Salvador Sostres - Todo irá bien
Beber y recordar
«Sustituir la amargura del resentimiento por la luz de la gratitud da los mejores resultados»
![El «maitre» Gustaf en la serie «The Restaurant»](https://s1.abcstatics.com/media/espana/2020/04/05/Imagengustaf-krKB--1248x698@abc.jpg)
No es que quiera dármelas de ver series extrañas, pero también de The Restaurant (Filmin) he sacado la escena del maître Gustaf, excelente en su oficio pero poco inteligente y demasiado resentido para tomar buenas decisiones. En un momento de desesperación y soledad se pone a beber en demasía y a mirar fotos de cómo era el restaurante cuando se respiraban abundancias. Su pasión por el rigor y por la formalidad están en tensión con su inclinación sexual, considerada desviada en la Suecia de 1950, y todavía bebe más. Es una tentación, beber y recordar. Es una reacción que yo entiendo, la de tensar lo que podemos tensar para tener la sensación de que podemos domar lo indomable. Son equilibrios imperfectos pero que suelen funcionar la mayoría de las veces, hasta que un día la riada se lo lleva todo por delante y hay que volver a empezar. A beber y recordar el tiempo en que fuimos, he dedicado tantas horas que juntas serían días, pero no tanto por el gusto de regresar a aquel tiempo sino con el afán -absurdo- de reescribirlo con lo que ahora sé. A veces estos pensamientos me sirven para aprender algo, pero la mayor parte del tiempo son un modo de evadirme y de sentirme cómodo. He bebido mucho pero para esto no me hace falta beber: me basta un paseo y escuchar mi música, que me sirve para concentrarme y al rato no sé ni qué escucho; y mi mente divaga y vuelvo al colegio, al instituto, a viejas discusiones de familia, y me imagino resolviendo con la palabra justa lo que entonces estropeé poniéndome bravo o siendo un estúpido. Yo he bebido mucho pero he tenido la suerte de no beber nunca para nada. Me gusta beber, me gustan los bares, los bares de hotel, las sobremesas en los restaurantes que el alcohol prende y parece como si flotáramos. Me gusta el amor que se dice y se bebe, la amistad líquida, la euforia etílica aunque siempre dentro de los límites en que mi suegro podría estar cómodo bebiendo conmigo. Cuando sin darme cuenta, o viéndolo venir, pero sin frenar a tiempo, la noche degenera y yo con ella, me acaba doliendo todo y son hondos los remordimientos. En estos día extraños añoro las veladas en Dry Martini, horas de barra sin otro fin que el placer de estar, de reír y de compartir con las personas a las que quiero el momento en que el día se desliza y basta con dejarnos caer, y todo está pactado, y todo a buen precio, y podemos irnos por fin a dormir pensando que somos los buenos. El maître Gustaf querría que el mundo permaneciera justo en la época en que Via Veneto daba a las señoras las cartas sin el precio. Yo también creo que en esto hemos perdido, que algunos de nuestros comportamientos son más propios de las bestias y que una sociedad que no cede el paso a las damas, nada menos que en pro del feminismo, ha enfermado y tiene que curarse. Pero de recordar mucho, y del «si así no hubiera sido, yo habría seguido jugando a hacerte feliz», he aprendido que sólo sirve el futuro, ni siquiera el presente, sólo lo que proyectamos, sólo lo que arriesgamos, sólo el nuevo paso que damos, y que volver nunca es la solución a ningún problema, ni mucho menos borrachos. «Nosotros», Jaime Gil de Biedma lo dice, «ya no somos los mismos, aunque a veces nos guste una canción». Una cierta nostalgia puede ser nuestra hora del recreo, pero te consume si le dedicas la vida y acabas oscureciéndote y te quedas sin recursos, además de volverte pesadísimo. Alcoholizarte es el paso siguiente. Es más incierto el salto, el ejercicio que nunca has hecho, la idea que aún no sabes si funciona, la palabra que aún no has dicho y no sabes hasta qué punto vas