Miquel Porta Perales - El oasis catalán
De risa
Tres han sido, grosso modo, con los matices que se quieran, las maneras que tienen los demócratas de enfrentarse al ataque viral
El “proceso” secesionista desatado en Cataluña durante los últimos seis años ha generado una serie de actitudes con el objetivo de hacer frente a la invasión –tierra, mar, aire, prensa, radio, televisión, teatro, música, fachadas, carreteras, autopistas y calles- independentista. Tres han sido, grosso modo, con los matices que se quieran, las maneras que tienen los demócratas de enfrentarse al ataque viral. En primer lugar, la espiral del silencio o “yo me callo no sea que los familiares, amigos, compañeros de trabajo y cafetería o vecinos piensen que soy un españolista que va contra los intereses de Cataluña y los catalanes”. En segundo lugar, la reacción activa contra el “proceso” o “ya estoy harto de tanta propaganda, adoctrinamiento, ficción y engaño y salgo a la calle con la bandera, la pancarta y el himno españoles para que se enteren de una vez que somos más y estamos aquí -¡qué se creían!- dispuestos a plantar cara y defendernos”. En tercer lugar, el aburrimiento o hastío críticos que se defiende de la invasión por la vía de la indiferencia y la risa o “mira qué cosas tan raras dicen y ahí siguen como si fueran marcianos”.
Una mayoría de demócratas, después de la entronización de Pedro Sánchez, está generando anticuerpos; una especie –decía antes- de “aburrimiento o hastío críticos”. No hay para menos, si tenemos en cuenta ese mantra secesionista que sigue amenizando nuestra existencia: que si “el Rey debe disculparse por el discurso del 3 de octubre”, que si “los presos y exiliados políticos”, que si “la criminalización del derecho a la autodeterminación”, que si “otro 1 de octubre para hacer efectiva la República”, que si “pactar un referéndum”, que si el numerito del ofendido en Washington. El independentismo sigue en Marte y sólo pone pie en tierra para arremeter con desatino. A falta del PP y Mariano Rajoy lo hace contra la Corona y el Rey. Y persiste en la insensata escenificación de la comedia secesionista. Y vamos de la sorpresa a la risa. Pero, ¡ojo!