Sergi Doria - SPECTATOR IN BARCINO

Companys, sin épica

Quienes afirman que ERC lleva casi 90 años sin corrupción ocultan o desconocen el caso Bloch del que fue protagonista, precisamente, Companys

Companys, el 2 de marzo de 1936, en su regreso a Barcelona tras ser amnistiado por el Frente Popular

El 6 de octubre de 1934, Lluís Companys quiso ser más nacionalista que nadie. Tachó al gobierno de la República de “monarquizante” y “fascista” y proclamó el “Estado Catalán”. Al regresar del balcón se dejó caer en un sillón. A partir de ese momento, nadie podría dudar de su catalanismo… “¿Habéis visto lo que he hecho? He sido el héroe. Ahora ya puede venir la muerte”.

Así lo recuerda el escritor Joan Puig i Ferreter, correligionario de Esquerra y consejero en la Generalitat.

Conocido como L’Ocellet (El Pajarito), Companys marcó paquete en su competencia separatista Josep Dencàs y el “Capità Collons” Miquel Badia por el amor de Carme Ballester, la rubia independentista que le robó el corazón tras el divorcio con su primera esposa. En frío, señala Puig, Companys era intrigante y maniobrero, en caliente podía ser un energúmeno: “Hizo aquello en estado de sonambulismo, como se puede cometer un crimen. De esos arrebatos tenía a menudo, demasiados. Entonces, él, el calculador, perdía los estribos. Era un impulso ciego.”

Lo mejor que hizo Companys en su vida, advierte Puig, fue “saber morir”. Todo lo anterior al fusilamiento fue la obra de un político “pequeño, voluble, caprichoso, inseguro y fluctuante, sin ningún pensamiento político, intrigante y sobornador, con pequeños egoísmos del vanidoso y sin escrúpulos para ascender, pero, a veces, con escapadas de atolondrado heroísmo y actitudes generosas”.

Atolondrado heroísmo y generosidad, en un océano de defectos y, haber sido fusilado en el foso de Santa Eulalia del castillo de Montjuïc, le elevaron como gran ídolo del templo nacionalista. A ello contribuyeron las hagiografías en la Transición, el ocultamiento interesado de episodios oscuros de su trayectoria política, la ubicuidad en el nomenclátor y aquella película de Josep Maria Forn con un título que aúna beatificación y victimismo: “Companys, proceso a Cataluña” (1979).

Pero Companys, que fue periodista y abogado laboralista nunca fue catalanista y cuando lo fue se debió a mero oportunismo. Siempre se movió en el republicanismo españolista y el sindicalismo pactista de su amigo de infancia Salvador Seguí, “el Noi del Sucre”. Una anécdota de aquellos tiempos revela el pensamiento de Companys. En las municipales de 1917, año de la huelga revolucionaria, Companys salió elegido concejal del Distrito Quinto (el actual Raval) barcelonés. Ya en el Consistorio cerró el paso al nacionalista Manuel Carrasco i Formiguera: lo llamó separatista y le obligó a gritar “¡Viva España!”

Cuando ERC, candidatos de aluvión al servicio del populismo personalista de Macià, ganó las municipales de abril del 31, Companys quiso ser el primero en proclamar la República desde el ayuntamiento; Macià le cortó las alas: percibió en aquel converso una desmedida ambición. Se negó a que Companys ostentara la alcaldía y lo nombró gobernador civil, un cargo con menos relumbrón popular. En las generales de junio de 1931, Macià envió a Companys a Madrid: combinaría su labor de diputado con la dirección de La Humanitat, el periódico de Esquerra.

Quienes afirman que el partido de Macià lleva casi 90 años sin corrupción ocultan o desconocen el caso Bloch del que fue protagonista, precisamente, Lluís Companys.

En noviembre de 1931, el francés Lazare Bloch se entrevistó en Barcelona con el alcalde de Esquerra Artemi Aiguader y el consejero de Finanzas, el radical Casimir Giralt: les ofreció reservas de oro para crear un banco de Cataluña y un crédito al ayuntamiento y la Generalitat. El lobista invirtió en Bolsa e hizo campaña para una devaluación de la peseta.

En la campaña de Bloch colaboró La Humanitat cuando publicó, disfrazada de artículo, una carta del especulador a favor de la devaluación.

Denunciado por La Publicitat, órgano de Acció Catalana, partido rival de Esquerra, Companys reconoció que conocía al lobista… Publicó el escrito -del francés al catalán- porque no sabía de economía. Con el debate del Estatuto y la necesaria colaboración entre gobierno central y Generalitat -¿nos suena?- se olvidó el escándalo.

Cuando falleció Macià, Companys estaba más pendiente de que nadie le quitara el trono de la Generalitat que de velar “lo féretro” como él decía al modo leridano.

En el último lustro de su vida hubo asuntos de alcoba; histrionismo de opereta; asesinato de los hermanos Badia y del comisario Andreu Rebertés; entrega del poder a anarquistas en el 36 y estalinistas en el 37 con su reguero de muertes; deslealtad a la República: “Que Companys finja escandalizarse, como campeón del derecho, después de cuanto ha ocurrido en Cataluña bajo su mando personal, es de un cinismo insufrible…”, lamentaba Azaña.

De haberse librado del fusilamiento, Companys habría tenido que rendir cuentas a sus correligionarios en el territorio hostil de la derrota.

Pero la Historia fue como fue: un hombre patético recauchutado en mártir por la épica nacionalista. El “bel morir” de Petrarca. Tal vez Companys pidió así perdón a los catalanes por su nefasta ejecutoria política.

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