Salvador Sostres - Todo irá bien

Humanidad extinguida

Torrra es sobre todo un cobarde que pretende culpar a España de su mediocridad

No podemos, no, presumir de Gobierno y seguramente estamos en las peores manos posibles. Tampoco es que podamos hablar de estos gobernantes en tercera persona, porque les votamos, y si no les votamos, votamos tonterías que les permitieron gobernar. Pero una cosa es la imperfección humana, la torpeza, la incompetencia, y hasta la negligencia criminal -como permitir y alentar la manifestación de las feministas sabiendo lo que nos rondaba-, y otra, mucho más grave, es la humanidad agotada, extinguida, que está mostrando Quim Torra estos días. No es una ideología ni ninguna otra cosa que el último fondo de una persona, cuando ya no le queda más que odio. Cuando sólo le queda algo incluso peor que el odio, y es la obsesión por el odio, cualquier sensibilidad destruida y ningún rastro de piedad. Quim Torra, Clara Posantí o Lluís Llach han demostrado esta definitiva extinción de su empatía con unos comentarios y actuaciones que confirman siniestro el fundido a negro de su alma. Hay gente que muere en vida. Hay personas -y tenemos que procurar no ser una de ellas- que agotan mientras aún respiran su recorrido vital, su tensión espiritual y se convierten el desguaces andantes, capaces de cualquier mezquindad, de cualquier atropello, de cualquier miseria. Estos tres personajes, entre tantos otros, lo habían fiado todo a la quimera de una Cataluña independiente. No sólo su ideología sino su proyecto vital, su razón de ser, su modo de estar entre nosotros. Y ante el estrepitoso fracaso del proyecto independentista, un fracaso causado por su propia mediocridad y cobardía, en lugar de pedir perdón y ponerse otros objetivos, o de volver a empezar, se enrocaron en su descalabro y pretendieron culpar a España de cómo ellos fallaron y engañaron a dos millones de catalanes a los que les prometieron «llegar hasta el final» y se rindieron por no querer pagar el alto precio que cumplir les habría costado. Hay algo que la gente no suele entender. Yo lo entendí cuando fui padre. Los niños no lloramos exactamente porque muera su madre, sino porque muere por culpa de Bambi, que sale a jugar cuando hay peligro pese a la cantidad de veces que ha sido advertido. Los niños lloramos por la pena que nos da que muera una madre, pero sobre todo el terror de sentirnos culpables de que algo malo le ocurriera a nuestra madre. Llach, Ponsatí o Torra no han llorado aún este llanto, saben que son culpables pero no lo asumen, y el cinismo les ha ido oscureciendo hasta reducirles a este vacío resentido y miserable. Llach sabe que corrió a esconderse como un cobarde a Senegal cuando la independencia fue declarada, después de ser uno de los que más le insistió a Puigdemont para que diera el paso. Ponsatí formó parte de aquel Govern claudicante, y también se fugó en lugar de defender su declaración, y de frentear las consecuencias de sus actos. Torra sabe que está siendo, probablemente, el peor presidente de la historia de Cataluña, y que tras tantas lecciones dadas sobre cómo se tenían que hacer en realidad las cosas, cuando ha llegado su momento, no ha hecho más que el ridículo. El ridículo a los ojos de los constitucionalistas, pero el ridículo, sobre todo, ante los independentistas, y ante la visión épica y majadera que había constituido su proyecto vital, su modo de estar en el mundo, y que en su impotencia y en su banalidad ha visto como caía. Hay que ser muy hombre para aguantar el tirón de una decepción tan profunda y es evidente que ninguno de los tres está a la altura de esta hombría. Sólo desde este dolor, desde esta mentira, desde este pozo de debacle y frustración se explica la tristeza de lo que han acabado siendo: lo que han escrito de Madrid y de los madrileños, burlándose de su angustia y de su muerte; de las mentiras que han contribuido a difundir, como que «España» robaba mascarillas a los catalanes para repartirlas en otras partes del territorio, y la deslealtad con que Torra está añadiendo confusión, desasosiego y caos en estos momentos tan difíciles. Cuando pierdes la conexión con tu humanidad, cuando tus fantasmas y tus miedos y tus abismos mal resueltos te desvinculan de cualquier sentimiento que no sea el rencor y el odio que genera la angustia de lo que no se ha confesado, de lo que aún no se ha llorado, estás muerto aunque todavía camines. Tu vida pasa a carecer de cualquier propósito, de cualquier sentido, y no hay límite en la calamidad que puedes llegar a causar. ¿Son tres miserables? Sí, desde luego. Pero ni siquiera principalmente. Son tres desahuciados que no tuvieron el valor de llorar su culpa, y la culpa se les ha ido volviendo un bulto negro, cada vez más terrible, hasta que su humanidad no ha encontrado el camino de regreso.

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