Salvador Sostres - Todo irá bien
Hasta que llegaste tú
El coronavirus ha dejado al descubierto una pedantería infinita, un atraso intelectual en la izquierda que gobierna impropia de una democracia homologada
Este adanismo de vergüenza ajena, los profetas del cambio de paradigma, ignoro por qué motivo los que se hacen diputados piensan que con ellos se funda el mundo. Le pasaba a Albert Rivera, que creía que inventaba los conceptos con sólo nombrarlos. Los Pactos de la Moncloa, otro cliché que se ha puesto de moda. Esto continúa siendo una lucha por el poder, la misma guerra política de siempre y el coronavirus es otra trinchera. Los que más apelan a la unidad son las que más la traicionan. Desde el Gobierno, para dar rienda suelta a su resentimiento social, a su eterno complejo de inferioridad por haber perdido la Guerra; desde la Generalitat, en su afán por intentar demostrar que los catalanes estamos dotados de un plus de inteligencia y de capacidad para afrontar las crisis y resolverlas. Todo exactamente igual que siempre. Escuché ayer a Echenique con su caspa prebélica: tan mezquino, tan ridículo, pero sobre todo tan equivocado como siempre lo estuvo su vieja ideología, la más asesina de todos los tiempos. No sé de dónde sacan el nervio estos gallos para creer que antes de que ellos llegaran no había nada. Isabel Windsor fue mucho más modesta en su alocución, y mucho más breve. Aun siendo la Reina más importante del mundo, no pretendió haber inventado nada, ni reclamó ningún nuevo orden mundial, y más bien se limitó a apelar a la mejor tradición de su pueblo, al orgullo de ser británico, y al agradecimiento a los que estos días realizan los trabajos más expuestos. En su discurso la unidad no sólo parecía sincera sino que lo era, y la cabeza de la Iglesia anglicana se dirigió a «los hombres y mujeres de todas las fes y a los que no profesan ninguna». Nada que ver con nuestros líderes, que cada cual se cree un nuevo ángel de la anunciata, con un dramatismo infame, ventajista, afectado, exigiendo medidas que no saben lo que implican, ni cómo se pagan; soltando no más que disparates alarmistas, acusando de inhumanos y de racistas a los empresarios que no puedan volver a contratar a los trabajadores que no tuvieron más remedio que incluir en el ERTE -ayer Rufián lo hizo-, demostrando un total desconocimiento de quién y cómo crea puestos de trabajos, de la realidad de la dificultad empresarial y el modo en que los países -es decir, estos tan demonizados empresarios- pueden generar la riqueza con la que luego se paga el progreso social. El coronavirus ha dejado al descubierto una pedantería infinita, un atraso intelectual en la izquierda que gobierna impropia de una democracia homologada, y una verborrea del apocalipsis que mezcla la indecencia con la ignorancia y la cursilería en unas proporciones nunca vistas. La incongruencia con la que Podemos predica un mundo que «no volverá a ser el mismo», y a la vez pretende aplicar las recetas económicas que son las que más hambre y muerte han causado siempre que alguien ha sucumbido a la tentación criminal de aplicarlas sólo puede causar estupor en las personas formadas y razonables, que son entonces acusadas de fascistas en esta nueva Nueva Edad Media en la que vivimos, según sentencia del catedrático en Derecho Penal, Fermín Morales. Esta Edad Media en que se desprecia la inteligencia, se glorifica la demagogia y no sólo no se aprende ninguna lección de la Historia sino que lunáticos y mentirosos la reescriben sin el menor rubor e insistiendo en los mismos y mortíferos errores. Sánchez tendrá que enfrentarse a Podemos si toma las medidas económicas que España necesita; o tendrá que enfrentarse al total hundimiento, y a la quiebra, si sigue las instrucciones de Pablo Iglesias. España no es Venezuela, y por muy húmedos que sean los sueños populistas de cuestionar la propiedad privada, de la Grecia del referéndum de Tsipras aprendimos el recorrido que este tipo de majaderías tienen en la Unión Europea. Y también el precio. Al final, el Gobierno tendrá que elegir entre naufragar en su extremismo y causarle a la nación el mayor daño en décadas, o renunciar a sus prejuicios y sus infructuosas recetas, y en consecuencia a sus socios. A veces me pregunto si a los adanistas les ha merecido la pena llegar hasta aquí. Me pregunto si Pasqual Maragall pudiera regresar a su lucidez, y al año 2003, abriría el melón de la reforma estatutaria para hacerse como el que enmendaba los 23 años de Jordi Pujol. Me pregunto si Artur Mas, vistos los resultados, y cómo ha demostrado ser el conjunto de la sociedad catalana, y la opinión que sobre el independentismo ha tenido Europa, llevaría hoy su órdago tan lejos o preferiría la estrategia de la negociación y el acuerdo del peix al cove que tan bien funcionó a los gobiernos de CiU y que tan útil le resulta todavía hoy al PNV. No sé qué pensará Pedro Sánchez, cuando el tiempo pase se su giro hacia el radicalismo que implica el pacto con Podemos si es que, como parece, lo mantiene. Tanto adanismo para un mundo nuevo que nunca acaba de concretarse, porque el mundo es viejo, nosotros somos viejos, el sistema es viejo y ha funcionado estupendamente hasta ahora y lo continuará haciendo cuando nos pase el susto en los próximos meses. Tanta anunciata falsa, tan pocos lobos para tanto Pedro gritón, tan pocos fines del mundo para tantas invocaciones supersticiosas, y tanto irredentismo;y tanta enmienda a la totalidad para una España que ha vivido el periodo más largo de paz y libertad. Me pregunto si cuando se apagan las cámaras y los micrófonos de verdad te crees que hasta que llegaste tú la democracia no existía, ni La Civilización, ni el modo en que nos ganamos la vida, ni una idea fuerte de libertad, de compasión y de ternura. Me pregunto si no te da un poco de apuro desvestirte cada noche, justo antes de meterte en la cama, con tanto gasto inútil de palabras que no significan nada, habiendo jugado con el miedo, el ansia y la angustia de los demás a cambio de comparecer como un auténtico payaso para colmar tu vanidad. Y no se crean que se puede escribir como yo escribo sin creer en uno mismo, sin estar convencido que Dios me ha encargado una misión dotándome de talento, y entiendo que tal extremo a muchos les parezca excesivo. Sin embargo, nunca me he creído el fundador de nada más que de un cierto articulismo de la intimidad, ni nunca se me ha ocurrido pensar que mi deseo de mundo mejor revelaba ninguna verdad que hubiera permanecido oculta para la Humanidad hasta que a mí se me ocurrió pronunciarla. Y 44 años de vida han sido suficientes para aprender que el mundo avanza con el reformismo moderado mucho más que a golpe de revolución, normalmente sanguinaria y que en nuestras condiciones de democracia, bienestar y libertad sólo nos puede traer una situación francamente peor. En épocas de incertidumbre emergen vendedores de pócimas y agoreros, trileros de la más deshonrosa especie, resentidos que tratan de ganar por fin las guerras que siempre perdieron, propagandistas de las más siniestras ideologías, sectarismos que creíamos superados y que lamentablemente nos recuerdan lo frágil que continúa siendo nuestra democracia y nuestra convivencia, y lo imprescindible que resulta no cejar en el empeño de defenderla. Volveremos y será pronto. Quizá con algunas lecciones aprendidas, con distancias al principio, pero volveremos y haremos lo de siempre, y estaremos contentos de estar juntos como siempre; y al fin del mundo, también como siempre, le daremos despacho ya en los gintónics de la primera y triunfal sobremesa.