Salvador Sostres - Todo irá bien

Esperanza inminente

Volveremos, trabajaremos, ganaremos y como siempre, saldremos a cenar para celebrarlo

Discrepo de la cobertura mediática de esta crisis. El alarmismo amarillista nos pretende hacer creer que estamos resistiendo a la aviación nazi o a las sacas y las checas de los rojos, cuando todo lo que tenemos en realidad es un problema de colapso hospitalario. Las cifras se dan sin contexto. Cien muertos. Mil muertos. Los años buenos como el anterior, la gripe mató en España a 6.500 personas. En 2018, murieron cada día, por las causas más diversas, 1.137 españoles. Es cierto que el problema coronavirus es la acumulación en muy poco tiempo de enfermos y cadáveres, y el consiguiente colapso de los hospitales, y lamentablemente de las morgues, pero los medios están tan enganchados al catastrofismo, y creen tanto que el periodismo consiste en dar malas noticias, que elevan los peores datos a los titulares pensando mucho más en su tamaño que midiendo su verdadera estadística y por lo tanto relativa dimensión. El 67% de los fallecidos tenía más de 80 años, y el 27%, más de 60. Sólo el 6% estaba por debajo de esta edad. No es que crea que los mayores merezcan morir, ni que su vida no importa, pero si el 80% de los muertos fueran niños, iríamos a comprar el pan con revólver. La pesadumbre fúnebre todo lo invade, junto con los presagios más nefastos. Las buenas noticias, como los ensayos farmacológicos que van a dar con los medicamentos que nos van a sacar del pozo antes de lo que creemos -aunque sea pronto aún para saber su grado de éxito- podrían ser objeto de un diario seguimiento en las primeras páginas de los periódicos, en los primeros minutos de los boletines y telediarios, para que por lo menos la ciudadanía supiera que la esperanza es real, tangible, y que se concretará en el corto plazo. Los doctores Bonaventura Clotet -en España- y Didier Raoult -en Francia-, entre otras eminencias mundiales, están a pocas de semanas de poder establecer qué dosis de hydroxycloriquina, en combinación con qué antiviral, pueden ser efectivos para derrotar al coronavirus. No estamos en una guerra. No sabemos el número de infectados, que con absoluta probabilidad no es menor a diez veces los que tenemos diagnosticados, y por lo tanto el porcentaje de muertos es aparatosamente menor. No todas las muertes que atribuimos al coronavirus le corresponden: en muchos casos ha sido simplemente la gota que ha colmado el vaso en cuerpos de salud ya muy mermada. Por supuestos debemos extremar la higiene personal y hacer caso de lo que nos indiquen las autoridades. Pero no «estamos cayendo como moscas» ni «la Humanidad está a punto de extinguirse», ni estamos ante «el mayor reto desde la invasión alemana de Polonia». Estamos en nuestras casas, con nuestra familia, seguros, alimentados, resguardados de la intemperie, con los servicios necesarios funcionando y con unos científicos extraordinarios que saben lo que hacen y que están cerca de hallar una solución que nos permita continuar con nuestras vidas a finales de abril. No se dejen abrumar por las cifras. Son tristes pero comparables. El confinamiento puede tener momentos de un cierto agobio pero da risa compararlo con los verdaderos sacrificios que tuvieron que hacer nuestros abuelos durante la Guerra o la posguerra. Era más largo un fin de semana de mis padres cuando eran niños, en casa con sus juguetes de madera y las estrictas directrices de mis abuelas, que un mes sin poder salir de mi hija, con su iPad, los FaceTimes con sus amigas y Netflix, Movistar Plus, HBO, Filmin o Amazon Prime, aunque he de decir que, como su padre, mira una y otra vez siempre lo mismo. El lunes le puse La maldición del escorpión de jade y no podemos salir de ahí. Se me cruza por el pasillo gritándome: «¡Madagascar!», por ver si me hipnotiza, como el mago de la película. Tenemos los artilugios, tenemos la introspección, tiempo para pensar en lo que podríamos hacer mejor, en el valor que damos a cada cosa, y a cada persona, y por supuesto tenemos una esperanza cierta, inminente y mucho más allá de la incompetencia y la negligencia de los dirigentes que hemos votado y que tendrían que avergonzarnos en bastante mayor medida de lo que nos preocupa esta crisis, y no olvidar lo que nos han hecho, y entender que en el futuro nuestro voto tiene que depender de la inteligencia y no del resentimiento. No se dejen desmoralizar por la pasión fúnebre de los medios, por el fin del mundo que cada día nos venden para afirmarse en su solvencia, como el tipo de escritor que yo detesto que cree que sólo la tristeza es profunda. El colapso hospitalario es serio y hay que atajarlo. Lamento todos y cada uno de los fallecidos y mis oraciones están con sus las familias. Pero somos la generación más afortunada de la Historia viviendo el más extraordinario momento, y cualquier catastrofismo es una falta de perspectiva. Y de estadística. ¿Tenderemos que trabajar duro cuando regresemos? Desde luego. Pero ¿cuándo no hemos trabajado duro? ¿Cuándo no lo hemos dado todo en cada línea? Volveremos, trabajaremos, ganaremos y como siempre, saldremos a cenar para celebrarlo.

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