Salvador Sostres - Shambhala

Ese enfermizo jugar a ser yo

Del mismo modo que para lograr las gestas hay que pagar el precio, para jugar a mentor hay que pagar los viajes

Una imagen de los jardines del Ateneu Barcelonés Inés Baucells

Salvador Sostres

Alexandre Golovin era un niño ruso con granos al que las ya no tan jóvenes promesas del articulismo independentista convirtieron en estrella emergente poco antes del referendo secesionista del 1 de octubre de 2017. He dedicado toda mi vida a promocionar a jóvenes con talento en agradecimiento por todo lo que me guiaron, ayudaron e invitaron los que tenían mi edad cuando yo empezaba. A Golovin, llamado Sasha por sus amigos, me lo trajeron a comer, un día que no recuerdo de 2016, en Gresca, Jordi Graupera, Bernat Dedéu y Eric Herrera. No me causó ninguna impresión especial. Más bien me pregunté qué le debían ver. Pero sólo era un chico de 17 años, de padre ruso, con demasiado acné para que algo más en su expresión fuera notable. Se hizo especialmente amigo de Bernat Dedéu, quien lo llevó por los alambres de la noche y al corazón de ese movimiento presumido, arrogante, radical y finalmente estéril, que fracasó en todos sus intentos de medirse con la realidad: la candidatura Ordre i Aventura, liderada por Bernat Dedéu, no logró tomar, como pretendía, la presidencia del Ateneu Barcelonès; y la candidatura Primàries, liderada por Jordi Graupera, no logró representación en el Ayuntamiento de Barcelona. Con un 3,7% de los votos quedó lejos del mínimo del 5%. En ambas candidaturas, y movimientos, Sasha era el joven que aspiraba a tener su primer cargo.

Tras el almuerzo de Gresca no le volví a ver hasta que en agosto de 2018 me llamó la atención el incipiente talento de Guillem Cerdà, que resultó ser uno de sus grandes amigos. Nos acompañó algunas noches en Dry Martini y en algunas cenas o almuerzos, aunque pronto confirmé mi primera sensación y le dije a Guillem que no lo invitara más. Me irrita pero sobre todo me entristece asistir al espectáculo de los muertos vivientes. Cuando ya ves que la salvación es imposible e inútil la esperanza. Saha, además, por hacerse el importante y estar a la altura de las expectativas que generaba, empezó a hacer cosas que yo sé perfectamente que no le gustaban, creyendo que de este modo mantenía y mejoraba su grado de aceptación entre sus mentores. Es cierto que todos acabamos teniendo un redundante gusto a nosotros mismos, pero la sordidez de algunas de las sendas por las que el joven había empezado a transitar me causaba demasiado disgusto para contemplarla sin hacer nada; y como desde el primer instante había asumido que era un chico con el que no merecía la pena ni intentarlo, porque el hundimiento igualmente acabaría llegando, decidí por lo menos no asistir a la representación del batacazo.

Entre los que le decían que estaba llamado a ser el próximo presidente de la Generalitat -como años antes le dijeron Lluís Prenafeta y Jordi Pujol a Jordi Graupera- y los amigos de su edad, como Guillem Cerdà o el sobresaliente articulista de Vilaweb Ot Bou Costa, la vida de Sasha transcurría sin hacer absolutamente nada entre el Ateneu como club social y el restaurante Gelida, en la calle Urgel, para beber frascos de vino barato y cocina catalana bien hecha y a precios francamente tirados. Algunos artículos, menores y malos, algunos actos en el Ateneu, la carrera de Estudios Árabes y Hebreos en la Universidad de Barcelona -la tercera que empieza-, todas con la misma y descriptible fortuna.

Hace unas semanas, Saha fue noticia y escándalo porque la consejera de Universidades, señora Gemma Geis, le contrató de asesor y las redes sociales se incendiaron bajo el argumento de que el chico no tenía ninguna experiencia ni formación, y que la consejera le contrataba con el único objetivo de tenerlo «más cerca». El instituto Ostrom, de ideología liberal, al que pertenecía, le echó al conocerse su contratación pública: los que se llamaban sus amigos le marcaron y le empujaron al linchamiento público. La muñeca rusa empezaba a romperse. Nadie salió a defenderlo: ni los amigos de su edad, ni sus famosos mentores, y algunos de ellos fueron los que con más saña le humillaron.

