Salvador Sostres - Todo irá bien
También Dios abre sus brazos
«Por las altas familias que me lo habían recomendado, Traç me pareció al principio algo caótico y grunge, descuidado»
Todo el mundo me hablaba de Traç y de que nunca había plazas y eran carísimas. Acudí el mes de mayo pasado a matricular a mi hija y educadamente se rieron de mí. Educadamente, hay que decirlo, pero les hizo gracia y ternura que alguien pretendiera en mayo tener algo para el mes de julio. La matriculé para el curso y este verano sí, ha tenido plaza.
Por las altas familias que me lo habían recomendado, Traç me pareció al principio algo caótico y grunge, descuidado. Pero antes de decir nada preferí observar y efectivamente en esta escuela todo tiene su orden y su motivo. Yolanda, en la recepción, impone su disciplina para que cada alumno sepa lo que tiene que hacer y cada familia sepa lo que hace su hijo. Tiene fama de arisca, y para qué vamos a engañarnos, un poco, lo es; pero las cosas funcionan gracias a su rigor y luego cuando de verdad necesitas algo te lo resuelve al instante, como al día siguiente de San Juan, cuando me di cuenta de que había cometido el error de no inscribir a Maria para aquella semana e igualmente me hizo un hueco donde no lo había. Se lo agradecí por Maria, por mis mañanas, y por no tener que oír a mi mujer diciéndome que no soy más que un imbécil que no sabe hacer ni una matrícula -lo cual, seguramente, es cierto-.
Lo que a primera vista hallé caótico, cuando lo entendí me pareció una de las maneras más estimulantes de motivar a los alumnos. Sobre todo en plástica -pero también en las otras materias, como dibujo y escultura- los niños pueden elegir lo que quieren hacer, y el profesor les guía, les sugiere por dónde empezar, y como dice mi hija, «nos ayuda a perfeccionar», pero nunca les hace nada y la obra resultante es totalmente del niño, y cuando la termina ve lo que ha logrado y también lo que puede y debe mejorar.
Lo más significativo de Traç es que a pesar de ser una escuela para niños -también para adolescentes y adultos, pero sobre todo para niños- no trata a los niños como recipientes sino como sujetos activos de conocimiento -si es que no queda algo cursi decirlo de este modo- y les responsabiliza de su aprendizaje. Los profesores, muy competentes, se entregan en cuerpo y alma a ellos, pero tiene que ser el niño quien busque su atención y consejo. Cualquier niño que no quisiera hacer nada podría sentarse en un rincón, dejar que las horas pasaran, y no sería en absoluto molestado. Puede parecer una dejación pero yo creo que es una higiene. También Dios abre sus brazos, pero hay que salir a encontrarlo.
Los maestros son en Traç más peculiares de lo que yo estoy acostumbrado y en principio busco para mi hija, pero he de confesar y confieso que me habría equivocado si les hubiera juzgado por las apariencias. Su aspecto, a veces de piercing y tatoo, a veces algo pengim-penjam, y embolica que fa fort, nada tiene que ver con su extrema formalidad con los niños, con la inteligencia y la mesura con la que consiguen sacar lo mejor de cada alumno, con lo bien que les acaban conociendo uno por uno y el quirúrgico análisis que hacen de sus potencialidades y de sus defectos. Su exigencia es alta pero su sentido pedagógico les permite administrarla con dulzura. Cuando en el recreo alguno quiere fumar, se aparta de los niños y se va a la vuelta de la esquina para que no le vean. Yo soy un carca, lo sé, pero aprecio muy especialmente esta delicadeza.
Traç es la única actividad extraescolar a la que mi hija ha querido ir siempre, y sin protestar. Ni cuando ha tenido dolor de barriga o incluso fiebre se le ha querido saltar. Y Maria, como su padre, lleva a un gran perezoso dentro; y esto de ir por los sitios, como no sean restaurantes, en casa no solemos hacerlo.
No creo que mi hija se dedique a dibujar ni a hacer manualidades. Hace siete, casi ocho años que la conozco y sé que se ganará la vida con lo que es y no con lo que haga, y me gusta Traç porque la habrá vuelto más sensible y le habrá enseñado lo detallada que puede ser a veces la Gracia -sí, en mayúscula-. También gracias a esta escuela habrá intimado con su parte más irracional, más sensual, más sexy, y habrá sabido concretar con sus manitas y su idea el deseo de belleza que cada hombre lleva dentro y que hace que la Humanidad, pese a todo, progrese.
Es verdad que Traç tiene un precio, pero es para cualquier niño más interesante y fértil pasar un mes aquí que de tontas vacaciones en un pueblo con mar. Si cada hijo catalán hubiera aprendido que la belleza está en él, y que de él depende encontrarla, controlarla, moldearla y proyectarla, o no habría independentistas o, si los hubiera, habrían ganado. Son lecciones que uno aprende lentamente, en cada trazo.
Noticias relacionadas