Crónicas pandémicas
Perucho y el vuelo de la imaginación
«Cuando el escritor ya no podía leer acariciaba las páginas de sus autores predilectos o recitaba unos versos de Sebastià Sánchez- Juan»
Me parece ver todavía a Joan Perucho (1920-2003). Aquel quinto piso de avenida República Argentina, 248. En su sillón orejero de ajado terciopelo rojo desparrama anécdotas: la conversación acaba con la vista puesta en las joyas bibliográficas que atestan las estanterías: desde los altos tomos de la Encyclopédie -la auténtica edición de Diderot y D’Alembert-, al diminuto Félix o llibre de meravelles de Ramon Llull. Al acabar la conversación, Perucho acuna aquellos libros entre las manos, cual delicadas avecillas, y husmea el inmarcesible pergamino.
Cuando el escritor ya no podía leer acariciaba las páginas de sus autores predilectos o recitaba unos versos de Sebastià Sánchez- Juan: «No em doneu amor que no sacia; doneu-me joia per morir». Pocos meses antes de su muerte en 2003, nos encontramos con Perucho con motivo de la reedición de una de sus primeras obras, «Diana i la mar morta» (Ed. 62).
Recién galardonado con el premio Nacional de las Letras Españolas , el escritor lamentaba que Jordi Pujol no le hubiera felicitado para añadir, con ironía, que no le extrañaba: tampoco le habían concedido el Premio de Honor de las Letras Catalanas. «Como a Pla, como a Carner», apostillaba con orgullo.
La obra de Juan Perucho es un ejercicio radical de libertad imaginativa que nunca supo de modas literarias ni de apostolados ideológicos. En los años sesenta, el realismo social lo miraba con desprecio por dedicarse más a los vampiros y las botánicas mágicas que a la emancipación del proletariado y la «construcción nacional».
En el centenario de su nacimiento y el sesenta aniversario de «Les històries naturals», la novela que Harold Bloom distinguió en su canon literario catalán, Perucho sigue vigente y posmoderno, mientras que el abstruso experimentalismo y la literatura comprometida han conocido el más piadoso de los olvidos.
En plena pandemia del coronavirus he releído «Las historias naturales», en la memorable traducción al castellano de Carlos Pujol para Edhasa. En la guerra carlista, un vampírico murciélago contagia al general Ramón Cabrera, el Tigre del Maestrazgo. Perucho describe al conde de Morella «sentado en su despacho, con la faz lívida, exangüe, con la cabeza apoyada en un cojín». En el cuello, dos heriditas «leves e insignificantes, que los médicos atribuían al inicio de un forúnculo».
Será Antonio de Montp alau, un Van Helsing de la Ilustración barcelonesa, quien descifrará en las heriditas las huellas del vampiro Onofre de Dip, un No Muerto conocido en su violenta encarnación guerrillera como el Mochuelo.
Montpalau vacuna a Cabrera con sopas de ajo. Julià Guillamon, que acaba de reeditar, actualizado, el ensayo «Joan Perucho i la literatura fantàstica» (Empúries) apunta que la enfermedad de Cabrera no es inventada; Perucho extrajo el dato de la «Vida militar y política de Espartero» (1844): «Parece ser que Cabrera padeció el tifus. Poco o mucho, la enfermedad condicionó el final de la guerra».
Las tres contiendas carlistas tuvieron su trágica prolongación en la guerra civil de 1936. Si en 1839, los carlistas tomaron el camino del exilio por la frontera francesa, cien años después será la diáspora republicana. Tristes episodios que movieron a Perucho a preconizar la reconciliación nacional: «Cuando leo a Dante no me preocupa si era güelfo o gibelino», decía cuando mostraba una primera edición de la Commedia.
Aunque Perucho no estuvo en la batalla del Ebro , señala Víctor Amela en su memoria de la Quinta del Biberón Nos robaron la juventud (Plaza y Janés), «haber temido morir en la guerra, haber sido salvado por el misterio… alienta toda la literatura peruchiana».
De esa literatura fantástica destacamos la «Trilogía mágica» (Edhasa) que integran «Botánica oculta o el falso Paracelso» (1969), «Historias secretas de balnearios» (1972) y «Bestiario fantástico» (1977).
Perucho, escribe Martín de Riquer acerca de las historias balnearias: «Trae a colación y con rigor a graves autores y respetables tratadistas, debido a lo cual no se percibe la frontera que ha de separar la verdad de la fantasía». Y, en su prólogo al Bestiario fantástico Carlos Pujol subraya la originalidad del Método Perucho: «Nos habla de sus monstruos con una delicadeza casi tímida en la levedad de los toques de humor hermanando en una fiesta divertida y fantástica la erudición y el voluptuoso placer de tomar el pelo al prójimo con todos los requisitos de la cultura… Su arte hace revivir la imagen e involuntaria poesía de los libros viejos, el encanto naïf de las citas cursis y solemnes…».
Leer o releer a Perucho , en castellano o catalán, constituye una feliz experiencia. Descubrámoslo para contrarrestar este confinado San Jordi del coronavirus. Ahuyentemos con él a los vampiros de la depresión.