Sergi Doria - Spectator in Barcino
Los reservorios del virus
«Cuando todo esto acabe será el momento de aclarar cómo se produjo el derrame del coronavirus en Cataluña y el resto de España»
Cuando todo esto acabe será el momento de preguntarnos, al modo de «Conversación en la Catedral», sobre cómo se jodieron nuestras vidas.
El quilómetro cero de una epidemia depara siempre el relato vidrioso y conjetural de la conspiranoia: aparece un laboratorio donde algún aprendiz de brujo juguetea con armas bacteriológicas, hasta que el virus de diseño se les escapa de las manos y se expande sin freno.
Otras teorías culpan de las pandemias a hábitos antropológicos de africanos o asiáticos: esa inveterada costumbre de devorar roedores, monos, murciélagos o pangolines. Las enfermedades infecciosas que transmiten animales se denominan zoonosis: peste bubónica, rabia, gripe, tuberculosis bovina, gripe porcina o aviar, SARS, évola, hantavirus, Covid-19…
Los virus zoonóticos se camuflan en una especie portadora que la ciencia designa huésped reservorio. Así lo explica David Quammen en su crónica científica «Ébola» (Debate, 2016): «Un ecosistema perturbado es un buen caldo de cultivo para que las enfermedades aparezcan. Sacude un árbol y muchas cosas caerán. Caza un murciélago para comer, y podrías atrapar algo más. Mata un chimpancé para alimentar a tu familia y a tu aldea, y quién sabe qué horripilantes sorpresas podrían aparecer». Cuando el patógeno pasa del reservorio a otros receptores acaece el derrame.
Casi medio siglo después del primer brote de ébola se discute todavía sobre el reservorio que lo propagó en 1976 en una misión católica en la aldea de Yambuku: norte del Zaire -actual República Democrática del Congo-, cerca del río Évola. En 1996, el ébola volvió a golpear en Costa de Marfil y Mayibout (Gabón) y relanzó su ofensiva en 2014 al sur de Guinea.
En Mayibout dieciocho personas fallecieron tras comer un chimpancé. Para localizar los reservorios, Quammen se trasladó a la zona cero; uno de los supervivientes de la epidemia aportó datos sobre el origen del contagio: «Un día, unos muchachos de la aldea salieron de cacería con sus perros. Pretendían cazar puercoespines; en su lugar llegaron con un chimpancé: uno que no habían matado los perros, no. Un chimpancé que habían encontrado ya muerto. El chimpancé estaba en descomposición: el estómago estaba podrido e hinchado, pero esto no importaba: la gente estaba contenta e impaciente por su carne. Entonces, rápidamente, en un lapso de dos días, todo aquel que había tenido contacto con la carne enfermó».
A partir del primer brote, el ébola reapareció en el centro del continente africano, desde Guinea hasta Uganda. En 2002 se hallaron gorilas muertos que al ser analizados dieron positivo en ébola: con el paso de los años el virus llegó a matar cinco mil simios. Cuando el ser humano invade espacios que durante siglos mantuvieron un ecosistema con especies que actúan como reservorio de patógenos milenarios, la conectividad zoonótica se hace plausible…
Aunque, por suerte, en la mayoría de casos no se culmina, apunta Quammen: «Los hantavirus provienen de los roedores, como también lo hace el virus de Lassa. La fiebre amarilla, de los simios. La viruela de los simios, a pesar de ese nombre, parece venir de las ardillas. El herpes B, de los macacos. Las gripes pasan de pájaros en vida silvestre a aves de corral y luego de estas a las personas, en algunas ocasiones después de haber permanecido un tiempo en los cerdos, donde se transforman. El sarampión pudo haber pasado al hombre de ovejas y cabras domesticadas. El VIH-1 nos llegó por los chimpancés».
Y el Covid-19 en aquel maldito mercado de animales salvajes de Huanan en Wuhan: se ha señalado al murciélago y luego al pangolín. En 2002, una civeta vendida en un mercado cantonés de Qinping desató el SARS. La epidemia de ébola de 2014 tuvo como animal sospechoso al murciélago cabeza de martillo, especie habitual en la frontera de Guinea con Liberia y Sierra Leona.
Cuando asomó el Covid-19, el Gobierno chino purgó al médico que descubrió el virus y activó un apagón totalitario que no ayudó a que en Occidente se tomaran precauciones: la agenda pública -o ideológica en el caso del 8M- siguió su ritmo. El 29 de febrero, una docena de autocares de un total de seiscientos viajó a Perpiñán (Francia) para rendir culto al fugado Carles Puigdemont y sus adláteres odiadores.
Dos semanas después, la capital de Pirineos Orientales -Catalunya Nord en la toponimia integrista- registraba el más alto índice de contagios del sur de Francia e Igualada devenía en epicentro pandémico.
Según la asociación CatCovid Transparencia, aquella concentración constituyó «uno de los mayores aceleradores de contagio… vector de aceleración y propagación del coronavirus en Cataluña».
Cuando todo esto acabe será el momento de aclarar cómo se produjo el derrame del coronavirus en Cataluña y el resto de España.
La cronología, con su fúnebre estadística, debería apartar a quienes entorpecieron por criterios ideológicos la estrategia sanitaria: el No-Gobierno de Torra tiene muchos números.