Salvador Sostres - Shambhala
Barcelona insulta a su orca
Ni los zoos son campos de concentración ni las granjas son campos de exterminio, ni es serio decir que los delfines en los delfinarios viven «en régimen de esclavitud»
EL Aquarama del Zoo de Barcelona será finalmente derribado. La que fue la piscina de la orca Ulises de 1983 a 1994, una obsoleta y oxidada instalación de los años 60, desaparecerá con toda su historia y la de miles de adultos y niños que llenaron sus gradas para ver a Ulises y a los otros delfines. Durante su estancia a Barcelona, antes de que por su creciente tamaño fuera cedido al Sea World de San Diego, su entrenador fue Albert López, que ya llevaba algunos años adiestrando a otros delfines.
Ulises -macho- fue la primera orca exhibida en España. Llegó a Barcelona procedente del Rioleón Safari de Tarragona con dos años de edad. Hoy tiene más de 40. La alcaldesa Colau, gran amante del jamón ibérico y del pescado fresco, prohibió en 2015 los espectáculos de delfines. Tras 14 años de vivir del negocio de adiestrar a estos animales, el inseparable compañero de Ulises mientras estuvo en Barcelona, ha dicho que el zoo del que vivió y le enseñó su oficio era poco menos que un campo de concentración y que si aceptó trabajar allí durante tanto tiempo fue para por lo menos tratar de mejorar la vida de los animalitos.
Es verdad que el Aquarama, por unido que esté a los buenos recuerdos de nuestra infancia, es una piscina claramente insuficiente y hasta podríamos decir que demencial. Pero soltar que un zoo es un «campo de concentración» es banalizar el crimen, la monstruosidad. Auschwitz fue un campo de concentración. Y de exterminio. Y Hitler fue el primer gobernante moderno que reconoció derechos a los animales e impulsó políticas medioambientalistas. También era vegetariano. Hay una dietética totalitaria. Los que personalizan a los animales suelen ser los mismos que animalizan a las personas, hasta exterminarlas.
Como el señor López sabe muy bien, porque dedicó gran parte de su vida a ello, hay una jerarquía y los animales están a nuestra disposición, para nuestro consumo, compañía o cualquier otra explotación, bien sea comercial, pedagógica o científica. Ni los zoos son campos de concentración ni las granjas son campos de exterminio, ni es serio decir que los delfines en los delfinarios viven «en régimen de esclavitud», porque sólo los hombres pueden ser esclavos, en la medida que sólo nosotros podemos ser libres. La libertad es exclusivamente humana. Es el gran don de Dios, junto al amor. De hecho, amor y libertad son una cosa y lo mismo, aunque esto necesite otro artículo.
Ulises no es un esclavo. Es una orca. Su entrenador no fue su carcelero, pero en cualquier caso es miserable que justifique el negocio que hizo mientras pudo con el mismo «yo sólo cumplía órdenes» de los soldados que encerraban y asesinaban a los judíos. Hay que ser un cínico para hacerse el defensor de los animales justo cuando se te acaba el chiringuito de poder explotarlos. Hasta tal punto participaba el adiestrador López del circo de Ulises que acompañó a un equipo de TV3 a San Diego para retransmitir el primer espectáculo que la orca dio en su nuevo hogar. Y además de cínico hay que ser mala gente para burlarse del sufrimiento y de la muerte que conocieron los millones de víctimas de las dictaduras socialistas del siglo pasado, desde Hitler hasta Stalin, pasando por Musolini, Pol Pot o Mao.
Como continuación de su comedia y de su farsa, Albert López dice que dentro de cien años nuestros descendientes se llevarán las manos a la cabeza pensando que disfrutábamos con los espectáculos de orcas y delfines. Lo que el adiestrador no acaba de entender es que no nos llevamos las manos a la cabeza porque hubiera leones, sino porque había cristianos. Exhibimos a los animales, los engordamos y nos los comemos. Me gustan las orcas y me gusta el foie. Hay que echarle más caviar a todo. Pienso que la vida de una persona es sagrada. Pienso que la vida de un animal es funcional. Sin deberes no puede haber derechos. Igualar a personas y animales es un desprecio a la Humanidad que suele acabar en un baño de sangre. De nuestra sangre. Es verdad que la alcaldesa Colau no ha corrido aún a matarnos, pero primero nos dejó sin delfines y luego nos ha dejado sin ciudad. Nos robó la alegría de aquellos magníficos espectáculos y nos ha robado la prosperidad, fomentando la inseguridad, la delincuencia y la fealdad. Por culpa de Ada Colau estamos más tristes y somos más pobres, y en su deprimente Barcelona, primero nos robó los delfines y luego la luz y los colores. Comparó a los animales con las personas hasta que arruinó a las personas. Nunca falla la correlación entre animalismo y miseria, entre populismo y maldad.
Más de fondo, está el cruel final de Ulises en Barcelona, y no cruel por el tamaño de la piscina, sino por este modo sucio, bajo y rastrero que tiene el catalán medio de querer. Este compromiso siempre a medias, siempre traicionero y que no nos cueste ningún dinero. Este amor de corazón pobre que el domador López encarna, y que no es ajeno al catalán común. Al darse cuenta todo el mundo de que Ulises empezaba a hacerse demasiado grande para el demencial tanque, el Zoo de Barcelona quiso deshacerse de ella e intentó venderla a los Estados Unidos. El intento tuvo una notable contestación ciudadana, de modo que lo que sus cuidadores y directivos se hicieron los que renunciaban a la idea, pero difundieron a los medios de comunicación la mentira de que el animal había enloquecido y que era un peligro para todos. Ante tales rumores, que se convirtieron en noticia, los barceloneses que tanto se supone que amaban a su orca, le giraron la espalda y la abandonaron a su suerte, y el zoo regaló a Ulises y el Sea World sólo tuvo que pagar los gastos del traslado. Se hizo la comedia, para dar contentillo a todos, de que se iban a construir unas nuevas instalaciones para que al cabo de pocos años la orca pudiera estar de regreso, pero tales planes, en realidad, nunca existieron ni mucho menos se llevaron a cabo. Ésta es la manera de querer del catalán populachero. Presumir de orca e inventarse que está loco para que un pueblo de borregos, de cobardes y de tacaños de bolsillo y espíritu se deshaga de él haciendo encima la comedia de decir que le echaremos de menos. Así Puigdemont se fugó justo después de declarar la independencia, y así Junqueras se entregó a la Justicia. Así el ejército al completo de los más iracundos independentistas acudió puntual a trabajar al día siguiente de la aplicación del artículo 155, para que sobre todo no se lo descontaran del sueldo. «Le llamaban loca», y así se marchó Ulises, entre el cinismo y el desprestigio. Y como a cualquiera que se marcha de Cataluña, le ha ido mejor que peor. Ahora sus entrenadores no son unos mercenarios que piensan de él que es un esclavo, está en una piscina mucho más grande y no esta perenne estrechez catalana; y vive en un país que no sólo no quiere prohibirlo, ni abolirlo, ni avergonzarlo, sino que asiste con regocijo y pagando lo que se debe a cada uno de sus espectáculos.
Puede que Ulises no viva en libertad, como denuncia el que la sometió durante más de diez años. Creo que sería más exacto decir «mar abierto», pero acepto «libertad ». En todo caso, cualquier tanque americano será siempre más generoso y más grande que el despreciable concepto de libertad que tienen los catalanes.