Sergi Doria - Spectator in barcino
De amorales y blanqueadores
La amoralidad permite mantener la remunerada ficción del nacionalismo institucional. Mas presume de liberal y luego se va a Perpignan
Un comentario trivial puede desvelar la podredumbre moral de una sociedad. Gerard Piqué, futbolista, empresario con ínfulas y jugador de póquer, intenta desactivar con los goles de Messi el enésimo escándalo de la Banda Bartomeu. Piqué minimiza el juego sucio y exalta la fe en un barcelonismo que hace tiempo perdió la inocencia: «Tal como lo vi de tocado, me creí que él no lo sabía… Pero no hay que darle más vueltas: salió esto, ha explotado, se ha solucionado y pasemos página».
¿Se ha solucionado? ¿Pasemos página? Piqué recuerda a mosén Ballarín cuando disculpó a Pujol aduciendo que su confesión era una «flaca» sin importancia. Y añade el jugador de timbas con faroles: «Si los resultados son buenos, da igual los números de las cuentas o lo que pase en el club, porque la gente lo que quiere es que gane el Barça». Verbigracia: el fin justifica los medios. Los aficionados son adolescentes que lloriquean al ganar la Liga o cuando el fichaje extranjero balbucea con carita de ángel «Visca el Barça y Visca Catalunya». ¡Que importa si Bartomeu ha dilapidado mil millones en fichajes (y comisionistas)!
La doblez moral –o, más bien, amoralidad– nacionalista aporta renovados ejemplos. Los que usan a TV3 y Catalunya Ràdio como altavoces de la propaganda separatista se manifiestan en plaza Universidad por Assange, delincuente al que algunos ignaros siguen considerando un adalid del periodismo de investigación y que apoyó la sedición contra el orden constitucional.
Se les llena la boca de «llibertat d'expressió» mientras señalan con saña a los periodistas no afectos. Como Xavier Rius, primero agredido y luego linchado en las redes por los fanáticos de la Meridiana: el periodista de e-noticies acusó de prevaricación al consejero que consiente que medio centenar de energúmenos corten el tráfico más de ciento treinta días: «Si no hay riesgos para las personas o los bienes, no podemos hacer nada», argumenta el que fue portero de la discoteca Titus. Esta semana hubo un atropello con lesiones leves y una pelea… La Guardia Urbana alerta de enfrentamiento civil ¿No hay riesgos? ¿Hasta cuándo, cual Catilina, abusará Buch de la paciencia de los barceloneses?
El derecho de manifestación no es eterno, pero en la Cataluña de la inseguridad jurídica, se decide -eso debe ser el derecho a decidir- siempre a favor de los mismos.
Escuchemos al juez Samuel Gallart que encarna Josep Maria Pou en «Justícia», obra de Guillem Clua que se representa en el TNC. Después de barrer para casa en el caso Banca Catalana y cuatro décadas de nacionalismo amoral confiesa Gallart: «¡Prevariqué, sí! ¡Absolví a hijos de puta que deberían de estar en la prisión! ¡Miré para otro lado mientras ellos se llenaban los bolsillos! Por el bien del país, siempre por el bien del país… El país iba cambiando, eso sí. A veces era Cataluña. A veces España. Nuestro patriotismo era maleable según los pactos que más conviniesen. Siempre ha sido así…»
La catarsis del «ciudadano ejemplar» que esconde en el armario una homosexualidad reprimida por el qué dirán y haber prevaricado al servicio del pujolismo ilustra la degradación moral de las elites del patriotismo maleable (ora español, ora independentista). «Ánimos y un abrazo» le dijo Rafael Ribó al empresario Jordi Soler, detenido en 2015 por la trama del 3 por ciento. Ribó había viajado en dos ocasiones a ver al Barça gratis total en el avión que pagaba el empresario corrupto.
Artur Mas, el burgués pirómano que incendió la sociedad catalana, retorna disfrazado de bombero: «Me siento cómodo en el gran espacio del centro pragmático que busca entender la complejidad de las sociedades modernas y la mejor de las soluciones a cada problema sin sentirse esclavo de dogmas inamovibles o de cadenas ideológicas que limitan la libertad de pensar y actuar» declara en su panfleto autojustificativo «Cabeza fría, corazón caliente» (Península). El «ho tornarem a fer», el «mandat de l'Ú d'Octubre», «l'exercici de l'autodeterminació»… ¿No son dogmas inamovibles, cadenas ideológicas que limitan la libertad de pensar y actuar?
La amoralidad permite mantener la remunerada ficción del nacionalismo institucional. Astut Mas presume de liberal y luego se va pitando a Perpignan para seguir llevando la corriente al caudillo de los «dogmas inamovibles»: el fugado Puigdemont.
Si aplicamos la máxima de Piqué, qué importan los números, o las mentiras, cuando la Cataluña esencialista –y no los catalanes– es lo único importante.
Si él «creyó» que Bartomeu desconocía lo de 13 Ventures, deberemos creer que en 2017 no hubo golpe contra la Constitución y el Estatuto; que el asedio a la consejería de Economía fue una romería; que el saqueo del Clan Pujol es asunto baladí porque era «un dels nostres»…
TV3 blanquea al President del Ara No Toca. Del blanqueo de los sediciosos se encarga, desde el 26 de febrero, el gobierno de España.