Sergi Doria - Spectator in Barcino

Las ronchas de Barcelona

«Batlle desmonta las leyendas urbanas a cargo de los nacionalistas sobre forasteros -los catalanes son buenos por naturaleza- que contaminan de violencia las concentraciones 'cívicas y pacíficas'»

Albert Batlle, atendiendo a la prensa en Barcelona MARTA DIAS

Sergi Doria

En el Círculo del Liceo, el teniente alcalde de Seguridad, Albert Batlle, critica la visión acomplejada de la sociedad catalana respecto al orden público. Son los convergentes que se echaron al monte del neocarlismo independentista: se refieren a los «pobres estudiantes» cuando los vagos de plaza Universidad son desalojados. O el No Govern Torra que cuestiona la actuación de los cuerpos policiales y, añadimos, el Síndic Vitalicio Ribó al calificar esas actuaciones de desproporcionadas.

Batlle desmonta las leyendas urbanas a cargo de los nacionalistas sobre forasteros -los catalanes son buenos por naturaleza- que contaminan de violencia las concentraciones «cívicas y pacíficas». «Los que la lían son gente del país. El problema es de casa y el noventa por ciento de las manifestaciones no son comunicadas», apunta. «Apelar a la responsabilidad de los organizadores de tales saraos es, hoy por hoy, un brindis al sol. En estos momentos es imposible una regulación civilizada de derecho de manifestación», lamenta.

Pasear por la Barcelona navideña permite mirar arriba para contemplar las luces: bajar la mirada a las ronchas de asfalto quemado nos devuelve a la gimnasia revolucionaria independentista. Ronchas en Urquinaona, Balmes, Gran Vía, Llúria… Negrura carbonizada como la convivencia. Los CDR llevan más de cincuenta noches ocupando la Meridiana; coartan la movilidad urbana sin que policía -autonómica o municipal- consiga ahuyentarlos. Desde TV3 saludan la ocupación del espacio público como un ejemplo de resistencia. ¿Alguien los identifica para multarlos por robar el tiempo de los demás ciudadanos?

En condiciones normales, la mediterránea Barcelona habría podido ser la sede de la Cumbre del Clima, pero la que fue ciudad de ferias y congresos constituye hoy la ruta violenta del separatismo. En su fuero interno, la alcaldesa que perdió la Agencia del Medicamento debe lamentar no haber presidido la cima climática. Habría montado un numerito con Greta Thunberg, el nuevo icono del santuario laico. Pero el cambio climático se debatió en Madrid, como tantos asuntos que atañen a la realidad. Condenada a capital de la República que no existe, Barcelona sigue secuestrada por oligarcas irresponsables, jubilados histéricos y niñatos pirómanos.

Mientras a un lado de la plaza San Jaime el vicario Torra predica la desobediencia al Estado, en el otro Ada Colau prosigue su incansable erosión de la que fue Ciudad Condal. El Belén de la escenógrafa Paula Bosch: un montón de cajas que refiere más bien a una apresurada mudanza o a una barricada que a la tradición navideña. Tras cobrar 97.000 euros por el engendro, la autora aduce que lo suyo es una «instalación navideña»; quien quiera ver un pesebre que tilda de convencional, que vaya al Museo Marés.

En Cataluña hay una gran tradición de pesebres; de los buenos y de los malos. Los buenos nos encantan con dioramas, agua natural y ese minimalismo que evoca instantes felices de la infancia. Los malos tienen su acomodo en el nacionalismo clientelar que recoloca en entidades que pagamos todos a los peones del Régimen. Pesebres como la Diputación, donde Maite Fandos -exconcejal de Trias- cobra una pasta como «asesora técnica» para que «no se ponga más nerviosa de la cuenta» y confirme al juez Aguirre el desvío de subvenciones a los chiringuitos convergentes.

Pesebres como la Institució de les Lletres Catalanes. Laura Borràs, directora entre 2013 y 2017 y vocera de Junts per Catalunya, troceó 260.000 euros para un amiguete en contratos de 18.000. La Fiscalía le acusa de prevaricación, malversación, fraude y falsedad. «Con la Borràs, con la jefa, yo facturo unos trapis», se congratulaba el pesebrista beneficiado.

Pese al bodrio navideño de plaza San Jaime, no podemos negar a Colau su capacidad para unir a independentistas y constitucionalistas. Esta semana se demostró en el Club Capitol: los restauradores protestaron con tarjeta roja el aumento de tasas municipales a las terrazas. La alcaldesa que toleró la ocupación de la plaza Universidad, la que permite que los lateros campen por la Rambla y los manteros conviertan el metro en un zoco multiplica los impuestos a bares y restaurantes.

La ineptitud de nuestra comunera mayor obra milagros: puso de acuerdo a JpC (Elsa Artadi), Manuel Valls (BpC) Luz Guilarte (Cs), Miquel Puig (ERC) y Josep Bou (PP). Los amigos de Torra incendian Barcelona y luego Colau estrangula a los comerciantes que han visto mermado su negocio por los altercados. Ignasi Torralba, del mítico restaurante Amaya, lo expresó con claridad: «Si te quintuplican un alquiler se dice que te están echando del negocio, pero si te suben así los impuestos nos están echando a la calle, aunque nosotros no quemaremos contenedores».

Sin seguridad, concluía Batlle en el Círculo del Liceo, no habríamos organizado los Juegos: «Y como sigamos haciendo el indio podemos perder el Mobile». Sobre las ronchas de asfalto caminan nuestros políticos-activistas. Sonámbulos de su quimera, nos arruinan.

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