver con la patética caricatura que él, el Fugado y otros de su calaña, han hecho de Cataluña.