Sergi Doria - Spectator in Barcino
Separatismo en metaverso
Que el procés acabaría en metaverso no es una sorpresa: siempre fue simulación sostenida con mentiras poco piadosas con la inteligencia

El 12 de junio de 1943 Ignacio Agustí publicó en Destino un artículo que cabreó a los integristas del Régimen: 'Matices de la frivolidad'. El escritor y periodista, que acababa de escribir 'Mariona Rebull' en su corresponsalía suiza, donde mantenía contactos con Don Juan, criticaba la verborrea de las «rutas imperiales»: en 1943 la causa aliadófila cotizaba al alza, aunque los partidarios del Eje persistieran en su inflamación fascista. Jactarse de la autarquía –aunque el estraperlo constituyera el modus vivendi de los exaltados– e invocar la «revolución nacionalsindicalista» era una política suicida.
Frivolidad, subraya el articulista, «puede ser el recuerdo exacerbado de la historia fósil, con olvido de la historia inmediata, de las circunstancias que, vividas intensamente, dramáticamente, configuraron ya en vida nuestra una actitud operante. Mal anda de memoria quien, por recordar lo que hizo el Cid, olvida lo que hizo, quería hacer y estaba obligado a hacer él mismo».
Agustí juzga caducado el tiempo de los dicterios contra la pérfida Albión, los himnos y arengas con luceros y la excitada gesticulación del «nosotros». Ha llegado el tiempo del pragmatismo. Desde la ordenada sociedad helvética, observa una España alérgica a la realpolitik. Cautiva de su virtualidad retórica seguirá aislada, encadenada a odios y estribillos estentóreos.
Cataluña vive un fenómeno similar. El cultivo de los presuntos agravios económicos –«España nos roba»– abonó una emocionalidad que en 2014, con el Tricentenario, entronizaba un pasado que nunca existió. Recuerdo un coloquio entre John Elliott y Enrique Ruiz-Domènec aquel mismo año: «En un mundo global, no podemos quedarnos en nuestro pequeño rincón. Hemos de abandonar las historias de parroquia». El historiador británico desengañaba a quienes equiparaban catalanes y escoceses: nunca hubo una Cataluña independiente y sí un reino independiente de Escocia.
Como la república-no-existe-idiota, la dirigencia procesista recurre ahora al metaverso que Puigneró, con gafas de realidad virtual, presenta con el nombre de CatVers: país de avatares «que defienden la lengua y la cultura de la nación» y suponemos que, como en los videojuegos, brindan la satisfacción de acabar con los enemigos que no puedes vencer en la vida real. El consejero del satélite homenajeó, desde el planeta independentista, a Armstrong: un pequeño paso tecnológico y un gran salto hacia «la nación digital catalana»».
Que el procés acabaría en metaverso no es una sorpresa: siempre fue simulación sostenida con mentiras poco piadosas con la inteligencia. El 'brexiter' Farage reiteraba que 350 millones de libras volaban cada semana a la Unión Europea. Esa cantidad, colegía el bocazas cervecero, financiaría el Servicio Nacional de Salud. Ganado el referéndum, Farage reconoció en la BBC que su solemne afirmación era falsa, cosas que se dicen en campaña.
Los «farages» catalanes tuvieron como libro de cabecera el panfleto del hoy arrepentido López Tena: 'Cataluña bajo España. La opresión nacional en democracia'. La cifra mágica de los 16.000 millones que el Estado esquilma a Cataluña contó con muchos voceros. En el puesto de mando Mas y Junqueras regurgitaban el presunto agravio jaleados por la caterva de la revolución pendiente: Elisenda Paluzie, Carmen Forcadell, Eduard Pujol, Albert Batet, Rull & Turull, el gasolinero Canadell, el cofrade de la ratafía Torra, Puigneró, Buch, los alcaldes de la vara y el somatén que confunde política con matonismo tuitero.
La tropa se divide en posibilistas y exaltados aunque ambas facciones compartan el disfrute extractivo de la administración autonómica –«Generalitat republicana» en metaverso– y la utilización, una vez más, de la lengua catalana como ariete contra las familias que piden una hora de cada cuatro en castellano.
Esquerra quiere conservar la presidencia que arrebató a los convergentes fingiendo enojo en cada aplazamiento de la mesa de diálogo: si Sánchez pretende ganar tiempo y dejar la patata caliente independentista para otras legislaturas, Aragonès pide lo imposible –autodeterminación y amnistía– para que le digan que no; al modo pujolista, quejándose del PSOE o del PP, ocupará la Generalitat muchos años.
En los empecinados sobresale la mágica presidenta que hace del Parlament cámara de confrontación anunciando el retorno del fugado. La fiel infantería juntera trabaja en cuatro frentes: criticar a Esquerra sin renunciar al pastizal de las poltronas; mantener, por la complicidad de Colau, Elena y Estela (no es un dúo canoro femenino, sino el consejero y el major que purgan a los mossos), los cortes de la Meridiana; seguir a los augures Boye y Cuevillas rumbo a la victoria judicial en Europa; sembrar conspiranoia con las insinuaciones de Villarejo sobre el papel del CNI en los atentados islamistas.
Si el Mesías culmina la independencia, el «club de países decadentes y obsolescentes» que, según sus palabras es la UE, obligará al gobierno español a organizar un referéndum: la República Catalana conquistará la hegemonía en el concierto de las naciones…
No se alarmen, es metaverso. Mientras los independentistas viven tan ricamente de tanto embeleco, el mundo marcha.