Sergi Doria - Spectator in Barcino
La Rambla en toque de queda
Si Colau aplicase el aserto ignaciano de «hacer de la necesidad virtud», habría convertido el tiempo muerto de la pandemia en la gran oportunidad para acometer el Plan Especial de la Rambla sin afectar al día a día de vecinos y comerciantes
![La Rambla de Barcelona](https://s3.abcstatics.com/media/espana/2020/12/13/ddd-kUZ--1248x698@abc.jpeg)
Con el ojo en el reloj para poder volver «poco antes de que den las diez» (como aquella canción de Serrat) el jurado que designa el Ramblista de Honor, del que formo parte, se reunía en el restaurante Los Caracoles. Pese a la hora temprana de la cena, las siete y media, la parte baja de la Rambla parecía estar ya bajo el toque de queda. Escasa iluminación, bultos sospechosos en los bajos del abandonado teatro Principal, luces verdes de taxis huidizos… En Escudellers rememoré los pollos a l’ast de mi niñez con el felliniano señor Bofarull y sus «performances» con Dalí, el rótulo del New York… Al volver de Los Caracoles recordé los fotogramas de «Bilbao»: Isabel Pisano baila desnuda en el Panam’s al ritmo del «I’feel love» de Donna Summer; o al Pijoaparte delante del ya clausurado Cosmos, a punto de robar una moto para ir en pos de Teresa.
Dos siluetas Rambla abajo en la penumbra me hicieron pensar en Daniel Sempere y su padre rumbo al Cementerio de los Libros Olvidados en «La sombra del viento». La Rambla y sus afluentes compone la toponimia esencial de la tetralogía de Ruiz Zafón. Sus personajes transitan por la fuente de Canaletas, Capitol, Poliorama, Santa Ana, Ateneo Barcelonés, granjas de Petritxol, Casa Bruno Quadros, Café de la Ópera, Liceo, hotel España, calle Fernando, plaza Real, hotel Oriente, Escudellers, Arco del Teatro… La esencia de la Rambla que en su origen fue torrente, decía el amigo Carlos una noche de verano en que cenamos, precisamente, en Los Caracoles, «no reside en el cauce, sino en el caudal que por ella fluye».
El caudal de la Rambla se enturbió hasta secarse. Mañana, lunes, cuando Amics de la Rambla, la asociación que preside Fermí Villar, nombre Ramblistas de Honor al escultor Jaume Plensa, el CAP del Raval y las payesas de la Boquería, se comentará, una vez más, el abandono de la vía más carismática de Barcelona. Nuestra alcaldesa pisa poco una Rambla que identifica con el pernicioso turismo masivo. Lo suyo son campañas para mantener en tensión a su parroquia: desahucios, Mobile, turismo… Y ahora el «urbanismo táctico» y la guerra al coche. El comunismo reciclado mima a las «víctimas» del sistema «heteropatriarcal». Como advierte Douglas Murray en «La masa enfurecida» (Península): «El victimismo tiene mucha más salida y está más cotizado que el estoicismo o el heroísmo… Ser víctima garantiza la victoria (o, cuando menos, arrancar cierta ventaja) en la gran carrera de la opresión».
Las ocurrencias «ecologistas» pintarrajean de azul y amarillo un pavimento repleto de flechas, bolardos y hormigón. Chaflanes de Cerdà amenazados por un urbanismo populista que aprovecha la pandemia para esquivar consensos. Según un estudio del RACC, solo un 0,5 por ciento de los viandantes utilizan la señalización peatonal de vía Layetana, poco más del 16 la acera pintada de Rocafort y el 13,1 la zona amarilla de Consejo de Ciento. Arterias estrechadas y trombos por la presión circulatoria como en el pasado puente: a marchas cortas, más CO2. De libro.
Mientras el ayuntamiento ejecuta obras en el colector de la Diagonal, ronda Universidad (ampliación de aceras, reducción de carriles), Aragón (carril bici de Meridiana a Tarragona y más carril bici en paseo de Zona Franca), entre otras actuaciones de cirugía «táctica», la Rambla aguarda que la reforma aprobada en mayo de 2016 se lleve a cabo. Son 1.663 días de toque de queda, como anunciará hoy el marcador sobre el Café de la Ópera. «La inacción del gobierno municipal ha provocado que, a pesar del amplio consenso ciudadano y político, el proyecto siga parado. No se han licitado las obras ni existe una previsión real para el inicio de la reforma», lamentan en Amics de la Rambla.
Si Colau aplicase el aserto ignaciano de «hacer de la necesidad virtud», habría convertido el tiempo muerto de la pandemia en la gran oportunidad para acometer el Plan Especial de la Rambla sin afectar al día a día de vecinos y comerciantes ya que la economía se encontraba en «stand by» por la pandemia. El año 2020 hubiera significado la resurrección de la Rambla. Pero no. La alcaldesa no conjuga el verbo «ramblear». El memorial del deterioro es prolijo: fuentes sin agua como las Wallace y la de Mary Santpere (¡tan olvidada!), grafitis en las paradas, árboles enfermos que precisan de una urgente poda, señales de tráfico torcidas, alcantarillado deficiente, ratas y delincuencia… El pavimento central es el más perjudicado: dos tercios de las baldosas están sueltas o quebradas.
Mientras cinco millones de euros en hormigón -¿ecológico?- se desparraman sobre Barcelona, a la Rambla solo la defienden sus entidades culturales, vecinos y comerciantes.
Al llegar a casa viene a la memoria otra canción de Sisa: «Han tancat la Rambla, han fet fora a tothom…». Parece escrita hoy.