Santiago Mondéjar - TRIBUNA ABIERTA

Las cosas del ministro Garzón

Sus declaraciones obedecieron a un cálculo del que infirió que el beneficio político de entrar en ese asunto superaba al de esquivarlo

El ministro Garzón, durante una comparecencia en el Congreso ÁNGEL DE ANTONIO

No parece que fuera casual que la funesta entrevista del ministro Garzón tuviese lugar en Inglaterra, al pábulo del Proyecto de Ley de Bienestar Animal en trámite en la Cámara de los Lores del Reino Unido, que de aprobarse resultará en el establecimiento del Comité de Sentimiento Animal para supervisar el efecto de las políticas públicas en el bienestar de los animales como seres sintientes. En un país cuyo gobierno puede ser persuadido de arriesgar la vida de sus tropas para ayudar a evacuar por avión 170 perros y gatos de Kabul, dejando en tierra a sus cuidadores afganos, el eco de la jaculatoria antiespecista del ministro español estaba garantizado.

Aplicaremos pues a Garzón el principio de caridad, dando por hecho que sabía de antemano que su vanilocuencia causaría malestar en nuestro país, que no en vano cuenta con la mayor población ganadera de la Unión Europea. Concluiremos, por lo tanto, que sus declaraciones obedecieron a un cálculo del que infirió que el beneficio político de entrar en ese asunto superaba al de esquivarlo. Lo cual nos lleva a albergar la sospecha de que Garzón y sus correligionarios han tirado la toalla tras el fracaso de todos los intentos del comunismo por mejorar la vida de las personas, y han decidido dejar de lado al ser humano, abanderando una suerte de paganismo (una religión política, Pablo de Lora dixit) en el que las tribulaciones de la flora y de la fauna pesan tanto como las de los humanos.

En el trasfondo de las palabras de Alberto Garzón en The Guardian podemos leer entre líneas el mensaje de los profetas del nuevo politeísmo como Roy Scranton, autor de “Como aprender a morir en el antropoceno”, un auténtico manifiesto misantrópico, primordialista, que aboga porque nos dejemos sacrificar en el altar de la veneración a Gaia, siguiendo las prédicas de tanto Savonarola sobrevenido, como nuestro dicharachero ministro de consumo.

Lo realmente epatante de esta adopción del paganismo por la izquierda con cartera y coche oficial es lo alejada que está de aquellas élites intelectuales de la Revolución Rusa, de los que el autor trotskista Tony Cliff decía que su importancia para el movimiento revolucionario estaba en proporción directa al atraso general del campesinado, al que adularon hasta la saciedad para atraerlos al marxismo-leninismo, sabedores de que su propia influencia dependía de la prosperidad de aquellos depauperados campesinos. Por el contrario, caracteres políticos como Garzón han decidido dar un gran salto hacia detrás, abrazándose a un paganismo misantrópico, en el que tanto da tener dos piernas como cuatro patas, y en el que el vegetarianismo de los antiguos maniqueos toma precedencia sobre el bienestar material de agricultores, ganaderos, y aficionados al solomillo.

Los abnegados esfuerzos -de San Agustín primero, y de Immanuel Kant después- por desacreditar el relativismo moral del nihilismo misantrópico, no parecen haber hecho mella en la ética de Alberto Garzón y sus compañeros de viaje, tal vez porque hayan descubierto las ventajas políticas de adoptar el dogma de los dos principios eternos, el bien y el mal, haciendo pasar como ideología lo que no pasa de ser una forma de dualismo religioso que en nombre del planeta elimina los fundamentos de todos nuestros valores sin poner nada en su lugar, enfatizando nuestra naturaleza animal, obviando que los conceptos mismos del bien y del mal, de libertad y responsabilidad, resultan de nuestra naturaleza racional, como fruto de la singularidad humana; de que nos relacionamos unos con otros en tanto que personas, no en cuanto que animales.

Por eso, a diferencia de éstos, somos capaces de conocer, de la mano de Garzón en The Guardian, su visión idealizada de una naturaleza fundamentalmente benigna, a la que contrapone un ser humano esencialmente dañino, que tiene además la osadía de aspirar a permitirse comprar carne asequible para alimentar a su familia.

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