Tocado pero no hundido, Sasha continuó con vida ociosa, de no hacer casi nada y lo poco que hacía, irrelevante. El viernes volvió a ser actualidad porque un perfil anónimo de Twitter denunció, con las pruebas oportunas, que sus últimos diez artículos eran un minucioso plagio, traductor de Google mediante. Los directores de los periódicos afectados le echaron al instante pidiendo disculpas a los lectores. A uno de ellos, el joven Saha le contó que estaba deprimido porque sufría una grave enfermedad, y que al no verse capaz de escribir nada, había recurrido a la solución desesperada del plagio. La grave enfermedad ha resultado ser igualmente falsa. El escarnio público que el chico ha sufrido es de los que difícilmente se regresa. Una vez más, ninguno de sus amigos, jóvenes o seniors, ha salido en su defensa. Ninguna palabra de apoyo ha sido en su favor escrita o pronunciada.

Yo llevo toda mi vida intentando ayudar a jóvenes con talento, mostrándoles lo maravilloso del mundo para que entiendan por qué tiene sentido esforzarse. He cometido algún error de casting, pero muy pocos. Y a Sasha nunca le vi ninguna posibilidad, y nada de lo que le ha ocurrido me extraña, pero no es sólo su culpa. Ni siquiera principalmente. Es demasiado insignificante para tener culpa de nada importante. Algunos de sus amigos, ante su farsa y fraude dicen que está «enfermo», pero yo creo que la enfermedad está en los que le encumbraron. La enfermedad de jugar a ser generoso sin realmente serlo, la enfermedad de hacerse el mentor sin tener intuición ni genio; este enfermizo jugar a ser yo, tan frecuente en Cataluña, pero sin mis dones y sin mi esfuerzo.

La enfermedad de esta intelectualidad naufragada, sin obra, sin talento, sin inteligencia y sin Gracia. Estos pregoneros ambulantes y rácanos, que nunca dan la cara por nada ni por nadie, que siempre se llevan más de lo que dejan, que arriesgan con la vida de los demás y que cuando pierden siempre es otro el culpable. Esta intelectualidad pobre, insuficiente, que no puede hacerse cargo de sus vidas y pretende dictar cómo tenemos que vivir los demás. La enfermedad de una intelectualidad que ha fallado en todos sus vaticinios políticos, sociales y morales. Todo lo que han defendido ha fracasado y por los exactos motivos por los que ellos creían que iba a triunfar.

La enfermedad de vivir con Cataluña como pretexto y España como culpable. La enfermedad de justificarse en la causa, sin aportar ningún valor ni ninguna inteligencia. La enfermedad de un grupo de amigos que se han dedicado a darse la razón y a insultarse entre ellos, siempre desde una una pésima relación con la realidad, creando falsos héroes, mitos que eran nada, y una patológica proyección sobre Cataluña de sus frustraciones y de sus incapacidades, con un fanatismo cateto y cantonal, desde una superioridad no sólo indemostrada sino desmentida por sus vidas de igual fracaso y extravío que el independentismo. Sasha es la deformación que ha creado el independentismo cayendo a peso sobre su vida anodina. Un pobre chico sin más que lo justo para llegar al final del día ha sido aplastado por la mezcla letal de comedia y de mediocridad de unos que se creyeron más listos que los demás y acabarán pidiéndole la hora a la vida como los equipos menores al árbitro.

Del mismo modo que para lograr las gestas hay que pagar el precio, para jugar a mentor hay que pagar los viajes. La generosidad es el motor de todas las cosas que importan y la manera y el modo más cristalino de entender estas vidas de desgracia, y esta desgracia colectiva, es conocerlos a todos y saber que nunca, nunca han dado nada.

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