Sergi Doria - Sopectator in Barcino

Barcelona y sus enemigos

Si la pinza Torra-Colau ya degradaba Barcelona, la pandemia supone el tiro de gracia

Colau y Torra, durante una concentración en la plaza Sant Jaume este verano Efe
Sergi Doria

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Un enemigo de España, y también de Barcelona, abandona la Generalitat: cobraba 153.000 euros anuales por servir al fugado de Waterloo. En su estéril y tóxica presidencia, Torra evacuó desprecio a esta ciudad por «haber abdicado de ser la capital de Cataluña», papel que, a su torcido entender, debiera ejercer la fanática –antes inmortal– Gerona. Cuando el consistorio retiró la medalla al racista Barrera calificó Barcelona de «capital provinciana y mezquina»: dos curiosos epítetos viniendo de un abogado de la ratafía.

Torra ahuecó sin distancias de seguridad, con asfalto quemado y expansiones porcinas de esos CDR, a quienes anima a «apretar». El balance legislativo del inhabilitado que se quedará con el 80 por ciento de sueldo hasta su jubilación –92.000 euros, despacho y coche oficial– es cero. Cataluña pierde la hegemonía del PIB y deslocaliza su poder financiero.

Los enemigos de nuestra ciudad copan hoy las instituciones que deberían defenderla. Si la pinza Torra-Colau ya degradaba Barcelona, la pandemia supone el tiro de gracia. Con hoteles cerrados, carteles de «disponible» en uno de cada tres locales y un 70 por ciento menos de facturación en el centro comercial, Generalitat y Ayuntamiento insisten en sus guiones sectarios.

El guion del separatismo ruralista que odia Barcelona es conocido: cuanto peor mejor, «agitprop» mediática, coerción monolingüe y agitación callejera.

El guion de Colau, con la coartada de la pandemia, deconstrucción de la movilidad y acciones urbanísticas unilaterales; parafraseando del revés aquel eslogan municipal, «Barcelona posa't lletja»: coloración geométrica con peligrosos bolardos y contenedores que no sirve de gran cosa a un peatón cada vez más desorientado. Carriles vedados en Gran Vía y Diagonal: fastidian a los vecinos y devienen en velódromos. Intervenciones en chaflanes que desfiguran el Ensanche de Cerdà.

Entronización de la bicicleta con una permisividad –nula responsabilidad civil al no llevar matrícula– que acecha al paseante en vías bidireccionales, señalizaciones equívocas y ausencia de educación vial: demasiados ciclistas siguen sin respetar el semáforo rojo cuando le toca atravesar al peatón. Para los alegales patines, vía libre en aceras y calzadas.

Los Comunes implantan sus planes quinquenales populistas sin que a su socio municipal socialista se le oiga rechistar por tanto utopismo insostenible. La guerra contra el coche –cierre de Vía Layetana los sábados– hunde las ventas del mercado de Santa Caterina, el más damnificado de la ciudad con la Boqueria.

Frente a este trío letal –independentismo, colauismo, pandemia– solo queda una sociedad civil digna de tal nombre que «reviva» Barcelona antes de que el rigor mortis –económico, social y cultural– la condene al infierno de la insignificancia.

Independentismo y podemismo –unos en ámbito catalán otros en ámbito español– postulan sus respectivas «republiquetas». Una Cataluña fuera de la UE en una economía global donde cinco compañías digitales valen lo que la bolsa alemana entera. Lo cuenta Bernardo Hernández en la rentrée del Círculo del Liceo. El que fue directivo de Google, una de las veinticinco personas más influyentes de internet en España, advierte que la pandemia ha revolucionado la digitalización social.

¿Y Barcelona? Hernández se vino a vivir aquí tras sus años californianos. «Si recupera la conjunción entre sociedad civil, burguesía emprendedora, cultura local y proyección internacional, podrá ser una capital mundial», responde. Del verbo «recuperar» se infiere la ausencia de uno –o dos, o tres–, de esos virtuosos factores. Una década quemada en el «procés»: justo cada minuto desperdiciado en la pelusa del ombligo secesionista puede costar el ostracismo de una generación. Ahí tenemos al consejero Puigneró y su «republiqueta» digital: jugando a marcianitos con nuestros impuestos.

«Barcelona está tocada; hace ya unos años que asistimos a una progresiva pérdida de pujanza y esta crisis ha hecho emerger, agravados, los errores: de unos tiempos de actividad frenética, envidiable, a una actualidad acomodaticia y gris», alerta Daniel Martínez, presidente de Focus, sobre un sector teatral que perdió 30 millones con el confinamiento. Pero la gente quiere volver a unos teatros que, limitados al 70 por ciento de aforo, vuelven a llenarse. Se vio un lunes lluvioso en el acto vespertino de la Fundación Romea que dirige Félix Riera: lista de espera para escuchar el «Bon dia» de Perico Pastor. Durante el confinamiento, el pintor envió a sus amistades acuarelas dando los buenos días a la conversación, el mar, el paseíto, el café, el sol, la pareja, el juego…

Barcelona no se resigna a perder dignidad cultural. Lo constatamos en el Escenario Brossa y el Goya. A falta de toros, la Monumental se reinventa en club musical. Amics de la Rambla adereza con flores el paseo hasta el mar. El Liceo vuelve a ser presencial con un emotivo concierto de reencuentro. La Fundación Vila-Casas celebra su vigésimo aniversario: reabre Can Framis con cien obras de arte y pandemia.

Barcelona intenta revivir. A Generalitat y Ayuntamiento, una petición: por lo menos, no estorben.

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