Sergi Doria - Spectator in Barcino

Arrabal (paranoico) de Tarascón

En una región donde la Plataforma per la Llengua espía a los niños en el patio para ver si hablan catalán o castellano, la paranoia produce comportamientos histéricos

Con la “hoja de ruta” seriamente dañada, por no decir desbaratada, al independentismo le quedan tres balas en la recámara. La primera, segundo aniversario del 17 de agosto, acusar al CNI de tolerar los atentados yihadistas en la Rambla y Cambrils; la segunda, en la Diada, ensayo de la tercera: la llamada unilateral, tras la sentencia del Tribunal Supremo.

Como todo pensamiento mágico, el separatismo profesa la teoría de conspiración permanente contra Cataluña. Han pasado este mes de julio apelando al peligro de la desaparición de la lengua catalana, una polémica desatada -¡que casualidad!- por el documental de TV3 “Llenguaferits”. Esa inquietud coincide con la descripción de Roger Eatwell y Matthew Goodwin en su ensayo “Nacionalpopulismo” (Península): “El populismo está ligado a una creencia en teorías de la conspiración sobre las fuerzas ocultas que, al parecer, actúan en la sociedad, organizaciones oscuras que se confabulan detrás de las puertas cerradas para atentar ‘contra el pueblo’ y desmantelar el país”. En el caso catalán, “las fuerzas ocultas” se parapetan en el ente maligno Estado Español siempre presto a acabar con el “poble” (Carod-Rovira decía “la bona gent”). Verbigracia: la Cataluña monolingüe.

Sirva de ejemplo conspiranoico la actriz Montserrat Carulla. Octogenaria candidata en 2015 en las listas de Junts pel Sí -de la que Mas era el número cuatro-, aseguraba que Franco envió trenes cargados de emigrantes (andaluces, extremeños, murcianos) para diluir la catalanidad de Cataluña. Su teoría, habitual en los nacionalpopulismos, abona la oposición entre los catalanes “verdaderos, puros, auténticos” (en la Castilla inquisitorial eran los “castellanos viejos”) y los “charnegos”. Es el esquema mental del “nosotros y ellos”, “el bien contra el mal” o, según el supremacista Torra, “el lado correcto de la Historia”.

En una región donde la Plataforma per la Llengua espía a los niños en el patio escolar para ver si hablan catalán o castellano, la paranoia produce comportamientos histéricos. Como afirmó el gasolinero Canadell, oprobioso presidente de la Cámara de Comercio, la independencia llegará, pero de aquí a diez años, en 2030.

Colaborador del Institut Nova Història, suponemos al gasolinero ser fan de Alexandre Deulofeu Torres (1903-1978). Este pseudohistoriador, devenido en Nostradamus del independentismo, anunció la desintegración del Estado español en 2029.

Las predicciones del autodenominado “filósofo de la Historia” se añaden a las “investigaciones” del INH, cuya tesis seminal es que el maléfico imperio castellano enmascaró la catalanidad de Santa Teresa, Cervantes -Miquel Servent- y hurtó a Cataluña la gloria del Descubrimiento: “Para consolidar el golpe de estado, la corona española secuestró o, si no, adulteró o falsificó cualquier documento que acreditara el origen catalán del descubrimiento y la colonización inicial catalana del nuevo mundo y así transformó la hazaña catalana en una ‘proeza española’”, delira un tal Joan Fortea.

Por eso Colón era Colom; las carabelas no zarparon de Palos de la Frontera, sino de Pals; el jesuita Bartolomé de las Casas era Bartomeu Casaus (como el señor Casaus del puro y del Barça); Américo Vespucio se llamaba Aimeric Despuig y el topónimo Buenos Aires proviene del santuario sardo del Bon Aire (la ciudad fue fundada por mercedarios catalanes en 1580).

La pulsión conspiranoica explica las listas negras que la ANC difunde para combatir a “las empresas del IBEX 35”. El IBEX 35 es en la Cataluña paranoica lo que la masonería, la Trilateral, el Club Bildelberg o los Protocolos de los Sabios de Sión representaron décadas atrás: ese poder oscuro que aborta la felicidad de la “bona gent”. Con el gasolinero Canadell okupando la Cámara, el empresariado catalán parece despertar de su letargo: Fomento del Trabajo ha denunciado la campaña de ANC sobre “consumo estratégico” ante la Autoridad Catalana de la Competencia.

Es de prever que la campaña de bulos sobre la mano negra del CNI en los atentados del 17-A arreciará, aunque Ana Pardo, directora del digital Público y fuente de la noticia, reconoció que afirmar que el CNI programó el atentado es un “disparate” para “envenenar”, más si cabe, el contencioso entre el independentismo y el Estado. Su jefe, el trotskista millonario Roures -ese Kane de TV3- es la mano que mece la cuna del rumor antiespañol.

Hace más de un siglo Unamuno calificó a Barcelona -y por ende Cataluña- de “vastísimo arrabal de Tarascón”. La alusión a la novela de Alphonse Daudet, “Tartarín de Tarascón”, sigue vigente en la actualidad. Los tartarines embellecen su memoria oral, hacen pasar lo mediocre por heroico y lo difunden en provenzal con ruido y furia. En palabras del personaje: “No importa lo que piensen de mí, sino lo que yo pienso de mí”.

La megalomanía, escribió Unamuno, deriva en delirio colectivo de persecuciones: “Y así hablan de odio a Cataluña, y se empeñan en ver en buena parte de los restantes españoles una ojeriza hacia ellos, hacia los catalanes…” Arrabales de la paranoia.

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