a poder manejarla y va a comprometerte. Gustaf tiene razón pero un tipo de razón que no sirve para nada, igual que yo tengo razón al decir que el más mediocre ministro de Franco estaba más preparado, era más culto y tenía mayores conocimientos técnicos que el más cualificado de los ministro de Pedro Sánchez: pero se nos vino la democracia y está fuera de lugar y sería estrafalaria cualquier pretensión de regresar a la época pasada. Sobre el rigor y la formalidad con que queremos compensar nuestros desórdenes menos controlables, sobre la rectitud que impostamos y que exigimos a los demás porque nos abruman nuestras desviaciones -por usar el lenguaje de la época en que transcurre la serie-, es una reacción lógica, en algunos momentos viable, y que en sus fases iniciales te hace creer que puede actuar como dique de contención contra tu barbarie. Pero con el tiempo es siempre mejor asumir lo que eres y, en lo esencial, no intentar engañarte. Luego hay detalles, y la mentira es el gran engranaje social, y la hipocresía hace que no nos abramos en canal por la calle. Pero aunque en lo tangencial -«it’s a little secret, just the Robinson’s affair»- el cielo tenga playas donde evitar la vida, nadie puede vivir tranquilo en la mentira de lo que es y las implosiones es mejor que sean controladas. A mí me han pasado muchas cosas por la cabeza, y por otras partes del cuerpo, pero al final lo que yo soy es el padre de Maria y el marido -pese a todo- de Anna, y cualquier decisión que hubiera atentado contra estos dos principios la habría pagado a un precio altísimo, demasiado alto incluso para mí que soy la primera fortuna de España en cuanto a capacidad de enjuague se refiere. No es una buena idea coquetear con el abismo, y aunque habernos levantado varias veces de los más duros golpes nos hace creer que siempre estaremos rebotando en Graceland, hay pozos de los que no se emerge sin dejar bastante más de lo que uno querría por el camino. El maître Gustaf no quiere pactar con la realidad, y aunque ser poco inteligente no le ayuda, lo que más que le perjudica es el terrible resentimiento. Uno de los rasgos que más me gusta del carácter de mi hija es que nunca se ofende cuando la corriges, y que pese a su vocación perfeccionista, aprovecha lo que le dices para aprender y sabe enseguida poner en relación el caso concreto con el sentido general. Yo no he sido nunca un gran resentido, pero en muchos momentos me ha sobrado arrogancia, soberbia y aceptar que escribir bien no significaba ser bueno en todo lo demás, a pesar de tener las metáforas y el estilo para parecerlo. Mi vida mejoró mucho cuando entendí que debía rodearme de personas más inteligentes, más ricas y más capaces que yo, y hacerles mucho caso, y aprender de ellos todo lo que pudiera y consultarles cualquier decisión en lugar de precipitarme y equivocarme por tratar de aparentar quién sabe qué. Saber que no eres tan inteligente es una notable demostración de inteligencia. Conocer tus limitaciones es lo más práctico. Sustituir la amargura del resentimiento por la luz de la gratitud da los mejores resultados. Forma parte de saber quién eres, y la parte de ti que puedes negociar, tener claro lo que no eres y lo que no podrás cambiar. Sólo el futuro es tu vida. Aprende rápido y avanza. No olvides, pero perdona: esto fue Valentí Puig quien por primer vez me lo dijo. Las series suecas están bien porque te ahorran la parte más espumosa de la sordidez, y atraviesan con más fuerza la moral que subyace y que nos interpela. La primera temporada de The Restaurant es un detallado mapa del dolor que Gustaf causa, pero en la segunda su humanidad aflora y redime poco a poco sus pecados. Los que alguna vez nos hemos sentido perdidos en nuestra confusión y en nuestra soledad, lamentamos con él que no pueda ser una solución pedir otra copa y bucear para siempre en la nostalgia.