Un Sant Jordi de locos recupera la calle entre libros y granizo

La tormenta, que dejó tres heridos en Barcelona, no logras frenar una Diada de nuevo multitudinaria

Dos jóvenes se besan en el centro de Barcelona tras la tormenta que ha azotado Sant Jordi Adrián Quiroga

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Se fueron las mascarillas, desaparecieron las restricciones y los límites de aforo pero, no todo iba a ser tan fácil, su lugar lo ocuparon paraguas y plásticos. Libros con capucha y tenderetes cubiertos con chubasqueros profilácticos. Los meteorólogos llevaban días avisando de que sería un Sant Jordi pasado por agua, por lo que toda prevención era poca. Nadie podía esperar, sin embargo, que la primavera caería a plomo sobre Barcelona en forma de granizada descomunal y que durante unos minutos el Sant Jordi de la normalidad y la recuperación, el de los 22 millones de euros facturados y el millón y medio de libros vendidos, sería también el del caos, el descontrol y las carpas volando por los aires. El de los escritores calados hasta los huesos y muchos, demasiados, libros arruinados por un chaparrón brutal.

«Las carpas han salido volando. Las mesas se han volcado. 12 metros de libros para tirar», lamentaba la editora de Raig Verd, Laura Huerga, después de que la tormenta se ensañase con el puesto que la editorial tenía en el Paseo de Gracia.

Los servicios de emergencia incluso informaron de tres heridos por la caída de cinco casetas, lo nunca visto durante una jornada en la que los titulares siempre se los llevan los escritores más vendidos y las riadas de gente que se echan a la calle para celebrar el libro, la lectura y el intercambio de rosas. De hecho, de no ser por esos episodios tormentosos que dejaron el centro de Barcelona alfombrado de granizo, estaríamos hablando de un Sant Jordi pletórico y extraordinario. Una Diada como las de antes que arrancó con las aceras húmedas y legañosas y el tradicional desayuno de escritores reubicado en el Saló de Cent del Ayuntamiento.

«A ver qué pasa», se preguntaba la escritora Lara Fernández minutos antes de empezar una maratoniana jornada de firmas. A su lado, autores como Juan Tallón, Rafael Nadal y Gemma Lienas calentaban en la banda a la espera de que alguien reabriese el toril y diese por inaugurado un Sant Jordi de sonrisas recuperadas y gozosas aglomeraciones. También andaban por ahí editores, periodistas, políticos municipales e incluso la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, y el ministro de Universidades, Joan Subirats. Ni rastro, por cierto, del ministro de Cultura, Miquel Iceta, a quien la agenda institucional situaba en la Delegación del Gobierno.

A cubierto y sin mascarillas, las sonrisas se multiplicaban. Ganas de verse, repetía todo el mundo. «Es realmente mágico. Hemos esperado mucho tiempo este momento», dijo la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, quien reivindicó el papel de Barcelona como Ciudad Literaria y paraíso libresco. Una idea que se ha querido potenciar este año con una supermanzana literaria de 14.000 metros cuadrados, algo así como 20 campos de fútbol, consagrados al libro, la lectura y el paseo bajo lo que se pensaba sería llovizna y acabaron siendo pedruscos traicioneros. «Por favor, nada de titular ‘Sant Jordi on the rocks’», advertía Rodrigo Fresán nada más cruzar el umbral de las oficinas de Penguin Random House, punto de avituallamiento y refugio a la hora de la comida.

El Emperador de Sant Jordi

«Sienta muy bien ver que incluso en medio de la granizada ni autores ni lectores nos movíamos», celebraba Santiago Posteguillo, uno de los autores más perseguido de la jornada y, sin nada se tuerce, el gran Emperador de Sant Jordi. «El libro está funcionando muy bien», reconocía el autor de ‘Roma soy yo’. Sus seguidores, nunca mejor dicho, son legión. Como también lo son los de Carles Porta, que tampoco lo debería tener demasiado difícil para colocar su ‘Crims’ en el podio de no ficción en catalán. «La gente es maravillosa», relativizaba el periodista justo después de cambiarse de ropa. La que llevaba al empezar el día, faltaría más, estaba empapada.

Menos mal que lleva tres días con la maleta a cuestas. «Firmo de pie porque me gusta estar cerca de la gente, así que cuando ha empezado a granizar y nadie se ha movido, me he dicho: ‘si no se marcha nadie, yo tampoco’», explicaba. Sant Jordi una vez más contra los elementos para dejar bien claro que hace falta algo más que un par de chubascos impetuosos para aguarle la fiesta a autores y lectores.

Máxime ayer que si algo sobraba en Barcelona eran ganas. Ganas de abalanzarse de nuevo sobre los puestos de venta de libros y de venerar a los autores como si fueran estrellas del rock con peor vestuario y peinados algo menos imaginativos. «Ganas de que empiece el baile», que decía a primera hora, cuando aún estaba todo por estrenar, la periodista y ganadora del premio Nadal Inés Martín Rodrigo.

Ganas, en fin, de recuperar esa normalidad francamente anómala que en Sant Jordi pasa por contemplar parejas accidentales de baile en las que uno, pongamos que el cotizadísimo Javier Castillo, lleva el ritmo, y el otro, digamos que Jordi Amat, espera de brazos cruzados a los fans de Gabriel Ferrater. O, ya puestos, por descubrir fenómenos como el ascenso de Lucía Lijtmaer, confirmar que el tirón de Rigoberta Bandini trasciende lo puramente musical o entretenerse apostando si detrás de esa cola que parece fundirse con el horizonte estará María Dueñas o una imbatible Eva García Sáenz de Urturi. «Esto es Sant Jordi», que le gritaba un paseante a su compañero en el cruce de Mallorca con Paseo de Gracia. Y sí, esto es Sant Jordi. Así de simple.

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