Sergi Doria - Spectator in Barcino

Ni Principal, ni Monumental

El silencio de la familia Balañá planea sobre el futuro del teatro Principal y, también, sobre el albero de la Monumental

Fachada del Teatre Principal en 1915 BRANGULÍ

SERDI DORIA

El barcelonés se parece cada vez más al protagonista de «El misterio de la cripta embrujada» de Eduardo Mendoza. Aquel detective de las pepsicolas al que el comisario Flores lanzaba de un puntapié frente a la fuente de Canaletas. Por aquella Rambla de 1977 se paseaba Ocaña, los Hare Krishna y las entrañables putas junto a la estatua de Pitarra. Cuarenta años después, el barcelonés es un bulto sospechoso rodeado de turistas, africanas agresivas y manteros. El buenismo tonto de Iniciativa –¿se acuerdan de Mayol y Gomà?– arrasó con los pájaros a cambio de vulgares puestos de gofres, helados y souvenirs «homologados» (siempre que soslayen las referencias a la cultura española). Si nuestro detective mendocino volviera aterrizar en la Rambla se pediría una pepsicola…pero bien cargada de ron para afrontar el disgusto.

También necesitaría un buen trago Federico García Lorca al ver chapado y a oscuras el teatro Principal donde la Navidad de 1935 dedicó la representación de «Doña Rosita la soltera» a las floristas de la Rambla. «Ningún barcelonés puede dormir tranquilo si no ha paseado por la Rambla por lo menos una vez… Yo también tengo que pasar todos los días por esta calle para aprender de ella cómo puede persistir el espíritu propio de una ciudad», proclamaba el poeta. Ahora, en 2017, el barcelonés intenta evitar la Rambla para que no se lo lleve la corriente cenagosa de los tour-operadores ; quedan en el recuerdo aquellas incursiones en la Boqueria, hoy convertida en plató del selfie masivo.

Pero volvamos al teatro Principal, el primero de la Ciudad Condal, impulsado en el siglo XVII por el hospital de la Santa Creu. Coliseo lírico hasta 1847, cuando el Liceo cobró protagonismo inaugurando la controversia entre «liceístas» (abiertos al wagnerismo) y «cruzados» (incondicionales de la lírica italiana que programaba el Principal). Después de una turbulenta etapa como discoteca con un promotor arrestado, el Principal retorna al purgatorio: mutismo de sus propietarios –Grupo Balañá–, desistimiento municipal para una posible adquisición y, en definitiva, olvido y mala sombra.

El silencio de la familia Balañá planea, también, sobre el albero de la Monumental . Padecemos un «diktat» antitaurino que disfraza la aversión a una fiesta española con un animalismo que no se aplica a los «correbous» del Ebro. Como si la Fiesta no fuera con la crónica catalana. Los que no quieren recordar que en Olot se abrió la primera plaza de España; que Andersen disfrutó de una corrida en el Torín de la Barceloneta cuando pasó por aquí en 1862; o que Alexandre Cirici compartía palco con el presidente del Parlament Joan Casanovas en la Monumental y luego iban a bailar pasodobles al local de Estat Català, nada menos que con los hermanos Badia. A punto de cumplirse diez años del cierre de la plaza, la familia propietaria susurra que no habrá toros «de momento» . Un «de momento» que el académico Pere Gimferrer prefiere leer como un mensaje de esperanza taurina. Ojalá acierte. Pero, «de momento», ni Principal ni Monumental. ¡Cuanta memoria, clausurada!

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