Salvador Sostres - Shambala
Mi refugio en José María
Pocas cosas me entristecerían más que disgustar a José María. Hasta que ayer me di cuenta de que tenía que escribir precisamente de esto: de la amistad, del respeto y de la admiración que siento por él
José María Fuster Fabra ha escrito una novela y yo soy un pésimo lector de novelas. No leo novelas. No leo nada. No me gusta leer, me aburre profundamente. Me gusta escribir. A la vez, José María es mi amigo, y me gusta estar con él en todo lo que hace, y cuando me mandó la novela me alegré tanto viendo lo contento que estaba de haberla escrito y publicado, que en un exceso que no guarda proporción con la edad que ya tengo, le dije que en su caso haría una excepción, la leería, y le escribiría un artículo como éste. Bueno, como éste no, uno como el que hubiera escrito si de verdad me la hubiera leído. He de confesar que no he podido. No porque sea mala, que me consta que no lo es en absoluto, sino todo lo contrario, como así lo atestiguan personas que entienden del asunto; sino porque soy incompatible con la lectura de lo que vaya más allá de un poema, una artículo o una tira de Calvin and Hobbes.
Sin embargo, en mi empeño de permanecer con José María también en esta aventura, buscaba de qué modo podía esquivar mi colapso. Pasé unos días algo angustiado porque me llamaba para saber qué me había parecido, y no sabía cómo decirle que yo no podía leer tantas páginas juntas. Me sentía estúpido practicando mentalmente lo que iba a decirle, y sobre todo temía que lo tomara como una arrogancia o un desprecio. Pocas cosas me entristecerían más que disgustar a José María. Hasta que ayer me di cuenta de que tenía que escribir precisamente de esto: de la amistad, del respeto y de la admiración que siento por él, en el convencimiento de que lo mejor que se puede explicar del libro de José María, y de todo lo que tenga que ver con él, es al propio José María. Él dice que su novela es ficción, pero no es exacto. Es un texto ficcionado. Son historias ciertas camufladas para que nadie pueda reconocerlas, sobre todo los interesados. Todo lo que hace José María tiene un sentido inequívoco y va en una misma dirección, que es defender su idea de España. Una idea de España fuerte, segura y libre. No le ha importado bajar a la arena -ni incluso bajo la arena, por decirlo al modo de Lorca- para defender a los policías que nos salvaron la vida en los años de horror del terrorismo. No sólo no le ha importado sino que lo ha hecho con dedicación y honor, y saliendo victorioso la mayoría de las veces. En una España incomprensible, infantil y autodestructiva, que ataca a quienes la protegen y enaltece a los que querrían acabar con ella, José María Fuster Fabra destaca por su valentía y nitidez en la defensa de los que velan por nuestra seguridad y por nuestra convivencia.
También Barcelona es la protagonista de esta novela, la ciudad que él conoce y ama, y en la que vive junto a su familia. En este tiempo horrendo, de expectativas tan bajas y de la más deprimente degradación, es todavía una esperanza saber que José María no se ha marchado a vivir por ejemplo a Madrid, donde sin duda sería más querido por la institucionalidad, y tendría una ciudad y a unos habitantes mucho más dispuestos a entender la alegría y la libertad del modo que la entiende él, la entiendo yo, y la entendemos me parece que todas las personas medianamente inteligentes. Es un pequeño gran lujo diario pensar que tengo a José María a sólo una llamada de distancia, y el mismo bar al que vamos a dos esquinas.
Nos distancia que es del Español, y por eso tiene de clientes Sandro Rosell y Josep Maria Bartomeu: no se me ocurre una manera más retorcida y cruel de joder al Barça que defender a estos tipejos. A Sandro Rosell fue él quien lo sacó de la cárcel, tras los dos años en que el abogado del expresidente, Pau Molins, lo tuvo por dejadez personal y negligencia profesional encerrado. Para vengarme de tan sibilinos ataques a mi club, cuando ya de noche hablamos por teléfono, le recuerdo que mi casa reposa sobre las ruinas del viejo estadio de Sarriá, y que antes de ir a dormir siempre con María ponemos el tapón en la bañera para que no se nos cuele de madrugada el 'poltergeist' de N'Kono aullando: «Hola, soy Tomy y os voy a comer». Hablando un poco más en serio, que alguien a quien tanto quiero sea perico, me hace ver al Español con afecto y simpatía. Últimamente, hasta me alegro cuando gana, un sentimiento que nunca habría dicho que tendría.
Lo que no sale en el libro, y no estoy seguro de que a él le guste que lo cuente, porque a pesar de que es muy simpático y extrovertido, es en realidad muy discreto, es lo muy respetado y querido que José María es en las altas instancias judiciales españolas: tanto en la Audiencia Nacional como en el Tribunal Supremo. Más allá de reconocerle el talento como abogado, le consideran una persona noble y con una nobleza muchas veces difícil de mantener, ha defendido lo fundamental, lo que en esencia hace que España continúe siendo una democracia con su estilo de vida libre. Esta gratitud, este reconocimiento, es muy poco frecuente que jueces de todas las sensibilidades y opiniones te los profesen, y esta unanimidad tan conmovedora y rara alrededor de la figura de José María me hace estar especialmente orgulloso de mi amigo.
A veces va bien no leer libros. No les animo que no lean. Es más, les animo a que concretamente lean el libro de José María, 'Tu refugio en el infierno' (Espasa). Pero digo que a mí me suele dar buen resultado no leer los libros de mis amigos, porque me divierte increíblemente más ponerme a escribir artículos como éste para confesarles a un tiempo mi necedad y cuánto les quiero.