Salvador Sostres - Todo irá bien

Lo que hay en el centro

«La muerte forma parte de la vida. Los virus forman parte de nuestra salud y el Mal va ligado al Bien»

Un comercio cerrado en Barcelona AFP

Salvador Sostres

Eestáis tan acostumbrados a vivir del dinero de los demás, y a pensar sólo en vuestros derechos sin exigiros ningún deber, que ahora creéis que la solución a este problema sanitario puede pasar por parar la economía y detener el mundo. Un exceso de bienestar os ha atrofiado el alma, y vivís en la fantasía de la teta proveedora y sin la sensación de tener que dar los gracias. Como si todo os lo debieran, como si no hubiera que pagar nada, como si el dinero no fuera de nadie y no tuviéramos que trabajar mucho para ganarlo.

La economía no puede detenerse. Oponer la salud a la economía es una terrible forma de ignorancia. Sin economía no hay nada, ni salud, ni ciencia, ni siquiera amor. Quim Torra no ha pagado nunca una nómina. Pilar Rahola - «presidente, cierre Cataluña»- lleva toda su vida viviendo de los problemas de Cataluña, sin haber resuelto ninguno, y procurando mantener la herida siempre infectada para asegurarse de que continúa cobrando. Lluís Llach, que también le ha reclamado a Torra que tomara la iniciativa, debe el grueso de sus ganancias a los ayuntamientos que le contrataban sus giras. En cuanto a Sánchez y a sus ministros, y a sus propagandistas, exactamente lo mismo. El mundo está lleno de peligros y amenazas, y siempre será así, y tendremos que aprender a continuar. ¿O es que no hemos asumido, a cambio de la velocidad en los desplazamientos individuales, centenares de muertos cada año? En 2019 celebramos un mínimo histórico y estuvimos contentos porque «sólo» habían muerto 1.098 personas en las carreteras españolas. Por supuesto, tomamos cada vez más y mejores medidas de control y de seguridad, o de limitación de la velocidad, pero pagamos un precio por el progreso, por ir cada día a trabajar, por salir a cenar o de fin de semana y en definitiva por continuar; y no renunciamos al coche, ni cerramos el tráfico ni las fronteras, ni le exigimos a la DGT el riesgo cero.

Las consecuencias de este parón serán durísimas, y tiene gracia porque los mismos que hoy me acusarán de insensible y de insolidario por este artículo, serán los primeros en quejarse de la miseria que irán provocando en las próximas semanas las medidas que ahora tanto aplauden. Gira y gira el infinito carrusel de la irresponsabilidad y del «todo gratis».

En 2018 murieron en España 427.721 personas. Es decir: se nos mueren 1.171,83 personas al día en el país con mayor esperanza de vida del mundo, y lo aceptamos, y no nos ponemos histéricos, ni cerramos las fronteras, ni hacemos nada que no sea continuar con nuestras vidas. A veces siendo prudentes, a veces sin serlo. La muerte forma parte de la vida. Los virus forman parte de nuestra salud y el Mal va ligado al Bien. Nos tenemos que acostumbrar a que una de las principales consecuencias del nuestro estilo de vida libre es el terrorismo que quiere destruirlo, pero no nos podemos quedar en casa porque ésta sería su mayor victoria. Igualmente, los avances médicos van ligados al progreso de los virus y las enfermedades, que también se adaptan para sobrevivir: como los ladrones se inventan trucos nuevos cada vez que a les descubre la policía. Debemos extremar las medidas de higiene personal, y de autoexigencia, y debemos evitar riesgos innecesarios. Pero la economía, que es la vida, y nuestra capacidad de pagarla, debe continuar siempre. La miseria que causarán estas medidas será más letal que el coronavirus, porque lo que hay en el centro de nuestra manera de vivir no es la vida, sino la libertad: es decir, la economía de mercado. Esto es lo que somos y lo que hace posible todo lo demás: también, y sobre todo, la vida. Si no somos capaces de entenderlo, será nuestro final. Éste es nuestro estilo de vida y es muy agradable cuando los cosas van bien, y de hecho es lo que hace posible que los cosas, normalmente, vayan muy bien, aunque como toda empresa humana es imperfecto, y tiene grietas, y no lo puede prever todo: pero créeme, los demás sistemas son mucho peores, cualquier otra estrategia acaba resultando siempre mucho más devastadora y dramática y en la Historia puedes leer todas las lecciones que te hagan falta para tenerlo claro. Nuestro Occidente libre sólo es fuerte, sólo tiene una ventaja competitiva con su sistema basado en las libertades y derechos individuales, en la democracia, en la libre circulación de bienes y personas y en la economía de mercado, reforzada con algunas medidas sociales keynesianas (sanidad, educación y pensiones). Si con la excusa del virus abandonamos nuestro sistema, ganarán China, Rusia e India.

La muerte forma parte de lo que nuestro sistema puede asumir. Lo asumimos normalmente con los accidentes de tráfico, con el tabaquismo -mucho más absurdo- y otras maneras mucho más placenteras y creativas que tenemos de quemar la vida, asumiendo un riesgo que cuando nos toca lo lamentamos, pero tampoco nos quejamos mucho, porque ya sabíamos que era de lo que se trataba: porque así es la vida. Nuestra vida. Nuestra maravillosa vida. Ahora ya es tarde para hacer algo distinto, pero será la última vez que por un virus pararemos el mundo. Nos espera una realidad tan cruda, cuando volvamos a salir a la calle, tan desolada, tan rota, que no se nos ocurrirá volver a proceder de este modo nunca más. Oponer la economía a la salud es falso, la misma falsedad que oponer la economía a la vida. Tendremos que aprender a ser más precavidos, más exigentes, más responsables. Tendremos que aprender a ser más disciplinados, y a protegernos sin parar el mundo.

También tendremos que aprender a votar mejor, para que las adversidades no nos vuelvan a encontrar con esta sarta de incompetentes al mando. ¿Esto también es culpa de China, de América, del capitalismo, de los bancos? Tendremos que aprender a votar mejor, por motivos más elaborados. Tendremos que aprender a estar a la altura de la democracia que tanto reclamamos, porque dejando el virus a un lado, es terrible lo que España se ha hecho a sí misma con un presidente como Pedro Sánchez, con la tropa adjunta de Podemos. Los que ahora se quejan, ¿qué votaron? Y sobre todo, ¿por qué?. Esta crisis ha tenido mucho de imprevisible, pero si olvidamos la parte de mediocridad y de culpa, la parte de vulgaridad que nos corresponde, y que nos está obligando cruzar a la intemperie con este siniestro pelotón de incapaces, no habremos aprendido nada, y en cualquier momento, cualquier otro virus podrá volver a devastarnos.

No me gusta el pesimismo, ni las malas noticias, ni mucho menos la muerte, aunque sea la de una sola persona. Preferiría que bastara con quedarse en casa un mes y salir cada tarde a las 8 a aplaudir a los profesionales sanitarios, que por supuesto merecen todo nuestro aplauso. Pero el mundo, con todas sus maravillas y toda su hermosura, es mucho más complicado, mucho más monstruoso, y mucho más duro. Preferiría que bastara con una vacaciones domiciliarias durante la Cuaresma -y probablemente bastante más, si una vacuna no nos rescata. Pero lo que hoy en mi artículo os parece cruel, será hambre y caos cuando volvamos a salir a la calle.

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