Sergi Doria - Spectator In Barcino
Illa, ¿más de lo mismo?
El PSC debe dejar de ser comparsa de esa ideología reaccionaria: llámese Esquerra, Junts, CUP, o «socialismo» de Ernest Maragall

Los primeros que confundieron a Pujol con Cataluña fueron los socialistas de Cataluña… El PSC se sometió a lo dictado por las cien mil personas -no hubo más- que orillaban el camino de Jordi Pujol desde el Parlament hasta la plaza de Sant Jaume: había otro pueblo fuera de allí…».
En «Contra Catalunya» Arcadi Espada describe la orgía caudillista de 1984. En el balcón de la Generalitat, Pujol llama indigno al gobierno español por la querella de Banca Catalana: «¡De ahora en adelante de ética y moral hablaremos nosotros!». Los del «nosotros» intentan agredir a Raimon Obiols, líder del PSC. Una pancarta chorrea victimismo: «1714 Felipe V 1939 Franco 1984 Felipe González».
Con la mayoría convergente, la política catalana queda cegada por la remunerada «omertá» del Oasis. El PSC y los restos del PSUC no alzan la voz. «Contra Catalunya» aparece en 1997, el año de la condena a socialistas por la trama Filesa. Pujol alcanza el cénit de «hombre de Estado»: en 1993 salvó al último gobierno González; en 1996 posibilita con el pacto del Majestic el primer gobierno Aznar.
Los desencantados del PSC acomplejado por no ser suficientemente nacionalista fundan Ciudadanos: «Es duro para quienes militamos en la izquierda, pero el único haber del maragallismo –el impulso de Barcelona– se pierde en el Tripartito y la reforma del Estatuto», comentará Espada.
Ciudadanos fue la gran esperanza para los catalanes opacados por el nacionalismo en los protocolos sociales, la escuela y los medios de comunicación que difunden lo que el nuevo partido denomina «pedagogía del odio».
Esa es la historia. Ciudadanos murió de éxito. Ganó las elecciones catalanas y sumó 57 escaños en el Congreso. Paradójico. El dinamitero fue un Albert Rivera obsesionado por liderar la derecha. Ante el 14-F la demoscopia les otorga una quincena de escaños.
Parte de esos votos darán oxígeno al PP y Vox; la otra parte… ¿Retornará al PSC que los perdió por su flojera ante el nacionalismo? ¿Se quedarán en casa?
Salvador Illa entra en escena. ¿Dónde está el PSC? se preguntaba Xavier Sardà en un lúcido artículo de «El Periódico». ¿Dónde está cuando se excluye al castellano en las escuelas? ¿Seguirá blanqueando la sedición juzgada y condenada? ¿Reeditará el desastroso tripartito que condujo al nuevo Estatuto, aquella reforma de la Constitución por la puerta de atrás? ¿Querrá arañar votos a los Comunes con un izquierdismo sectario e infantil? ¿Optará por los votos huérfanos de la convergencia moderada para resucitar, esta vez con Esquerra, la «sociovergencia»?
Es muy posible otro tripartito, disfrazado de bipartito: PSC y ERC en la Generalitat; Comunes menguantes aportarán en el Parlament los votos que cuadran mayorías. O PSC y Comunes gobernando y ERC apoyando. Más de lo mismo.
El filósofo Illa adjudica a su candidatura conceptos de autoayuda o de homilía: reencuentro, esperanza… El vector argumental lo marca Sánchez: en el procés todos cometimos errores. Es posible, comentaba un veterano periodista: algunos han cometido errores, pero otros han cometido delitos.
¿Esperanza? ¿Reencuentro? He aquí un decálogo contra el «más de lo mismo».
Primero. Desmontar las mentiras del separatismo. Ejemplo: llamar «conflicto entre España y Cataluña» al desafío de una parte de Cataluña (independentistas) al sistema constitucional español.
Segundo. Romper la nociva placenta de treinta años de pujolismo y diez de protogolpismo. Promover la cocapitalidad de Madrid y Barcelona: hacer visible la presencia del Estado en Cataluña (enmendar el inmenso error de socialistas y populares)
Tercero. Impedir la expulsión social del castellano por quienes lo consideran lengua «impropia».
Cuarto. Reconocer alto y claro, no con la boca pequeña, la cultura catalana en castellano y el protagonismo de Barcelona como plaza editorial del libro hispanoamericano.
Quinto. Dejar de ningunear a las fuerzas que defienden la Constitución.
Sexto. No olvidar que el Cinturón Rojo se pasó a Ciudadanos: el PSC, que fue su partido natural, no les defendía.
Séptimo. No olvidar a Josep Borrell, único líder del PSC con un discurso alternativo al nacionalismo. Escuchar a los socialistas que añoran la antigua Federación catalana del PSOE.
Octavo. El «procés» lo impulsa una oligarquía extractiva. La República Catalana: estado «ad hoc» para consolidar hegemonía. Aliñado con mucha «carroña sentimental» (Marsé dixit). CDR y ANC de fuerzas de choque: «trumpismo» a la catalana.
Noveno. Izquierda y nacionalismo: un oxímoron. El PSC debe dejar de ser comparsa de esa ideología reaccionaria: llámese Esquerra, Junts, CUP, o «socialismo» de Ernest Maragall. Independencia rima con incompetencia.
Décimo. Iceta pactaba a dos bandas del separatismo para que se disputaran cuotas de poder (véase Diputación)… Pero la mitad de los catalanes siguen ignorados por una administración de parte.
Illa, hombre tranquilo, toreará sin aprietos a la excluyente Borràs y al gasolinero Canadell. Pero no confundamos la educación con la enésima claudicación.
Hasta aquí el decálogo contra el «más de lo mismo».
Ir a por todas (de verdad).