Salvador Sostres - Todo irá bien

Conocí a Sergi

«Los duros son para mí. Los que tienen carácter, los que tienen una idea y la siguen, los que saben por qué hacen cada cosa y entenderles es el mejor modo de respetarles»

Interior del Ideal, en la calle Aribau

Salvador Sostres

El cambio de fase me encontró en Ideal, y justo a medianoche quedó reabierta la barra. Estaba José María Gotarda. Y estaba yo, de vuelta tras trece años. Había entrado pocos minutos antes, le había pedido disculpas al dueño, había saldado una antigua deuda de 80 euros y conocí a Sergi. Solía ir mucho a Ideal y una noche el barman Guillermo, que había trabajado en Semon y nunca nos habíamos acabado de entender, me dijo que iba a cerrar antes de lo previsto «porque ya no hay nadie». Miré a mis amigos por si nos habíamos vuelto invisibles, me indigné y me marché sin pagar. Escribí un articulo incendiario, resentido por la anécdota y sin tener en cuenta la historia de tantos años. En aquella época, además, me fundí con el Tirsa de Manel Tirvió en una unidad de destino, y no entendía mis días, ni la vida, sin acudir cada noche, y cuando digo «cada noche» es exactamente lo que quiero decir. Era joven, era un bestia y tenía mucha más fuerza de la que viviendo en los márgenes podía quemar. Necesitaba sumergirme para poder dormir, deslizarme por el tobogán. La ginebra es un tobogán. El Tirsa era yo. Manel y yo pensábamos lo mismo de la vida y de las cosas y pasaba más tiempo con él que con cualquier otra persona. Algunos amigos se quejaban a veces de tener que cruzar Barcelona entera, y todo Hospitalet, «teniendo Dry Martini o Ideal aquí al lado», y cuando vi que algunas noches estuvieron a punto de negarse, se me ocurrió la estrategia de escribir artículos muy desagradables sobre los dos locales, para poderles decir: es que claro, no me dejan entrar. La estrategia funcionó, pero aunque en realidad nadie me prohibió la entrada en ninguna parte, quedó una incomodidad que sólo yo había creado y por motivos tal vez poéticos pero sin duda injustos. Hace un par de años tuve un hermoso reencuentro con Javier de Las Muelas: no sólo arreglé lo que había estropeado sino que tuve el otoñal regalo -han pasado los años- de establecer con él una proximidad, un afecto y una confianza que tanto agradezco. Y cuando el miércoles, saliendo de cenar en Gresca, decidí sin saber muy bien cómo que había llegado el día de regresar a Ideal, he de confesar que no estaba seguro de cómo iba a ser recibido, pero pronto las dudas quedaron canceladas, porque en la puerta y de cara me encontré a José María Gotarda, me sonrió, le pedí perdón y me parece que sonó tan sincero como realmente lo dije. Él estuvo muy generoso: «A ti hay que quererte como eres». Y no está bien que lo diga yo pero tiene toda la razón. Recordaba la cifra exacta de mi deuda, la pagué antes de sentarme como los hombres hacen y conocí al barman Sergi, duro, pulcro, algo distante al principio pero enseguida vi que sería mío. Los duros son para mí. Los que tienen carácter, los que tienen una idea y la siguen, los que saben por qué hacen cada cosa y entenderles es el mejor modo de respetarles. No cada día encuentras a tu barman, a uno que al instante te das cuenta de que hacía tiempo que mantenías la misma conversación aunque no hubierais hablado nunca. Los duros son los míos, los que no ceden, los que aguantan la posición, los que quieren el balón y toman las decisiones en el momento exacto, sin echarse a perder con absurdos alardes. Los fuertes nos llevamos bien con los fuertes y esta pandemia me ha confirmado en mi desprecio por la terrible tiranía de la debilidad. Siempre contra los encerrados, contra los que no apuran, contra los que no tiemblan en el alambre. Siempre contra los que desprecian la vida no exprimiéndola, sin tomarla, sin arrasarla. Me gustan los que marcan sus límites y si el cliente tiene razón es porque Sergi se la ha dado. A las doce en punto entramos en la fase 3 y José María declaró solemnemente reabierta la barra. Volver a la barra de Ideal, eso sí que fue un regreso. La euforia nos llevó y lo pagamos por la mañana. Pero la noche fue una de aquellas noches, prendida por la emoción de la libertad recobrada, felices de amistad, de los juegos de chichos y chicas que a mí ya empiezan a quedarme muy lejos pero que me divierte observar e intentar adivinar por quién se decidirá la muchacha. No os recordaba tan vanidosas, chicas de aquella edad en que fuimos. Tal vez entonces no lo erais tanto. A veces digo algo y noto que me escuchan con un respeto que entre ellas no se tienen. Me abruma pensar que me ven como a un señor mayor, aunque a veces me llevo alguna sorpresa que desde luego no guarda proporción con la edad que ya tengo. En algún momento salieron a fumar y sentado en la esquina de la ventana, que es mi sitio, pensé en lo tozudo que fui, en la brutalidad con que todo lo tomaba y todo lo tiraba, y en lo absurdo que había sido haber dejado pasar tantos años sin ir a Ideal. Me gusta mi edad y cómo de un tiempo a esta parte he ido haciendo las paces con enfados que muchos ni recuerdo cómo se enredaron y fue con personas a las que querría bastante. Es la segunda parte de mi vida. Ya no tengo tanta fuerza, continúo escribiendo duro y metiéndome en problemas, y aún los odios y las pasiones se distribuyen a mí alrededor con más intensidad de la que gustaría. No me quejo, no podría quejarme, yo también soy así. Lo que más me ha cambiado es ser padre y haber entendido que la compasión es el sentimiento más noble y más importante. Hay que ser fuerte y duro como mi barman Sergi para entenderlo, y también para asumir que muchas veces es el único sentimiento que merecemos, si es que lo merecemos. Cuando era joven, mucho más joven, pensaba que era humillante ser querido por compasión y que sólo era digno vivir en el asalto. Continúo siendo un bestia, y a pesar de la decadencia, probablemente más fuerte que cualquiera. Pero de no haber sido por la piedad de los que tantas veces pudiéndome rematar me tomaron la mano y me ayudaron a levantarme, yo nunca habría llegado a nada. Sin la sonrisa de bienvenida de vuelta a casa de José María Gotarda yo el miércoles habría sido un paria, «París sin el estereoscopio», sin saber qué hacer con mi noche, sin la libertad recobrada, sin la euforia, sin Sergi.

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