Santiago Mondéjar - Tribuna abierta
El subasteo de los fondos europeos
«Es sencillamente inaceptable que Sánchez actúe como un gran subastador dispuesto a transigir que los mejores postores acaparen más a cambio del puñado de votos»
Probablemente la moraleja más plausible del cuento de Hans Brinker sea que al actuar en el momento adecuado, con decisión y sentido común, salvar un país de la catástrofe puede ser casi un juego de niños.
Viene esto a colación de nuestra tendencia a enmarañarnos en elucubraciones bizantinas a propósito del encaje de esta o aquella región en los asuntos de la Nación, empleando a menudo una fraseología propia de Corín Tellado, trufada de “seducción” y “desafección”, con cuyo cursi sentimentalismo se nos distrae de lo verdaderamente sustancial, cual es que tenemos un sistema electoral que propicia lo que los estadounidenses denominan pork-barrel, consistente en subastar el voto para obtener prebendas y ventajas particulares que impiden las diferentes regiones prosperen en pie de igualdad. El último ejemplo lo tenemos en el secreto a voces de las negociaciones bajo mano del Gobierno central con partidos regionalistas sobre el reparto de los fondos europeos, a cambio de sus votos para aprobar los presupuestos generales del estado.
Sin ser un fenómeno nuevo, en circunstancias normales, como las del Pacto del Majestic, este abuso interesado de sacarle partido a las inconsistencias de nuestro sistema electoral es injusto, más en una situación de crisis nacional como la causada por la pandemia, es sencillamente inaceptable que Sánchez actúe como un gran subastador dispuesto a transigir que los mejores postores acaparen más a cambio del puñado de votos, con los que se relega a las regiones menos prósperas a seguir siéndolo, ofuscando cualquier atisbo de cohesión nacional en pie de igualdad.
Como en el cuento del niño holandés, lo importante es taponar la fuente del problema, no embrollarse en cambiar la naturaleza de las cosas, sean estas líquidas, como el mar, o viscosas, como el nacionalismo. Nuestro equivalente del dedo de Hans podría simplemente ser una reforma de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General, que haría innecesario cambiar la Constitución, para asignar los escaños en Circunscripción Única, enmendando el articulo 162 a fin de que cada provincia pase de tener asignados dos escaños a serle consignado uno, y el artículo 163 para rebajar el umbral de representación, que causa una sobrerepresentación a las provincias más despobladas y penaliza a las de mayor censo. Estas modificaciones acercarían nuestro sistema electoral, precisamente, al de la patría de Hans Brinker, donde se reparten todos los escaños en función de los votos conseguidos por cada candidatura, lo que tiene la virtud de nivelar el porcentaje de votos logrados por candidatura y la representación adjudicada en el parlamento, dificultando de este modo la implantación de feudos electorales como en la Cataluña rural, y, por ende, el uso de los mismos para el subasteo parlamentario del caciquismo travestido de nacionalismo.