Santiago Mondéjar - Tribuna Abierta

La Luger sin gatillo de Pablo Iglesias

Pablo Iglesias ha de saber en su fuero interno que los españoles tenemos poco apetito de jugar con fuego

Iglesias, hace unos meses en un acto Efe

Santiago Mondéjar

El dramaturgo alemán Hanns Johst, de filiación nacionalsocialista, acuñó la frase 'cuando oigo hablar de cultura, echo mano de mi pistola', que según parece citó en alguna ocasión Josep Goebbles. Nada menos que 88 años después, a Pablo Iglesias le ha parecido apropiado hacer lo opuesto, esto es, esgrimir una pistola desgatillada para ilustrar un panfleto en el que invoca a la cultura como campo de batalla. Y lo hace rescatando las ideas de otro célebre personaje de los años 30, Antonio Gramsci, padre intelectual de la hegemonía cultural, consistente en la sustitución de lo material por lo cultural en la teoría marxiana, o lo que es lo mismo, hacerse con el control cultural en vez de con el de los medios de producción, emprendiendo en una 'larga marcha' de conquista de las instituciones educativas y de los medios de comunicación, para imponer un pensamiento único, con el que hacer tabla rasa de las estructuras sociales existentes. Dicho de otro modo, y en términos marxistas: empezar la casa por el tejado, controlando la superestructura para domeñar la estructura.

Que a estas alturas de la Historia alguien como Iglesias no tenga nada mejor que ofrecer que esta retórica alcanforada, demuestra poco más que su agotamiento ideológico no le deja otra salida que enfrascarse en una espacie de eterno retorno nietzscheano, trillando una vez más las teorías del 'pluralismo agonista' de la escuela populista de Ernesto Laclau, aderezado con unas gotitas de la dialéctica amigo-enemigo de Carl Smitch que tanto fascina a Errejón, llamando al contraataque cultural para crear un campo de batalla política en el romper las hostilidades bajo los estandartes de las identidades. Si esto les suena familiar y antiguo, es porque lo es. Tan antiguo como las políticas anticatólicas del canciller Bismark en 1871, conocidas como Kulturkampf, cuya razón de ser era propiciar una división social para darle carta de naturaleza a la exclusión de 'el ellos por 'el nosotros'.

Siendo como es una persona que no carece de inteligencia, Pablo Iglesias ha de saber en su fuero interno que los españoles tenemos poco apetito de jugar con fuego, conscientes como somos de la delgada línea que separa la guerra cultural de la civil. Más poco le importa esto a un Peter Pan de la política como Pablo Iglesias, que fracasó en su intento de crear una ideología basada en su propia personalidad, porque, como buen sofista que es, está más interesado en manipular al poder que en ejercerlo, y por lo tanto se encuentra más cómodo en el territorio panfletario que en el parlamentario.

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