Sergi Doria - Spectator in Barcino
Boulanger y los facciosos populistas
La España políticamente correcta atribuye el «trumpismo» solamente a Vox… Pero (hasta ahora) los sitios al parlamento los protagoniza la ultraizquierda y el separatismo

El 24 de junio de 1871, hace 150 años, el coronel Georges Boulanger pasa a ser comandante de la Legión de Honor. En una década su ascensión ha sido fulgurante: herido en Italia y en la expedición de la Conchinchina de 1861 con grado de capitán y condecorado. Ascendido a mayor en 1870 en la guerra franco-prusiana; herido en la defensa de París, nombrado coronel. Represor de la Comuna, donde vuelve a caer otra vez herido…
Boulanger se revela como un caudillo populista. Degradado a teniente coronel, recupera el grado de comandante y en 1884 asciende a general. Dos años después deviene en ministro de Defensa del gobierno radical-socialista de Georges Clemenceau.
Las medidas de Boulanger complacen a los sectores conservadores y la milicia: aplauden las inversiones en armamento; la izquierda bendice la universalización del servicio militar: se acabó pagar para librarse de ir a filas; también los curas serán soldados.
Tanta popularidad transversal hace que el general justiciero se venga arriba. Sus discursos suenan cada vez más chovinistas y agresivos hacia la Prusia que se quedó con Alsacia-Lorena. Si estamos así, viene a decir, es por culpa de unos políticos vendepatrias, incapaces de recuperar los territorios perdidos. Boulanger -panadero, en español- amasa a la masa. Se presenta como el salvador del honor perdido de Francia: «Recordad que en Alsacia nos esperan», repite una y otra vez. En la prensa se comienza a hablar de un aspirante a dictador; el General Revancha le llaman: una crisis de gobierno descabalga a Boulanger del Ministerio desde el que llama a la guerra contra Prusia: queda apartado de los engranajes del Estado.
El ostracismo llama al victimismo y el populismo rezuma victimismo. Cuando Boulanger toma el tren para «desterrarse» en la rural Clermont Ferrand, decenas de miles de sus seguidores, que ya se declaran «boulangistas» le aclaman en la estación de París. Frente a los escándalos de la Tercera República, el general se alza como defensor de la Francia eterna. Le apoyan desde monárquicos legitimistas a los «communards» que masacró, desde la burguesía al proletariado.
Su salto a la política, acción negada a los militares, le reporta la expulsión del Ejército. Liberado de los galones, Boulanger concurre a las elecciones. El General Revancha gana por goleada en París.
El 27 de enero de 1889 cincuenta mil eufóricos «bulangistas» ocupan las calles. Piden a Boulanger que empuje a sus huestes para tomar el Elíseo. El sembrador de odios no se atreve a culminar el golpe de Estado.
El Ministerio de Interior acciona un suplicatorio para inhabilitar a quien amenaza la República. El 1 de abril de 1889, Boulanger huye a Bruselas con su amante, la actriz Marguerite Crouzet. En 1891, a la muerte de esta, víctima de la tuberculosis, el General Revancha se suicida.
El discurso de Boulanger. Los ministros no deben estar tan sujetos al poder legislativo: «La Cámara debe legislar, no gobernar». Democracia directa. «Es justo que se interrogue al pueblo por vía directa cada vez que se planteen graves conflictos que solo el pueblo puede resolver. Es por eso indispensable introducir en nuestra Constitución el referéndum». La democracia clásica, «tuneada» por un líder omnisciente: «El régimen parlamentario no puede realizar una era de paz y orden, de trabajo y crédito, de armonía y reconciliación».
Boulangismo: «Aspiración vaga y mística de una nación hacia un ideal democrático, autoritario, emancipador; estado anímico de un país que, a causa de diversas decepciones que les empujan a reprobar a los partidos clásicos en lo que confió, busca, más allá de las vías legales, otra cosa, sin saber qué ni cómo, y arrastra en esa búsqueda de lo desconocido a los descontentos y vencidos».
La definición de Arthur Meyer, director del conservador «Le Gaulois», es aplicable a los sucesores de Boulanger, (populismos contemporáneos): ultras de derecha e izquierda (Le Pen o Melenchon), Tiranos Banderas hispanoamericanos (de Perón a Chávez y Maduro, Fujimori, Alan García, el PRI y López Obrador). En Estados Unidos, el General Revancha se reencarna en Donald Trump: sus astados seguidores ocupan el Capitolio. Biden lo califica de sedición.
La España políticamente correcta atribuye el «trumpismo» solamente a Vox… Pero (hasta ahora) los sitios al parlamento los protagoniza la ultraizquierda y el separatismo.
En 2016 la turba podemita rodea el Congreso contra la investidura de Rajoy: «Ante el golpe de la mafia, democracia. No a la investidura ilegítima».
El independentismo es otro populismo. Septiembre de 2017: abolición de Constitución y Estatuto. Ley de Transitoriedad que otorga plenos poderes a Puigdemont: el cabecilla se fuga a Bélgica. Intento de asalto al Parlament del 1 de octubre de 2018: «¡Apreteu, apreteu, que feu bé en apretar!», jalea Torra a los CDR.
Coda. ¿Por qué Bélgica, de Boulanger a Puigdemont, pasando por el coronel Macià, sigue siendo asilo de sediciosos? Si lo vuelven a hacer volverán a Bruselas.