Sergi Doria - Spectator In Barcino

Barcelona no pita

Si cuarenta años de nacionalismo arrasaron el humus libertario barcelonés, el dogma comunero arrasará el Plan Cerdà. Una Revolución Cultural en acepción maoísta: de Barcelona a Barnagrado

Alrededores de la plaza Sant Jaume durante el pregón de la Mercè EP
Sergi Doria

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Ada Colau no quiere que le piten y blinda plaza San Jaime. Cuando ella pitaba a sus enemigos de clase estaba bien, ahora no toca.

La que no 'pita' es Barcelona. La alcaldesa amaga con un tercer mandato para 'transformarla'. Se cree Napoleón III, pero el emperador tenía a Haussmann y una alianza público-privada… Colau el despotismo poco ilustrado de Janet Sanz y a Collboni como socio que no rechista.

Si cuarenta años de nacionalismo arrasaron el humus libertario barcelonés, el dogma comunero arrasará el Plan Cerdà. Una Revolución Cultural en acepción maoísta: de Barcelona a Barnagrado.

Pepe Ribas me envía el espléndido catálogo de la exposición 'Underground y contracultura en la Cataluña de los 70' (no se la pierdan, en el Palau Robert). En el sexenio libertario que va de 1974 a 1980 Barcelona rubricó la 'auctoritas' cultural hispánica que ejercía desde los sesenta: capital del boom latinoamericano, la publicidad, la arquitectura, la vanguardia artística y cinematográfica.

Onomástica de la odisea: Ajoblanco (Ribas & Mir), Víctor Jou (Zeleste), Sisa, Pau Riba, Gay Mercader, Pau Maragall, Ana M. Briongos, Ramón de España, Nazario, Ocaña, Juanjo Fernández, Mariscal, María José Ragué, David Castillo, Gallardo, Mediavilla, Montse Clavé, Federico Jiménez Losantos, Alberto Cardín, Biel Mesquida, Quim Monzó, Jordi Batiste, Saló Diana, Jaume Vallcorba, Joglars, Comediants, Lliure, La Trapera del Río, Oriol Tramvia, Luis Racionero, Christa Leem, Pepichek, Dharma, Gato Pérez, Enfants Terribles, Magic, Saló Diana, primer Grec, los comix, Canet Rock (Blondie, Ultravox, Nico), Àngel Casas, Juan Bufill, CAU, Elisava, Star, Cúpula Venus, Kairós…

Pluralidad de personalidades y adscripciones estéticas, lingüísticas o ideológicas. Llegaron a nuestra ciudad creadores de toda España. Como los Smash, padres del rock andaluz que apadrinó Oriol Regàs con aquella versión pop del garrotín; o Pedro Almodóvar, que arrancó su 'Pepi, Luci, Bom' gracias a la producción de Video-Nou, en la comuna de Xefo Guasch de calle Blanqueria; o Roberto Bolaño, desde 1977 en el 45 de Tallers: fundador de la poesía 'infrarrealista'.

Fernando Mir recuerda aquellas Ramblas (en plural): «Una explosión vitalista donde todo podía pasar y cualquier encuentro y cualquier quimera eran posibles». Ramblas hoy abandonadas por Colau: casi dos mil días aguardando su renovación y muy pocas posibilidades de que las obras comiencen en 2022.

El adiós a todo aquello advino con la heroína, la partitocracia funcionarial y Jordi Pujol. La política municipal desactivó a los dirigentes vecinales e hizo de los ateneos centros cívicos con aspecto de ambulatorio. Al nacionalismo conservador convergente, apunta J. M. Martí Font, «no le interesaba nada lo que hacían aquellos jóvenes peludos de aspecto hirsuto que no comulgaban con las tradiciones ni respetaban ninguno de los mitos y tabúes de nuevo cuño que se pretendían imponer a la sociedad nacida de la transición». Aquel 1979 Martí Font ahuecó a Estados Unidos para no volver en dos décadas.

En 'Los años contados' el añorado José Luis Giménez-Frontín demuestra que la izquierda catalanista era más catalanista que izquierda. En la campaña en defensa de Els Joglars, condenados por 'La torna', el escritor recaba apoyos al manifiesto por la libertad de expresión. Castellet solo firmará si se cambia 'España' por 'Estado Español'.

Sobre ese significante, advierte Giménez-Frontín, pivotará «toda la reescritura de nuestra vida pública oficial, en su poderosa gravitación centrípeta hacia sentimientos nacionalistas o hacia alguna suerte más racionalista de federalismo». Lo que parecía un «instrumento estratégico de la izquierda en la lucha contra la dictadura franquista» anunciaba la erosión de la trama de afectos despachada hoy con el despectivo marbete de 'españolismo'.

De aquellos polvos, la actual decadencia. Estos días he podido escuchar a otros testigos de la Barcelona setentera. Como el crítico de arte J. F. Yvars, que acaba de presentar sus 'Retratos, semblanzas, perfiles' en el Círculo del Liceo. La corrección política, y el victimismo identitario le parecen 'majaderías', 'fetichismos del momento'. ¿El presente? «Una época de cinismo desbocado». Lo importante sigue siendo la claridad de Goethe, la fascinación de Klee, la magia de Miró, el enigmático Morandi, la mirada de Picasso y la honesta belleza de Julio González: «Su gran fortuna fue no tenerla…» dice del escultor barcelonés.

El suplemento Cultura/s de La Vanguardia celebra mil números dirigido con liberalidad por Sergio Vila-Sanjuán. En 1977, con veinte años, el premio nacional de periodismo cultural escribía en Mundo Diario de aquella urbe prodigiosa. Antídoto de la 'cultureta' que satirizó Joan de Sagarra. Vila-Sanjuán sigue contemplando su ciudad «como gran difusora de iniciativas y generadora de riqueza cultural, con su cosmopolitismo casi de ciudad estado, laboratorio donde se contrastan cuestiones fundamentales de la cultura urbana».

La cultura expansiva dejó Barcelona para irse a Madrid. Desde entonces, salvo el ilusionante paréntesis del 92, secuestrados hogaño por el separatismo, no levantamos cabeza. La alcaldesa no admite pitos, pero Barcelona no pita. El vacío es una 'superisla' con restos de botellón.

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