Jordi Del Río - Tribuna Abierta

Quand les riches se font la guerre

Estamos ante una lucha contra el mal, en una lucha de intereses económicos, de tráfico de armas, de paraísos fiscales

El 22 de julio de 2011 de nuevo todos los europeos quedábamos aterrados ante el televisor. En Noruega, concretamente en Oslo, capital del país, y posteriormente en la isla de Utøya, se producía una masacre que dejaba un saldo de 77 muertos y más de un centenar de heridos, la mayoría adolescentes comprometidos políticamente con la democracia. Tras una primera y lógica confusión, las autoridades confirman la detención del hombre que disfrazado de policía había originado la masacre. El indeseable Anders Behring Breivik, un joven empresario noruego simpatizante de la ultraderecha y reconocido fundamentalista cristiano e islamófobo. Después de este apunte tendría que pasar ipso facto a colocarme el traje ignífugo o de apicultor y es que ante un hecho de esa magnitud las emociones más primarias suelen florecer dejando poco espacio a la reflexión.

La incomprensible barbarie humana cometida este pasado viernes en pleno centro de París por unos desalmados que no admiten más descripciones que el desnudo y contundente significado de la palabra asesinos, nos interpela a no abandonar la sensatez y el sentido común para no acabar empeorando el cuadro. Y es que los extremos siempre se han acabado tocando y de paso originando daños colaterales. Estamos ante una lucha contra el mal, en una lucha de intereses económicos, de tráfico de armas, de paraísos fiscales. En la que la materia prima para matar es la de unos inmaduros fanáticos de cerebros lavados que lo serían igual en cualquier campo de fútbol y a favor de un determinado equipo si alguien con ese poder de blanqueo así se lo propusiese. De pobres contra ricos: «Quand les riches se font la guerre, ce sont les pauvres qui meurent», dejó escrito Jean Paul Sartre. Poco o nada que ver con esa «lucha de religiones» con la que algunos quieren confundirnos para seguir acumulando pingües beneficios económicos y políticos. ¿O no son muchos de los refugiados sirios los que huyen de esas mismas atrocidades? Hombres, mujeres y niños que huyen de un dictador, Bashar al-Assad, cuya fortuna asciende, según los analistas, a 45.000 millones de euros, muchos de ellos depositados en paraisos fiscales con la connivencia de una banca poco escrupulosa.

Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, tiraba del libro del sentido común este fin de semana con motivo de su iniciativa de cerrar al tráfico el centro de la ciudad para rebajar la contaminación. «No entiendo a la oposición. Se puede criticar pero mucho mejor si entre todos aportamos soluciones.» Efectivamente, esa sería la principal labor de la política: dar soluciones. Yo, por ejemplo, he descrito humildemente unos hechos, ahora quedaría empezar a proponer y ejecutar soluciones políticas a un asunto tan complejo como el del terrorismo internacional. Sea del color que sea.

Jordi Del Río es periodista

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