Oti Rodríguez Marchante - Barcelona al día
Salgo de la peluquería y veo un preso político
Con el reguero de sangre que aún pisamos, es una indecencia hablar de presos políticos vascos
Que vivimos en una democracia mejorable pero evidente nos lo prueba el hecho de que una, cualquier martes, sale de la peluquería y grita a los cuatro vientos que Arnaldo Otegui es (ha sido) un preso político y lo único que produce es indignación, o perplejidad, o bochorno intelectual. Visto desde la peluquería y un martes de este inaugurado marzo, cualquiera puede escribir esa y otras muchas majaderías porque nuestra deficiente democracia no se resquebraja por ello y admite que el individuo piense y diga lo que quiera. Y si hubo un presidente del Gobierno de España que consideró a Otegui «un hombre de paz», porque no va considerarlo Pilar Rahola «un preso político».
Y otros lo considerarán, quizá con menos argumentos que la señora Rahola, un delincuente, como por ejemplo la familia de Luis Abaitua, a quien Otegui secuestró; o el propio Javier Rupérez, de cuyo secuestro también se le acusó, o incluso la familia de Gabriel Cisneros, también víctima de la «pulsión política» de Arnaldo Otegui, miembro de ETA, pero «hombre de paz». La Audiencia Nacional que condenó a Otegui no valoró lo suficiente «la actitud pacifista» de este hombre con tan brillante expediente, que empezó como empezó, pero que luego optó por la «vía Ghandi» y estaba dispuesto a cruzar a las ancianitas por el semáforo. Y para demostrar que conoce perfectamente los resortes de la democracia auténtica, compara el caso Otegui con el caso Artur Mas, otra víctima de la incomprensión democrática de un Estado represor que se defiende mediante las leyes de quien quiere imponer su contrario por la fuerza y con impunidad.
Hay muchas maneras de ser tonto, pero probablemente ninguna de ellas pueda asociársele a Arnaldo Otegui, hombre listo, hombre de paz, hombre de guerra y hombre importante en el manejo del entramado de ETA durante mucho tiempo; tonto, o desmemoriado, en todo caso, será quien se convenza o nos quiera convencer de que la «paz» que vivimos se la debemos a tipos como Otegui, y que defenderse de ellos (de lo que hacen, no de lo que dicen) es un síntoma de democracia defectuosa. Con el reguero de sangre que aún pisamos, es una indecencia hablar de presos políticos vascos; quien quiera defender presos políticos tiene a donde mirar…, a cualquiera de esas repúblicas a las que, sin saber, sin querer, sin pensar, aspira a parecerse.