Sergi Doria - Spectator In Barcino
Rodin, Ponç y el Infierno
Con tanto Procés, nadie se preocupa de sus ocios culturales. El separatismo es la ruina. Baja el taquillaje de cines y teatros
Artistas y escritores ha imaginado y/o transitado el paisaje del Infierno. «El infierno». Así se titulaba la primera novela de Henry Barbusse en 1909: un sujeto se hospeda en un hotel de medio pelo y cambia su rutinaria vida por la de los huéspedes de la habitación contigua a los que espía. El narrador nos hace pensar en aquéllos que camuflan sus mediocres existencias en el teatral heroísmo de la utópica República Catalana.
El protagonista de «El infierno» parece referirse a la gente de la ANC y Òmnium que claman por dos líderes que nunca pasaron por las urnas: «Gloria que me atravesase como una extraña y prodigiosa herida que yo sentiría en mí, y de la cual hablarían todos. Quisiera ser el primero en una muchedumbre que aclamase mi nombre y lo lanzase como un grito nuevo a la faz del cielo».
Hablo con saludados y conocidos: se quejan de insomnio, mente dispersa, palpitaciones, miedo a perder su trabajo. Otros se jactan de las audacias de esos gobernantes y diputados del Parlament que cobran una pasta por llevar a Cataluña a la ruina. Mientras haya nómina, estos irresponsables seguirán de aprendices de brujo, aunque hasta el lotero de La Bruixa d’Or se largue a Navarra. Son los que atribuían a la «estratègia de la por» -se dicen muchas mentiras en catalán- los avisos de fuga bancaria y salida de la UE en caso de independencia. Nadie dejaría esta tierra de promisión; ¡al contrario! ¡las empresas se pelearán por invertir en la Dinamarca del Sur!, auguraba Mas cuando amaneció independentista. El expresidente ha abonado 2,2 millones de euros, menos de la mitad de lo que adeuda al Estado por la kermesse del 9-N. A ver, a ver: 2’2 millones… La misma cantidad de votos del Referendum ilegal del 1-O. Sale a un euro por votante: la proverbial tacañería; en catalán, «gasiveria». Con dos euros y pico por barba, la fianza estaría pagada.
Con tanto Procés, nadie se preocupa de sus ocios culturales. El separatismo es la ruina. Baja el taquillaje de cines y teatros. Y la venta de libros. Un tercio menos de ingresos turísticos para este último trimestre… La agenda cultural depara dos exposiciones con el infierno como inspiración. En La Pedrera se rinde homenaje a Joan Ponç, el pintor más inclasificable que dio el grupo Dau al Set. El título, «Joan Ponç Diábolo» remite a un espíritu libre que fue calificado de grotesco, torturado, premonitorio, alucinante, mágico, carnavalesco e infernal. De todo eso había en una obra que, al contemplarla, te sumerges en la zona más abisal de la experiencia humana.
Para penetrar en los bastidores de aquel artista genial conviene leerse los artículos de José Corredor Matheos, Pilar Parcerisas e Ignacio Vidal-Folch en la revista F que dirige Valentí Puig y el libro «Caminando con Joan Ponç» (Agathos Ediciones). Son las memorias de Mar Corominas, la mujer que estuvo con el pintor hasta el último aliento. Ponç, que padeció una diabetes que derivó en una severa insuficiencia renal, prefería su refugio simbólico a la dispersión social: «Obviaba lo que no le interesaba, que era todo lo que no tuviera relación con la pintura. ‘Ni hay tiempo’, decía, y preservaba de esta manera el espacio dedicado al trabajo», apunta la autora.
Ponç pintaba para la historia y no para la época. En la Cataluña que malvivimos, la coyuntura histérica coarta la concentración histórica. Los «creadores» e «intelectuales» -qué palabras más cursis- que viven de la cultura oficial nacionalista no podrían contar con el Diábolo Ponç. No tenía tiempo para «collonades», aunque estuvieran bien remuneradas. Cuando se le concedió la Cruz de Isabel la Católica y le preguntaron con malicia si vivía en la España de Franco, el pintor respondió que no: él vivía en el país de Velázquez y Goya.
En los sesenta y setenta, añade Mar Corominas, un gran número de artistas hacían el juego al comunismo (ahora lo hacen al soberanismo): «De ellos decía Joan que ganaban el dinero con la derecha y lo guardaban con la izquierda. Artistas de renombre actuaron de esa manera, como si la procedencia de sus recursos no fuera con ellos y sólo sus ideas políticas fuesen las válidas».
Comenzamos con el infierno del estalinista Barbusse, pero existen muchos más. El más bello lo imaginó Rodin en la Puerta que trabajó de 1880 a 1917. Un siglo después, la Fundación Mapfre de la Casa Garriga Nogués nos invita a descubrir todos los motivos que el escultor integró en esa obra inspirada por los círculos de Dante: El Pensador, El beso, Ugolino… Si Rodin y Ponç se pasearan por esta Cataluña de mil demonios se enclaustrarían en sus talleres y volverían a llamar a las puertas de sus infiernos.