Sergi Doria - Spectator In Barcino

Cinismo 'made in Catalonia'

El problema no era el fallido nuevo Estatuto, o el pacto fiscal, sino los brutales recortes sociales y la corrupción que corroía a Convergencia, el partido de la burguesía nacionalista

Laura Borràs, tras ser elegida como presidenta del Parlament Inés Baucells
Sergi Doria

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Ha tenido que arder dos veces Barcelona (2019 y 2021) para que las élites económicas digan basta. En la Estación del Norte asomaron incluso entidades tomadas por el secesionismo -Cámara, Cecot- y esa burguesía que ni chistó cuando el procés fracturó Cataluña; es más, lo acompañó con ese cinismo tan «made in Catalònia». Pero el gobierno independentista va a lo suyo. En una escandalosa dejación de funciones, Aragonès no estuvo en Seat mientras Junqueras predicaba autodeterminación.

«El silencio es el pecado de la sociedad catalana». La frase de Josep Lluís Bonet, el primer disidente del sometimiento del empresariado a la hoja de ruta separatista, lo resume todo.

José Manuel Lara Bosch fue la otra voz discordante de entre las grandes empresas ante la autodenominada 'revolución dels somriures'. Mas jugaba a ser el Moisés que nos guiaría -con astucia- a la Tierra Prometida y Lara Bosch advertía del éxodo empresarial que culminó en 2017. El Grupo Planeta, decía mientras otros callaban, se iría de Cataluña si advenía la independencia. Aunque la central permaneciera en Barcelona, los sellos en lengua castellana recalarían en otros puntos de España: «Yo no me iré, viviré aquí y las editoriales catalanas del grupo tampoco abandonarán Barcelona, pero a lo mejor tendré que trabajar de lunes a jueves en otro lugar», reiteraba. No tenía sentido que una industria de la lengua española permaneciera en una Cataluña «donde el español no fuera la lengua oficial».

La independencia, vaticinaba Lara Bosch, sería «un mal irreparable para unos y otros y un coste que no podremos pagar». No se creía las patrañas de un Mas que aseguraba que empresas y bancos se pelearían por radicarse en Cataluña, mientras ocultaba que la República Catalana quedaría fuera de Europa: «Dejen de decirnos verdades a medias, porque no me puedo creer la independencia de Cataluña dentro de la Unión Europea», sentenciaba el editor.

Pero ¡ay! lo que denunciaba Lara Bosch, compartido -siempre entre susurros- por otros líderes de la economía catalana, no trascendía en una sociedad narcotizada por el gregarismo emocional.

En su novela 'Independencia' (Tusquets) Javier Cercas atribuye al cinismo de nuestras élites la responsabilidad del procés: «En 2012 vivíamos hundidos en una crisis tremenda, la más fuerte en un siglo, y lo estábamos pasando mal. Muy mal. ¿Qué hicimos? Lo que debíamos hacer: sacar a la gente a la calle, con nuestros propios medios y la ayuda inestimable de nuestro gobierno, para meter toda la presión al Gobierno de Madrid, ponerlo entre la espada y la pared y obligarle a resolvernos el problema…».

El problema no era el fallido nuevo Estatuto, o el pacto fiscal sino los brutales recortes sociales y la corrupción que corroía a Convergencia, el partido de la burguesía nacionalista. Para desviar la atención y repartirse el resto del pastel, nuestra oligarquía extractiva se hizo secesionista; con el procés, cambió la senyera por la estelada: «Transformamos una reivindicación de una minoría en una reivindicación de casi la mitad del país… A la gente es facilísimo sacarla de casa, el problema es volverla a meter… El problema fue que se nos escapó de las manos».

Las astucias acabaron como acabaron: mal; las CUP lo enviaron a la papelera de la Historia para cambiarlo por Puigdemont. Si Lara Bosch (fallecido en 2015) fue de las pocas voces que se alzaron contra el disparate secesionista, Joan Coscubiela mantuvo el tipo junto a Lluís Rabell en las aciagas jornadas del 6 y 7 de septiembre cuando una Ley de Transitoriedad abolió el Estatuto y la Constitución. En 'La pandemia del capitalismo' (Península), Coscubiela disecciona unas bases independentistas mesocráticas. Empleados públicos y pensionistas dispuestos «a resistir, pero no a arriesgar su patrimonio, estatus económico o bienestar…».

La ficción ha durado casi una década. El fomento de la desobediencia desde la Generalitat -«apreteu» de Torra, «confrontación inteligente» de Puigdemont- ha arrasado con la seguridad jurídica. Esta Cataluña, donde el nacionalismo más retrógrado se disfraza de revolucionario, fue cautivada por el separatismo y ahora es cautiva de sus propios desafueros. A juicio de Coscubiela, una sociedad menos inclusiva «por la ocupación por parte del independentismo, de todas las esferas sociales».

Conclusión: Aragonès (Pere) se escandaliza de la extrema derecha, pero suplica a la ultraizquierda 'cupera' (desarmará a los mossos) y a la derecha populista de Junts que entren en el gobierno. «Si vienen a gestionar autonomía y a aplicar recetas neoliberales, barricada», contesta el otro Aragonès (Vidal) de las CUP.

El separatismo lo vuelve a hacer (equivocarse). Endosa de presidenta del Parlament a la imputada Laura Borràs (prevaricación, fraude administrativo, malversación y falsedad). A cambio de más poder, la CUP no pone barricada a la corrupción posconvergente.

«El independentismo no se puede permitir en la presidencia del Parlament ni una sombra de sospecha», había dicho el portavoz Miquel Riera. Más cinismo 'made in Catalonia'.

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