Sergi Doria - Spectator in Bacino

De la inmersión al ahogo

La izquierda catalana colaboró en el estropicio sociolingüístico

Entrada en un centro escolar catalán EFE

Sergi Doria

Sostiene Iceta que la inmersión lingüística debe revisarse y que el independentismo ha «instrumentalizado el catalán».

Denuncia Iceta la confusión entre identidad y monolingüismo, pero el PSC lleva cuatro décadas diciendo amén a esa entelequia. Cuando Franco acaparó la españolidad e impuso «la lengua del imperio» hizo mucho daño a la idea de España.

El nacionalismo catalán ha practicado la misma ingeniería social. Al establecer un patrón de «buen catalán», la lengua –años atrás adoptada con simpatía contra la estigmatización franquista–, ha devenido en lengua del poder: tan antipática como «la lengua del imperio».

La izquierda catalana colaboró en el estropicio sociolingüístico; algunos de los que saludaron la propuesta de Josep Benet –Cataluña «un sol poble»– reconocen el error. El antiguo líder de CC OO, José Luis López Bulla, ratifica esta semana a Andreu Missé en El País que procés y sindicalismo son conceptos antagónicos: «La lucha nacional y la lucha social es un oxímoron».

Josep Maria Rañé, exdirigente de UGT y exconsejero de Trabajo, admite que combinar el nacionalismo con el sindicalismo fue una estrategia equivocada; el segundo acabó siendo utilizado por el primero: véase los recortes de Mas y la docilidad, cuando no complicidad con el separatismo, de los actuales líderes de UGT y Comisiones Obreras: «La independencia es un mal negocio para el mundo laboral y sindical. Significaría un aumento de los aranceles de hasta un 20 por ciento… Los sindicatos empiezan a tomar conciencia de que la lucha nacional no les interesa y quieren mantener un perfil propio», apunta Rañé.

Un perfil cada vez más desdibujado al tolerar que la Intersindical-CSC del exconvicto Sastre haya erosionado adhesiones sindicales entre el funcionariado y desvirtuado el derecho de huelga con los paros políticos del 3-0 de 2017 y el 18-O de 2019. La fotografía de la fallecida Muriel Casals, lideresa de Òmnium, con José Maria Álvarez (UGT) y Joan Carles Gallego (CC OO) ante las Tres Chimeneas es una bochornosa muestra de sindicalismo amarillo.

Una izquierda que en su faceta populista –nos referimos, cómo no, a Ada Colau– reproduce los abyectos protocolos de la propaganda a que nos tienen acostumbrados los medios de comunicación del régimen. Si TV3, Catalunya Ràdio y los digitales subvencionados connotan positivamente lo catalán y negativamente lo español, el Ayuntamiento presenta en la campaña «El present és feminista» –¿lo controló el PSC?– a unos epígonos de la Manada que jalean (en castellano) el video sexual de una compañera de clase, hasta que el «chico bueno» los reprende (en catalán).

Esta técnica de demonización es tan vieja que en 1910 ya la denunciaba Pío Baroja: «Otra de las cosas que he solido leer en los periódicos catalanistas, que durante algún tiempo han tenido la especialidad de partir un pelo por la mitad, ha sido la afirmación de que el castellano, y al decir castellano quieren decir todo español que no sea catalán, es un violento, y el catalán, no». Y ponía de ejemplo al rotativo –nacionalista de izquierdas– El Poble Català. La noticia aludía, mira por donde, a un crimen machista. Un vecino de Madrid había asesinado a su mujer y luego se había suicidado. Y El Poble Català concluía que tal crimen demostraba la violencia castellana…

Porque, como es sabido, en la naciente República Catalana no tenemos ladrones, ni machistas, ni violadores, ni pederastas…

Ajenos al pecado original, separatistas y populistas exigen que se expulse a la Policía Nacional de Vía Layetana 43 y la izquierda accede en plena ofensiva de los CDR.

La comisaría fue un enclave primordial de la represión franquista y nadie lo pone en duda. Lo que nadie dice es que, como el castillo de Montjuïc, en los años de la República y la guerra civil fue –también– un enclave de tortura, a cargo de los Badia y compañía.

El nacionalismo, escribió Orwell, «no solo no reprueba las atrocidades cometidas por su propio bando, sino que tiene una notable capacidad para no oír siquiera hablar de ellas…»

El principal enemigo de la cultura catalana es el catalanismo. Lo advirtió Gabriel Ferrater y el guitarrista Toti Soler lo corrobora al recordar en el libro «Els 4 Gats» cómo Barcelona enmudeció en los ochenta: «La llegada del del señor Jordi Pujol fue una catástrofe para la cultura catalana. Así, tal como suena. Este hombre tenía una idea de la política donde la cultura no entraba. Todo lo redujo a cuatro nombres que no mencionaré, porque quedaría feo, pero no es difícil deducir quiénes son. Se escogieron en todos los ámbitos, uno de la cançó, uno de la pintura, uno de la música, que tenían en común cumplir la premisa exigida por el Honorable, la de que no facin mal».

Y el PSC. Y los sindicatos. Y los docentes. Y la gente de la cultura. Y cierta prensa domesticada. Transigiendo. Hasta hoy. Ahogados.

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