Sergi Doria - Spectator In Barcino
Memoria, discordia y mala sombra
En lugar de eliminar la memoria que no nos gusta, deberíamos conservarla para reflexionar sobre las circunstancias que llevaron a los españoles a matarse desde 1934
En una magistral Fe de Ratas Nieto dibuja a Pedro Sánchez satisfecho. Ha puesto un monumento a su tramposa palabra: CONCORDIA, en mayúsculas y color violeta. En el suelo, la sombra de las letras revela todo lo contrario: DISCORDIA. Los perspicaces roedores de Nieto comentan la escena… «Me lo temía: la concordia de Pedro Sánchez tiene muy mala sombra».
La Ley de Memoria Democrática que el gobierno ha remitido al Congreso donde se trabajará en otoño para «mejorarla», dice Félix Bolaños, ahonda en el carácter divisivo que caracterizaba a la Ley de Memoria Histórica con la que Zapatero deshilachó en 2007 los consensos de la Transición. Entre la exposición de motivos, como subrayaba Víctor Ruiz de Almirón en estas páginas, la extensión del estatuto de víctima a los familiares de los asesinados por el franquismo.
Y como para aprobar la ley harán falta los votos de los aliados separatistas -a Bildu y Esquerra la ley del gobierno le parece insuficiente- el espíritu de la discordia impregnará la redacción definitiva del texto.
En 'La masa enfurecida' (Península) Douglas Murray subraya que el victimismo alcanza hoy una mejor cotización que el heroísmo: «Las personas oprimidas (o que afirman estar oprimidas) son, por algún motivo, mejores que las demás; que el hecho de pertenecer a este grupo lleva aparejada cierta aureola de decencia, de pureza o de bondad».
La memoria 'democrática' del gobierno social-comunista atribuye al periodo republicano toda suerte de buenas intenciones truncadas por quienes combatieron en el bando franquista.
En el 36 la sangre derramada se repartió en ambos frentes, pero ahora hay que dar la sensación de que solo hubo unos victimarios: los vencedores. En 1939 el franquismo aplicó al revés la misma arbitrariedad: los rojos eran malos españoles y asesinos, mientras que los nacionales, caballeros excombatientes.
Pareció que los consensos de la Transición finiquitarían tal aquelarre maniqueísta; pero la izquierda, carente de un proyecto de convivencia, sigue invocando a Franco para mantener lo que Zapatero denominaba «la tensión». O sea, la discordia.
En Cataluña se impone desde hace tiempo la patraña antifascista y la pornografía victimista: el nacionalismo en todas sus facciones –de los fascistas a los antisistema de la CUP– se reclama víctima del franquismo; y, todavía más, represaliado por la España democrática que ellos tachan de Régimen del 78.
Luego resulta que esos burgueses y funcionarios oprimidos viven como Dios, mientras que los presuntos represores son las proletarizadas clases medias que bastante tienen con sobrevivir; o los constitucionalistas que no observan ningún conflicto en conjugar la catalanidad con la pertenencia sin complejos a la nación española.
Tzvetan Todorov, que conocía el totalitarismo –venía del comunismo búlgaro y sabía diseccionar las (malas) artes del lenguaje– desconfiaba de las memorias y las conmemoraciones -más histéricas que históricas- patrocinadas desde la hegemonía política.
«Se nos dice a menudo en nuestros días que la memoria tiene derechos imprescriptibles y que debemos constituirnos en militantes de la memoria», escribe en su imprescindible ensayo 'Memoria del mal, tentación del bien' (Península). Y advierte: «Cuando se escuchan esas llamadas contra el olvido o en favor del deber de la memoria, la mayoría de las veces no se nos invita a un trabajo de recuperación de la memoria, de establecimiento e interpretación de los hechos del pasado… sino más bien a la defensa de una selección de hechos entre otros, la que asegura a sus protagonistas que se mantendrán en el papel de héroe, de víctima o de moralizador, por oposición a cualquier otra selección, que podría atribuirles papeles menos gratificantes».
Ejemplos de tan sectaria criba abundan en la Cataluña secesionista y la Barcelona 'podemizada'. Actos vandálicos contra la memoria de los catalanes del franquismo por los 'incontrolados' –siniestra denominación– de Acció per la Independència: quema de enseñas del Tercio de Montserrat y profanación al monolito en memoria de la matanza por las tropas de Líster de medio centenar de presos nacionales en el Santuario del Collell… En el paredón, Sánchez Mazas y Roberto Bassas, abogado de Castelló d'Empúries que pasó del grupo L'Opinió (escisión de Esquerra) a Falange. Bassas tuvo calle en Les Corts. En 1979 el ayuntamiento cambió al falangista por el racista Sabino Arana. Curioso trueque de la izquierda catalanista. Más catalanista que izquierda, borraba la memoria de los 'malos catalanes' del bando franquista.
En lugar de eliminar la memoria que no nos gusta, deberíamos conservarla para reflexionar sobre las circunstancias que llevaron a los españoles a matarse desde 1934. Por qué unos amigos que compartían tertulias culturales acabaron enfrentados en las trincheras del odio.
Confinar al olvido o demonizar a quienes lucharon con Franco –por ideales o mera supervivencia– es igual de injusto que negar la categoría de españoles a quienes defendieron -por ideales o mera supervivencia- la República.
En la memoria oficial asoma la mala sombra de la discordia.