Santiago Mondéjar - TRIBUNA ABIERTA

Neorancios

Nada les gustaría más a los autores del libro que el suyo fuese el único pensamiento admisible, para ahorrarse tener que escribir una propaganda que es innecesaria

Winston Churchill a la salida de Abbey House, en unan imagen de archivo ABC

Santiago Mondéjar

A albur de ese género ensayístico tan nuestro de dirigir nuestras patadas a la espinilla del contrario en lugar de al balón, un surtido de autores han conseguido la notable tarea de comprimir la mayor cantidad de palabras en la menor cantidad de pensamientos, -como dijo Wiston Churchill a propósito del entonces primer ministro Ramsay MacDonald- en un volumen en el que bajo el neologismo 'neorancios', y carátula de brocha gorda, acometen un ejercicio colectivo de ataques ad-hominem, aduciendo al hacerlo respeto y voluntad de diálogo, a modo de excusas preventivas; de 'accusatio manifesta', que diría algún romano.

No descubriremos aquí ningún secreto recordando que los ensayistas, como todo propagandista que se precie, no practican el diálogo que predican, porque sus respuestas a lo que cuestionan están determinadas de antemano: partiendo del propósito de crear las actitudes hacia los 'neorancios', los autores escriben necesariamente en su contra, no con ánimo dialéctico, sino para cancelar las convicciones de aquellos, y sustituirlas por las suyas propias, que son las aceptables.

Ignorantes o no de que rancio -en el sentido figurado en el que lo usaban Juvenal u Horacio- indica aquello que a fuer de repugnante resulta insufrible, los autores del panfleto colectivo titulan su libro con la intención de contraponer su propia 'novolatría' a la retrogradez que ven en quienes vilipendian, haciendo bueno aquel aforismo de Aparisi Guijarro sobre quienes atraídos por la novedad, son esclavos del hábito, y pasan su vida en desear la mudanza y suspirar por el reposo. Porque en realidad, nada les gustaría más a los autores del libro que el suyo fuese el único pensamiento admisible, para ahorrarse tener que escribir una propaganda que es innecesaria cuando no hay puntos de vista alternativos. Saben –o barruntan cuanto menos- que las opiniones son fugaces; que a menudo reflejan más lo que alguien piensa que es aceptable sostener, que lo que cree en realidad; pero que las actitudes son las que usualmente acaban dándole forma a la sociedad.

Por eso, es lo tradicional lo que los autores de 'neorancios' atacan de raíz, a sabiendas de que es la tradición cívica lo que permite convertirse en ciudadano, al aprehender tácitamente el conjunto de hábitos y reglas sociales que emergen no del conjunto de opiniones, sino del acervo de actitudes (Roger Scruton) que una sociedad dada comparte, y que por consiguiente es algo que condiciona toda acción política (Michael Oakeshott).

Aquellos que, como quienes han escrito 'neorancios' creen -o fingen creer- en la revolucionaria realización de una nueva sociedad con la que hacer aquel 'hombre nuevo' que preconizaba el Ché Guevara, son incapaces de reconocerse en el espejo del libertarismo que dicen criticar mientras se aferran al culto de la novedad convertida en un fin es sí mismo que se pretende sofisticado, pero que no pasa de expresión de conformismo y banalidad; de aquel estado de cosas que el teólogo alemán Paul Tillich describía al constatar que hoy más que nunca sufrimos por deslizarnos en la superficie de los hechos, perdiendo el contacto con las cosas importantes en la corriente de noticias de cada día, las oleadas de propaganda diaria y la marea de sensaciones cuyo ruido de fondo nos impide escucharnos a nosotros mismos, hasta el punto de dejar de saber quiénes somos.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación