El pintor Sean Scully asegura que se fue de Barcelona por culpa de la lengua y el nacionalismo

«Ibas a las reuniones y hablaban completamente en catalán, como diciendo 'Vete a la mierda'», lamenta el artista

El pintor estadounidense de origen irlandés, Sean Scully, y su mujer, Liliane Tomasko, en 2016 EFE

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A mediados de los noventa, poco después de ser nominado al premio Turner por segunda vez, Sean Scully (Dublín, 1945) llegó a Barcelona para abrir el que sería su tercer estudio. El pintor irlandés, nacionalizado estadounidense desde 1983, tenía su base de operaciones en Nueva York, pero pronto encontró buenas excusas para establecer nuevos espacios de trabajo y residencia en Múnich y Barcelona.

Él, que había huido de Londres asfixiado por el «conceptualismo, tan omnipresente que sofocaba todo lo demás», como explicó hace años en una entrevista, volvía a cruzar el charco porque, en sus propias palabras, «Europa es fabulosa, ¿verdad?». «La gente ve Barcelona como una ciudad de luz, pero yo creo que es una ciudad de sombras. Me gustan las sombras, el misterio. Mi obra es romántica, emocional, poética. Necesito un ambiente que tenga esa atmósfera poética y lo encuentro en Barcelona», explicaba Scully en una entrevista con ‘La Vanguardia’ en 2009. Para entonces, el pintor ya había echado raíces en la ciudad junto a su esposa, la también artista Liliane Tomasko: los dos pasaban el tiempo entre su casa de la calle Ausiàs March y el taller de la calle Girona. Poco después, en 2010, Scully donó una obra de gran formato, ‘La montaña de Oisin’, al museo de Montserrat.

El idilio, sin embargo, ha terminado de forma abrupta, tal y como el propio Scully explicaba este fin de semana en las páginas del ‘Financial Times’.   «Al final, no pudimos soportar Barcelona por esta mierda», aseguraba, tajante, para explicar los motivos por lo que él, su esposa y su hijo Oisin, de doce años, han dejado la capital catalana y se han instalado en la localidad francesa de Aix-en-Provence.

Scully, superviviente del arte abstracto, mantenía el equilibrio entre Nueva York, Múnich (su obra es especialmente apreciada por galeristas y coleccionistas alemanes) y Barcelona, pero el idioma y el nacionalismo han acabado por eliminar la capital catalana de la ecuación. Así lo explica la pareja de artistas en un reportaje en el que el redactor apunta que Scully y Tomasko, que hablan castellano con fluidez, dejaron su casa y estudio en Barcelona «por el crecimiento del nacionalismo en la ciudad que amaban».

«En Barcelona, ibas a las reuniones y hablaban completamente en catalán, como diciendo ‘Vete a la mierda’», explica Scully. Tomasko, por su parte, añade que le dijeron que en el patio su hijo pequeño debería hablar en catalán en lugar de en español. «Había demasiado de eso, eso lo hizo imposible», concluye la artista suiza.

Años antes, en 2015, Scully llegó a ofrecer 200 obras al Ayuntamiento de Barcelona a cambio de que fueran expuestas de forma permanente en un espacio museístico propio. La iniciativa no prosperó pero, poco después, el artista creó el Espacio de Arte Sean Scully en la capilla del Monasterio de Santa Cecilia de Montserrat, una construcción del siglo X en la que instaló media docena de obras de gran formato.

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