Salvador Sostres - Todo irá bien

Tantos pañales, tantas lecciones

«Me gustaría ver cuántos pañales ha cambiado Lidia Falcón y cuánto dinero público ha cobrado por hacerse la igualitarista»

Manifestación feminista en Barcelona EFE

Salvador Sostres

No existe ni una sola feminista, ni una sola, de estas que me acusan de machista, que haya dado tantos biberones como yo a su hija -eso si es que ha sido madre- ni que haya cambiado tantos pañales como yo he cambiado, ni que haya permanecido tantas noches en vela, y las que me quedan, porque Maria sólo tiene 8 años. El amor que no se concreta es sólo propaganda. ¿Me estáis hablando de amor, de respeto, de dedicación a una mujer, que es, como cada mujer en ella misma, el resumen de todas las mujeres del mundo? Que vayan pasando las feministas, una a una y en fila. Ninguna de estas gritonas, ninguna de estas hipócritas, ninguna de estas mentirosas -ni su versión masculina- está en condiciones de darme ni media lección sobre qué es conocer a una mujer, quererla, cuidarla, protegerla, hacerla sentir segura de su personalidad, de su talento y por supuesto de su feminidad. En cambio creo que la mayoría de estas farsantes cobran mucho dinero por propagar su infamia, mucho, muchísimo dinero de instituciones pagadas con el dinero que yo tengo que ganarme entre biberón y actividad extrescolar, cuando entre que la voy a buscar al colegio y sale de la hípica me quedan un par de horas libres para escribir. Que vengan las feministas. ¿Me too? No te recuerdo en el parque, ni en el pediatra. No te recuerdo en el zoo cuando la miserable de Ada Colau no había prohibido aún los delfines. Me gustaría ver cuántos pañales ha cambiado Lidia Falcón y cuánto dinero público ha cobrado por hacerse la igualitarista. Me gustaría saber cuántas veces ha ido Ada Colau con su hijo al cine, al Tibidabo, a Port Aventura, al Salting de nada menos que L’Hospitalet de Llobregat, y ya no digamos a París, a Londres, o a Nueva York. Me gustaría saber cuántos días enteros ha pasado con su hijo y cuatro amiguitos, jugando con ellos hasta sentir que su espalda ya simplemente no existía. En la increíble diferencia, en la abrumadora diferencia, en la insuperable diferencia por muchos años que vivan y aunque yo muriera mañana; en esta diferencia estoy yo, y esta diferencia es lo que yo soy, con mi vida dedicada a mi hija y a mi esposa. ¿Machista, yo? Todas en fila, feministas. Ni una sola de vosotras tiene mi currículo. Cien mil biberones me contemplan. Ellos son mis oráculos y mis banderas y vosotras sois unas cobardes y unas cínicas. Piensa en qué amor concreto, en qué dedicación especial podrías acreditar que no fuera cobrar por vender humo, en forma de subvención, de artículo, de tertulia, de carguito o de ministerio. Tantos pañales, tantas lecciones. Tantos biberones, tantas pancartas. Ye está bien, de verdad. Sois un fraude. Y yo quiero demasiado a mi hija para humillarla en vuestro deprimente feminismo. Mi abuela, que fue una de las mujeres más brillantes, inteligentes y capaces que he conocido, nunca fue feminista. Fue de hecho profundamente antifeminista. Porque era orgullosa, porque era digna, porque nunca habría aceptado que nadie se aprovechara de su sexo. Me consideraría un fracasado si mi hija cayera en la lacra feminista, en cáncer igualitarista, en la rendición de la cuota. Me consideraría un mal padre si no supiera transmitirle el valor de su feminidad, de su belleza, de su delicadeza, de su sensibilidad femenina, diferente, y complementaria a la masculina. El día que mi hija se compare con un hombre pensaré que no es tan inteligente como creía, lo mismo que si se compara con un naranjo, con un coche o con un perro dálmata. El pasado sábado me preguntó, justo antes de empezar su clase de patinaje sobre hielo, por qué casi todas eran chicas y sólo había un chico. Primero le dije que se fijara bien en el chico y luego le respondí que por el mismo motivo por el que un partido de fútbol femenino nunca será un buen partido de fútbol. A Maria le gusta mucho fútbol, es una gran fan de Messi y de Ter Stegen, y siempre que podemos vamos juntos al Camp Nou, pero no tuvo ninguna dificultad en entender, precisamente porque es inteligente, que un deporte de contacto no es para las chicas lo más adecuado, por el daño que pueden hacerse, y porque no tiene ningún sentido comprar vestiditos, los más hermosos, preferir la peluquería a la Victoria de Samotracia y tener un doctorado en cremitas -y todo ello no sólo me parece estupendo, sino que además lo patrocino- ; y sin solución de continuidad liarse a golpes por un balón, en un espectáculo en el que la fuerza física es determinante. Libertad, toda la del mundo. Pero yo intento educar a mi hija para enseñarle a sacar provecho de sus virtudes en tanto que mujer y en tanto que Maria, que son mucho más interesantes que las que se necesitan para jugar a fútbol en general, y particularmente siendo una chica. En este sentido, el patinaje sobre hielo, estiliza y da vigor, se basa en el control del cuerpo, en la forma bella y en la superación personal, favoreciendo mucho más el crecimiento físico y moral de una niña. El día que hombres y mujeres empezamos a competir, comenzó un boyante negocio para una cuantas, y para unos cuantos, pero trabajar en la oficina no os ha hecho más mujeres, ni más felices, tal como la liberación sexual ha traído más sexo, pero no más libertad, ni más respeto. El feminismo ha violentado a las mujeres haciéndolas sentir incómodas en su condición, como si el único modo de realizarse fuera haciendo lo que hacen los hombres, exactamente lo que hacen los hombres y a su hombruno modo; como si no fuéramos diferentes, como si no existiera una doble visión del mundo y como si el núcleo de la sociedad, y su eje vertebrador, que es la Familia, no se basara en esta dualidad, en esta necesaria e imprescindible complementariedad, surgida del Belén y reflejada en la pervivencia de la Humanidad. Esta Familia que hoy se considera patriarcal y fascista, tal como cualquier histérica tiene el nervio de darme lecciones de amor a una mujer, y a tantas mujeres a las que tanto he amado. Yo no soy nadie -recalco que absolutamente nadie- para hablar del aborto, y Dios me libre de dar lecciones al respecto, pero hace muchos años, la persona de máxima confianza de mi abuela le confesó que había dejado embarazada a una de las camareras y que la llevaría a abortar. Mi abuela le respondió que si lo hacía, no volvería a pisar su empresa. El hombre recapacitó, y aunque era mayor que el padre de la chica, le pidió matrimonio, y además del niño que estaba en camino, tuvieron dos hijas más. Libertad, libertad. ¿Pero quién ayudó más a aquella chica? ¿Mi abuela antifeminsta, por supuesto antiabortista, y a ojos de las gritonas del 8-M seguro que patriarcal y fascista; o la clínica donde ya tenía hora para «interrumpir su embarazo»? ¿Quién le dio más futuro, amor y esperanza? ¿Quién le dio más libertad? ¿Quién le dio más vida? ¿Quién hizo más por una mujer en aquel instante concreto de la Historia, que es como tendrían que medirse siempre las cosas, mi abuela o las feministas? Las lecciones hay que acreditarlas. Y hay que estar ahí cuando vienen a reclamáterlas. Que vengan, que vengan las feministas puestas en fila, una a una. Aquí os espera el insomne, el guerrero, el entregado, el cursi y total padre de Maria.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación