Salvador Sostres - Todo irá bien

La ruta Barcelona

Hay gente que se hace la indignada por cómo son los jóvenes de nuestra era, pero estas cosas se enseñan, y se aprenden

Una escuela de baile De San Bernardo
Salvador Sostres

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La ruta Barcelona de la chica pija consiste en aprender a bailar en Esther Bosch, en ir a estudiar un par de cursos fuera, a los 14-16 años, si puede ser los Estados Unidos mejor, aunque Francia no se queda corta, y ya luego, cuando vuelves, tener por preferidos los restaurantes de Isabella Heseltine, con Harry's a la cabeza del despropósito, aunque el Bella's de la Diagonal es también un considerable cubo. Esta ruta, que es vital, y es moral, degradará a la larga la vida social de Barcelona, multiplicará los cuernos, romperá familias, dejará a muchos hijos a la intemperie; pero a corto plazo, hoy ya lo vemos, lo que antes eran unas pijas recatadas, de todo por delante y con la luz apagada, se han vuelto un festival de Pornhub con todo el repertorio; y esas ganas de mostrártelo.

La escuela de danza Esther Bosch enseña a las niñas a bailar arrastrándose por el suelo y con unos movimientos que remiten siempre a lo prepélvico. Esther Bosch enseña la técnica, la compostura que una ha de tener en la vida para aprovechar los dos años en que tus padres se van a deshacer de ti en tu edad más delicada y a tu regreso, ya experimentada, te hagas el tipo de mujer que vas a ser encontrando tu lugar en el mundo en Harry's. En Esther Bosch te van a adiestrar con sus números que parecen de barra de streaper, extremando la vulgaridad para suplir sus carencias artísticas. Luego hay gente que se hace la indignada por cómo son los jóvenes de nuestra era, pero estas cosas se enseñan, y se aprenden, y estas familias que se hacen las ultrajadas, muy a menudo son las que han llevado a sus hijas a refregarse con todo lo que encuentren. Hay una escuela del mal y no es obligatoria, y es muy de Barcelona empujar a la niña en el columpio y ponerte brava cuando cae. Es muy de Barcelona esta hipocresía cursi, azucarada, para esconder una profunda y tristísima dejadez con los hijos y con todo lo que importa; y hablar no más que de bobadas, y escandalizarse por problemas que tú misma has creado con tus decisiones lamentables. Ésta es la Barcelona española, incluso españolista, que estaba tan ocupada desvinculando a su familia que no tuvo tiempo de preocuparse por cómo los independentistas destruían Cataluña. El independentismo ha hecho mucho daño, es verdad. Mucho. Pero los que tenían que defender el orden, la Ley, lo bien que nos iba y la convivencia, eran personajes ridículos y débiles, mayoritariamente artífices de esta vida pública barcelonesa insustancial, frívola, que acude más a supermercados de kilómetro cero que a los restaurantes de los grandes chefs que lideran la gastronomía mundial y están a cien metros de tu casa, idiota; y por supuesto van más a yoga que a Misa y a la playa infame que a Dry Martini. Si querías que la niña bailara, la podrías haber llevado a Coco Comín. Pero preferiste la hojalata que brillaba en lugar de educar en la verdad, lo que francamente no me extraña, porque tu última conexión con la verdad, con un cierto nivel de compromiso serio con algo, fue hace tanto tiempo que ni puedes recordarlo. Precisamente por esta desvinculación, y por esta frivolidad, cuando la niña tenga 14 o 15 años, que es en la edad que se tuercen, que es en la edad en que más necesitan a su lado un referente claro, tú la vas a mandar al extranjero con la excusa de que aprenda idiomas.

Pero todo el mundo sabe que lo que tu hija en realidad aprenderá es a poner en práctica la técnica y los movimientos que le enseñaron en Esther Bosch. La escuela que tú elegiste y pagaste. En plena adolescencia y sin tu control, ni siquiera tu cercanía, tu hija será el juguete de chicos dos o tal vez tres años mayores que ella, y no serán malas personas, pero irán a lo que quieren, y sabrán cómo conseguirlo y no tendrán la oposición, o por lo menos la resistencia, de unos padres responsables y conscientes que la puedan hacer sentir importante y valiosa por algo más que por las guarradas que hace cuando se ofrece. No estoy en contra de las guarradas, no me malinterpretes. Pero estamos hablando de tu hija, o de la mía, y tú primero le enseñaste a arrastrarse y luego la dejaste a la intemperie. No te preguntes qué puede salir mal. Mejor pregúntate qué podría salir bien. Si querías que tu hija aprendiera idiomas podrías haberla llevado a Aula o al Liceo Francés, al St. Peter's o al St. Paul, pero tú y tus pésimas decisiones, con tu modo de tomarlo todo a la ligera, siempre de cara al escaparate y nunca comprometiéndote, te expulsaste el problema de encima para tener tiempo libre, y te ahorro la vergüenza de recordarte para qué lo quieres.

Y en fin, cuando regrese a Barcelona no hace falta que ni pase por casa. Directamente al Harry's a cenar. O a cualquier restaurante de Isabella. Ahora que la niña ya sabe idiomas, y ya sabe bailar, sólo queda venderla. Y tal como existe la escuela Esther Bosch, existe la escuela Isabella, que lo hizo muy bien. Vivió de su exmarido Garí hasta que con Lehman Brothers se arruinó y ha sabido reinventarse con un encantador señor venezolano que le ha pagado su cadena de restaurantes. Así también se gana, claro. Y a la niña que sabe inglés y contorsiones no hace falta convencerla sino más bien darle el escenario para que lo lleve a cabo. Ahora venezolanos exiliados hay a patadas. Y colombianos. Y mexicanos. No te equivoques y elige al rico. Ya tú sabrás qué hacer con la formación que te dieron en casa. Harry's es el restaurante perfecto, porque hay un aire en la casa que no te hará sentir extraña en tu caza: y la comida es tan deplorable, y la sala tan previsible, y el servicio tan poco relevante, que podrás concentrarte sin distracciones en tu cometido. Esta Barcelona no sólo existe sino que está al orden del día y se permite además dar lecciones. Esta es la Barcelona en la que creciste, esta es tu madre y tu escuela de baile. Para esto te educaron, exactamente para que para poder ser alguien te tengas que ofrecer a un rico sudamericano en este preciso e inigualable restaurante. Todo estaba preparado. No me puedes dar más pena, pero tampoco más asco.

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