Sergi Doria - Spectator in Barcino

En el crepúsculo barcelonés

La Barcelona del siglo XXI, ya de por sí funesto, está hecha unos zorros

Ilustración de 'Cuando acaba la fiesta' ABC

Sergi Doria

Javier Montesol y Ramón de España vuelven a reunirse, cuarenta años después de 'La noche de siempre' -título al que siguió 'Fin de semana'- en su tercera novela gráfica, 'Cuando acaba la fiesta' (Almuzara): visión 'crepuscular y jocosa', según reza el subtítulo, de la posmodernidad años ochenta.

Los protagonistas de estas viñetas con tintas negras y letras de Talking Heads, Leonard Cohen o Roxy Music podrían recordar a los autores. Nacidos en los cincuenta, a Víctor y David les mola el rock, los cómics, los alcoholes de alta graduación, las jovencitas de buen ver y se ciscan en lo políticamente correcto. Sus circunstancias familiares: David es rechazado por una esposa que ya no soporta el tedio conyugal. Víctor se las tiene con su hija. La tacha de gorda, lesbiana e independentista.

Aferrados a la barra contemplan las violentas madrugadas de la Barcelona arrasada por el vandalismo separatista. David toma un taxi, mientras la guerrilla urbana lanza vallas a la policía y quema contenedores: «¡Y dicen que están oprimidos!», comenta con el conductor. «¡Joder! ¡El que está oprimido soy yo, que no he parado de currar desde los catorce años!... O mi padre que llegó de un pueblo de Sevilla a los ocho… ¡Esos no se han llevado una hostia en su puta vida!», responde el taxista. David le tranquiliza: «No se preocupe, que el fin de semana se irán a la casa de los papás en el Ampurdán y dejarán de quemar cosas hasta el lunes».

La Barcelona del siglo XXI, ya de por sí funesto, está hecha unos zorros. Si aplicamos la divisa de Jonathan Swift -nada es grande ni pequeño sino por comparación- podemos afirmar, sin caer en una cínica nostalgia, que en materia barcelonesa cualquier pasado, por lo menos desde mediados los setenta, fue mejor.

La asociación Amics de la Rambla acaba de nombrar Ramblistas de Honor a Marta Almirall, coreógrafa de Roseland Musical en 1983 y directora artística de la cabalgata de Reyes; al Maldà, cine inaugurado en 1945 y, todavía, un refugio del Séptimo Arte con cinco películas al día; y al restaurante Los Caracoles por sus 185 años de historia.

El segundo restaurante más antiguo de Barcelona después de Can Culleretes merece capítulo aparte: abrió en 1835, el año de la bullanga de San Jaime que quemó los conventos de la Rambla. Después de la guerra del 14, ya en la calle Escudellers, los hermanos Bofarull aplican una creativa división del trabajo: Ramón se ocupa de la cocina y Antoni cultiva las relaciones públicas hasta convertirse en un personaje mediático. Actor en una treintena de películas y productor cinematográfico, el felliniano señor Bofarull ejerce de anfitrión de visitantes como Burt Lancaster, Edward G. Robinson, Vittorio de Sica, Ava Gardner, Errol Flynn, Bing Crosby, John Wayne, Julio Iglesias, Carmen Amaya, Charles Aznavour, Pablo Picasso o Salvador Dalí.

La saga Bofarull -ahora con Cristina, Yolanda, Aurora y Ramón- sigue protagonizando la crónica de una Barcelona azotada por el 'procés', la ineptitud de los gobiernos municipal y autonómico y las consecuencias de la pandemia.

Si en 1835 los conventos arrasados por la bullanga popular dejaron amplios solares para el Gran Teatro del Liceo o la plaza Real, la Rambla debe recuperar la armonía de luces cívicas y crepúsculos canallas: hace demasiados años que el crepúsculo solo sirve a la impunidad de la delincuencia. Su reforma lleva aplazada casi tres mil días: «Sabemos que difícilmente se hará en este mandato y cada vez los aplazamientos nos sorprenden menos…», afirma el presidente de Amics de la Rambla, Fermín Villar.

Este octubre, el verbo 'ramblear' volvió a conjugarse en la 'Festa del Roser' con una alfombra de flores sobre el mosaico de Miró; o el gastronómico Tast a la Rambla: casi cien mil asistentes, dos terceras partes barceloneses. Instituciones rambleras como las flores Carolina, Café de la Ópera, Moka, Escribà, Amaya, Nuria, Pinotxo, Boadas, Zurich, Jamboree, Tarantos, Sidecar o el Tablao Flamenco Cordobés ya funcionan a pleno rendimiento.

No todo son buenas noticias: a los locales que cerraron para siempre se unen edificios históricos que aguardan el rescate de un olvido indigno: como ejemplo más escandaloso, el teatro Principal.

Y ahora… ¿Quién levanta el pavimento? En el tiempo muerto de la pandemia el Ayuntamiento pudo iniciar las obras en una Rambla desertizada; ahora, retomado el pulso comercial y con el retorno del turismo, la ansiada reforma perturbaría la recuperación económica.

Trias dejó la reforma de la Rambla a Colau… Y Colau la endosará al Consistorio que surja de las próximas municipales. «Vaya mierda de siglo… Las Torres Gemelas, Lehmann Brothers, el coronavirus y, en medio el 'prusés'», lamentan los dos amigos de 'Cuando acaba la fiesta'. Y Colau, de alcaldesa, esperemos que no más allá de 2023. Este crepúsculo va a conseguir que Barcelona pase de marca a estigma.

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