Sergi Doria - SPECTATOR IN BARCINO
La Cuadrilla de la Deslealtad
«El resto es conocido: leyes de desconexión, 1-0 y secesión»
Como cualquier virus, el secesionismo muta. Para seguir erosionando al Estado aprovecha la pandemia y disfraza de preocupación sanitaria la guerra sucia del «ho tornarem a fer».
Quienes creyeron que el lazo protegía del coronavirus, cuál «detente bala» carlista, e intercambiaron babas en la romería de Puigdemont, regurgitan insidias contra España. La necesaria unidad para combatir la pandemia y optimizar recursos cabrea a las taifas de Cataluña y País Vasco. Urkullu, tras su pésima gestión en el vertedero de Zaldibar -dos muertos sin exhumar- y con un escandaloso ascenso de coronavirus, protestó con la boca pequeña: «Coordinación no es imposición».
Fue Torra -por enésima vez y hasta que el Supremo ratifique su inhabilitación-, quien entonó el berrido cantonal. Tras quejarse de «confiscación de competencias» se descolgó del compromiso de las autonomías ante la crisis.
Jaleado por el Fugado, TV3, la predicadora Rahola, los millonetis Llach y Mainat, el gasolinero Canadell, un tal Fernández de la ANC que acusa al Estado de jugar «con la vida de los catalanes», propagó que el estado de alarma es un 155 encubierto mientras exige un confinamiento que ya se aplica desde el 15 de marzo.
Cuando el pandillero mayor lanzó el primer escupitajo, el resto de la cuadrilla retozó en la ponzoña. La yaya Ponsatí hizo befa de los muertos madrileños y la consejera Chacón observó que el amarillo de la palabra virus en la publicidad institucional era un ataque subliminal Contracatalunya (escríbase siempre junto).
El virus de la deslealtad continuó mutando. Si el separatismo tiró de conspiranoia para insinuar que el CNI estaba tras los atentados de la Rambla, el coronavirus sería un pretexto del Estado para echar mano del ejército: un ejército que llega a Cataluña para desinfectar el puerto y aeropuerto y recibe del consejero Buch.
El catálogo separatista del bulo supera al meme más memo… El gobierno central requisa mascarillas destinadas a hospitales catalanes, «denuncia», el gasolinero Canadell. La portavoza Budó acusa al Estado de todos los contagios: «Han sido rápidos para sacar los militares a la calle, pero lo que hace falta es ser rápido en tomar las medidas que sean realmente efectivas».
Y para disimular «el llautó» identitario, añade: «No se trata de ninguna batalla política, ni envolverse en ninguna bandera, ni de unos territorios contra los otros…». ¿Seguro que no? Esquerra y Junts comparten incompetencias. La consejera de Sanidad es incapaz de contabilizar las camas de las UCI: (a estas horas sigue en el cargo).
Confinado por el coronavirus, Torra teletrabaja -es un decir- su odio a España y la proclamación telemática del Fugado. Al que pretende cerrar Cataluña como sea -ese viejo y húmedo sueño- le «importa un rábano en estos momentos las fronteras y las banderas». Dicho en cheli: «¿Me lo dices o me lo cuentas?».
Ante tanto histrionismo secesionista -solo a ellos les preocupa ¡muuucho! Cataluña-, algunos datos sobre la demolición de la Sanidad que perpetró Mas en 2010: cierre de quirófanos por las tardes; suspensión de servicios hospitalarios con la excusa del verano… para luego no retomarlos; reducción del horario de atención en los CAP; se dejó de cubrir bajas de los facultativos que enfermaban o se jubilaban; colapso de las urgencias por reducción de efectivos e incremento en las listas de espera…
En números: de 76.306 sanitarios en 2011 a 73.899 en 2015. De 14.072 camas hospitalarias a 12.902. De 9.875 millones de gasto en 2010 a 8.290 en 2014. Un 26 por ciento de recorte de inversión social (6.000 millones): el ajuste más duro en España de 2009 a 2015.
Y mientras su gobierno -autodenominado «dels millors»- recortaba con furor digno de mejor causa, Mas mutaba en Moisés rumbo a la República Catalana.
El resto es conocido: leyes de desconexión, 1-0 y secesión.
Si Sánchez leyera los Diarios de Azaña -que, por desgracia, no es el caso- constataría que la deslealtad nacionalista sigue ahí.
Deslealtad, incluso, hacia quienes ayudaron a la instauración de la autonomía. Miseria moral de una Generalitat que aprovechó la guerra civil para echarse al monte: «Los periódicos, e incluso hombres de la Generalitat, hablan a diario de la revolución y de ganar la guerra. Hablan de que en ella interviene Cataluña no como provincia sino como nación. Como nación neutral, observan algunos. Hablan de la guerra en Iberia. ¿Iberia? ¿Eso qué es? Un antiguo país del Cáucaso… Estando la guerra en Iberia puede tomarse con calma… Cataluña ha sustraído una fuerza enorme a la resistencia contra los rebeldes y al empuje militar de la República».
Las deslealtades de la Generalitat darían para escribir un libro, concluía el presidente de la República. O para dos. O tres… O muchos más.
En 2020 el secesionismo aprovecha la guerra del coronavirus, para añadir más capítulos a su historial de infamias.
¿Seguirá dialogando Sánchez con esta Cuadrilla de la Deslealtad?