Sergi Doria - SPECTATOR IN BARCINO

Los murciélagos de Cataluña

Los murciélagos de Cataluña se ceban gracias a su ideología corruptora: son nuestra eterna epidemia

Vampiros, exposición en el CaixaForum EP

El coronavirus lo propagó un murciélago en Wuhan: desde entonces portamos mascarilla, nos toman la temperatura y menguan nuestras economías; la tenebrosa zoonosis nos roba la alegría de vivir.

El infausto 2020 tiene su exposición en los vampiros congregados en CaixaForum. La cronología del mito, desde la génesis literaria de Polidori –aquel verano sin sol de 1819–, al contemporáneo «crepúsculo» de los adolescentes.

De las leyendas transilvanas de Vlad el Empalador al «Drácula» de Bram Stoker , encarnado en la pantalla por Bela Lugosi, Christopher Lee o Gary Oldman. O la silueta larguirucha del «Nosferatu» (1922): el expresionismo onírico de Murnau que en 1979 recreó Herzog en la sanguinolenta mirada de Klaus Kinski. El vampiro, explica el comisario Matthieu Orléan, es un mito europeo nacido del miedo, la enfermedad y la crisis: justo lo que tenemos ahora.

El vampiro catalán lo imaginó Joan Perucho en «Las historias naturales» (1960). Onofre de Dip ataca a Ramón Cabrera, el «Tigre del Maestrazgo», en plena guerra carlista... Le deja en el cuello dos heriditas “leves e insignificantes, que los médicos atribuían al inicio de un forúnculo”. Antonio de Montpalau, un Van Helsing de la Ilustración barcelonesa, identifica la autoría vampírica, cura al general carlista con sopas de ajo y emprende la búsqueda del No Muerto, reencarnado en un guerrillero, El Mochuelo…

Onofre de Dip ostenta un abolengo aristocrático: embajador de Jaume I, en un viaje a los Cárpatos acabó uniendo su destino a la cadavérica duquesa de Meczyr.

El rastro de Onofre conduce a Montpalau hasta la villa carlista de Berga. Allí recibe una carta del vampiro: la máscara guerrillera de El Mochuelo era el disfraz heroico de su decadencia. Harto de chupar la sangre a los mortales, el inmortal ansía descansar para siempre en su catafalco. Pide a Montpalau que le aplique un exorcismo para acabar con su “abominable existencia”. El sueño eterno del vampiro coincide con la caída de Berga y la derrota carlista.

Además del Onofre de Perucho, o el « Vampir Cuadecuc » de Pere Portabella cuando siguió a Christopher Lee mientras rodaba «El Conde Drácula» de Jesús Franco, en Cataluña padecemos otra facción vampírica a la que repudiaría, por su vulgaridad, el melancólico Onofre.

Nuestros vampiros supieron adaptarse al clientelismo económico franquista; cuando aquel régimen declinó, se reencarnaron en herederos de la Renaixença, el Modernismo y el progresismo : patriotas que defendían la supervivencia de la lengua y la cultura autóctonas. A diferencia de los vampiros, que abominan de la cruz, los chupasangres catalanes están apegados al símbolo cristiano: si se ven acorralados, se refugian en parroquias rurales y monasterios: sobre todo, el de Montserrat .

Ese clericalismo, como sus ancestros carlistas , funde la ideología mitológica con las creencias religiosas. De ahí la irracionalidad de sus adictos y el negacionismo ante cualquier argumento que revele su impostura.

Conseguida la simpatía popular, infiltrados en todos los intersticios –siempre subvencionados– de la «sociedad civil», nuestros vampiros acaparan la hegemonía política desde hace cuarenta años: los mismos que la dictadura franquista . Disfrazados de guerrilleros por la libertad, ya no son material de serie B, ninguneado, por carlista, meapilas y retrógrado, desde el marxismo barcelonés. La otrora orgullosa Barcelona que los ridiculizaba como «gent de la ceba» fenece hoy entre miasmas provincianas.

Y como el poder absoluto corrompe absolutamente, nuestros vampiros nos sorben la sangre cada vez con menos disimulo y una impunidad tan pornográfica que los acaba delatando.

Ya no son mordidas de minúsculos orificios… Los vampiros convergen, bajo distintas denominaciones, para desangrar a su «amada Cataluña». Cuando la luz de las evidencias perturba su monumental mordida , reaparecen como víctimas de un Estado represivo, proclaman una vampírica república que transformará Cataluña en una Transilvania del Mediterráneo (ellos prefieren el topónimo de Dinamarca del Sur). Sin cazavampiros que incordien su actividad extractiva, pretenden así seguir succionando la sangre de los catalanes.

Tocados con un lazo amarillo, estos vampiros no tienen la elegancia gótica de Drácula o el citado Onofre. Se comportan como caciques de manual , con algún giro rijoso o chusco que revela la impostura de sus sermones supuestamente altruistas.

Ostentan, en su mayoría, nombres y apellidos muy catalanes, aunque a veces se cuela alguno no catalán que puede disimular su identidad excluyente.

Cuando se les descubre se agitan, gesticulan y muerden: un coro de voces mediáticas les arropa con la salmodia de que son idealistas al servicio de su país. De tan disparatadas, sus quimeras secesionistas darían risa si no hubieran hecho de Cataluña una baldía tierra quemada.

Los murciélagos de Cataluña se ceban gracias a su ideología corruptora: son nuestra eterna epidemia . Vamos a necesitar infinitas ristras de ajo para que sus acólitos se desencanten y dejen de chuparnos la sangre.

Pasará el coronavirus, pero seguirán aquí: los colmillos más astillados, pero idéntica obsesión depredadora .

Una patética paradoja: su canción predilecta es «L’estaca».

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