Santiago Mondéjar

Fetichistas de la lengua

«Las turbas de Canet de Mar disfrazan sus intereses pecuniarios en el monopolio del lenguaje con estrambóticos sofismas, en los que se mezclan ingredientes como tierra, genes y lengua, con las que abonan la idea misma del ser catalán»

El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont REUTERS

Santiago Mondéjar

No desvelaremos secreto alguno trayendo de vuelta que Carles Puigdemont usa en las redes sociales las mismas siglas, 'KRLS', que empleaba el emperador Charlemagne como signum manus por 'KAROLVS'. Menos conocido sea quizás que, al parecer, aquellos que en la Edad Media se ganaban las habichuelas glosando las epopeyas de Charlemagne acabaron siendo llamados charlatanes.

Como era previsible, el singular charlatán de Waterloo no ha podido resistirse a hablar taimadamente de sí mismo, usando el plural mayestático, para meter cuchara en el odioso asunto del motín del gremio de integristas lingüísticos en Canet de Mar, cuya incapacidad para encontrar el sentido de sus vidas parece llevarles a buscarlo en la muerte del castellano .

A pesar de intentar aparentar modernidad usando gafas con montura de pasta y chillones colores, estos filólogos militantes a la caza del hereje verbal son tan antiguos como los acólitos de aquel Pedro Sarmiento que en 1938 protagonizaron en Toledo una revuelta contra los «cristianos nuevos», a los que acosaron y acusaron de querer perjudicar a los «cristianos viejos». Cómo no sería la cosa, que el mismísimo Papa Nicolás V, a la sazón ejerciendo el papel del actual Tribunal Superior de Justicia de Cataluña , publicó prestamente la bula, con la que prescribía cualquier marginación de los cristianos nuevos por los cristianos viejos, so pena de excomunión.

Al igual que aquellas de entonces, las turbas de Canet de Mar disfrazan sus intereses pecuniarios en el monopolio del lenguaje con estrambóticos sofismas, en los que se mezclan ingredientes como tierra, genes y lengua, con las que abonan la idea misma del ser catalán , de la que brota de manera natural el derecho orgánico a la soberanía nacional. Un fetichismo, claro está, como cualquier otra superstición, pero que les sirve para colegir que son lo que hablan, ya que lo que hablan moldea su forma de ver el mundo, de interpretar la realidad, y sirve para hacer «una casa que ayuda a convertir en pueblo a quienes lo habitan», como decía Jordi Pujol , muy fan de la tudesca identificación entre el espíritu del pueblo y su lengua. De esta morfología semántica germina la particular visión catalana del mundo, de la que afloran unos valores únicos y primordiales, pero tan propensos a marchitarse, que deben ser mantenidos en invernaderos, asegurándose de que la maleza siempre esté muy por debajo del 25% en los plantíos.

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